TRAS EL ABISMO (del lat. trans abyssum)


San Esteban de Cuñaba, bajo la sierra del Cocón

En 1842 don Crispín, el nuevo párroco, llegó a Tresviso. Debió remangarse bien la sotana para subir a sus 61 años por los “desventíos” del desfiladero de la Hermida.
Ejerció su ministerio con honorabilidad aunque su latín nunca fue bueno.

Hoy a Tresviso ya puede llegarse en coche por carretera… desde 1991. O andando por la popular ruta que arranca de Urdón construida a finales del XIX.
Antes, como don Crispín, se subía volando sobre los abismos del desfiladero, por la Pasá del Picayo. Una senda que desde San Esteban de Cuñaba aún atraviesa los rincones más agrestes de la Sierra del Cocón, en Ándara, en el macizo Oriental de Picos de Europa.
La mejor forma de llegar a un lugar cuyo nombre significa “tras el abismo.”
Desde que la Sociedad la Providencia abrió la Senda de la Peña para bajar en carretas hasta el Deva la mejor blenda del mundo desde las minas de Ándara, las vertiginosas sendas pastoriles que conectaban Tresviso con el cauce del Deva cayeron en desuso. Sus “muriaos” y “calzaos” de piedra se desmoronaron, sus “armaos” de madera se pudrieron, los “sedos” o pasos malos se volvieron impracticados e impracticables, y todo un duro modo de vida fue desapareciendo poco a poco hasta caer en el olvido.
La senda, ahora acondicionada, que va de San Esteban de Cuñaba (Asturias) a Tresviso (Cantabria) recupera el recuerdo de los hombres que la hicieron y de su dura existencia en las más duras montañas de nuestra geografía. Lleva hoy el nombre de su paso más vertiginoso, la Pasá del Picayo. No asustarse, toda ella ha sido desbrozada de maleza, protegida por cables y pasamanos, señalada con marcas de pintura… domesticada. No tiene pérdida pues transita por los únicos lugares por donde es posible hacerlo sobre un vacío que llega a los mil metros. Solo hace falta pie seguro y cabeza fría.
Bordea desde el norte el extremo oriental de la Sierra de Cocón bajo la Torre de Árguma, en un ambiente solitario y salvaje que pronto deja abajo el amable bosque de robles, hayas y abedules del vallecito de San Esteban (250 m.) para flanquear lapiaces suspendidos, recorrer cornisas invisibles, remontar canales de vértigo, cabalgar colladinas imposibles y, tras coronar la Horcadura de Canto Morón (1.273 m.) ya en el luminoso sur, bajar a Tresviso (848 m.).


BAJO EL VOLCÁN

Viaje al centro de la Tierra I

Sol de medianoche en Budir, península de Snaefellsnes (Islandia)

In Snefells Yoculis craterem kem delibat umbra Scartaris Julii intra calendas descende, audax viator, et terrestre centrum attinges. Kod feci. Ame Sahnussemm.

Desde Reykjavik debería vérsele al norte, al otro lado de la bahía de Faxaflói, pero no. Tampoco desde lo alto de la torre de la catedral, por encima de las casas de colores que rodean el puerto porque no puede traspasarse el centenar de kilómetros de brumas que hay hasta la península de Snaefellsnes. Pero el volcán Snaefells allí está, en su extremo, como señala cualquier mapa de Islandia con una pequeña mota blanca; por aquí lo llaman Snaefellsjökull que significa cubierto de hielo.

Para llegar el profesor Lidenbrock y su sobrino Axel precisaron de varios días a lomos de caballería. Hoy sólo son unas horas de coche bordeando la recortada costa oeste de la isla, salvando fiordos con puentes o con túneles subacuáticos, mientras vemos pasar por la ventanilla las playas pedregosas a un lado y al otro las colinas cubiertas de musgo.
Lluvia racheada.
No hay bosques en el sentido estricto del término; como mucho, bosquetes raquíticos más de arbustos que de árboles, donde no anidan ni los pájaros.
Este es el mismo paisaje, o mejor el verdadero, que aparece en la novela Viaje al Centro de la Tierra, sin que su autor, Julio Verne, sedentario viajero literario, lo hubiera visto nunca. ¡Cuantos turistas frenéticos viajan menos que él que apenas se movió de su Nantes provinciano y decimonónico!
Viento inmisericorde.

ISLANDIA, FUEGO Y HIELO

Fumarolas en Hrafntinnusker, desde las cuevas de hielo

El navegante griego Piteas, allá por el siglo IV a.C., describió una lejana isla más al norte de las Casitérides (islas Británicas), la del “fuego siempre luciente” y la llamó Thule. En el siglo IX piratas noruegos se refugiaron en ella dándole el nombre que hoy tiene, “tierra de hielo”, Iceland. En 1864 Julio Verne la imaginó para iniciar desde el volcán Snaefells, su “Viaje al Centro de la Tierra”. Hoy, las escasas carreteras que la recorren evitan ciertos parajes que se cree están poblados por los elfos.
Misterio, fuego y hielo. Un lugar donde el mundo, si fuera plano, terminaría de repente.





Perfil del Laugavegur

La entrada a la isla se hace por el aeropuerto de Keflavik, unos 45 kms. al oeste de Reykjavik. Únicos nombres pronunciables en una lengua de imposibles sucesiones de consonantes, algunas nórdicas, sazonadas de diéresis.
Desde la capital parte la carretera N1 que rodea la isla próxima a la costa. Para adentrarse en el interior hay que recorrer pistas, caminos y sendas; sortear volcanes y géiseres mesozoicos, evitar cumbres y glaciares cuaternarios, vadear ríos y lagos primigenios, atravesar desiertos y tundras circumpolares.
Pero, ¿qué recorrido elegir que se adecue a unas cortas vacaciones en un territorio del tamaño de Portugal que los ofrece a cientos? ¿Cómo organizarlo con nuestro siempre escaso presupuesto en el país más caro de Europa? Sin duda el mejor y de la mejor manera: el trekking Laugavegur con todo en la mochila.
Para el turista, Laugavegur solo es la calle más comercial y concurrida de la capital, pero para el viajero es uno de los recorridos de montaña más espectaculares del mundo. Parte del corazón de la isla hasta su epidermis; desde el paraje lacustre de Landmannalaugar hasta el bosquecillo de Thórsmörk. Casi sesenta kilómetros por la Fragua de Vulcano, a los que se aconseja añadir otros veinticinco para cruzar los Hielos Continentales y llegar así hasta Skogar y el mar.

Sin prisas, de refugio a refugio, con la extraña compañía del interminable día  del verano boreal. Pero también azuzados por el impenitente viento racheado, la lluvia inmisericorde y el frío ártico de los 66º 33´ N. del cercano Círculo Polar.


1ª JORNADA: TERMAS DE LANDMANNALAUGAR

LOS SEDOS, CAMINOS DEL VÉRTIGO


Gregorio Pérez "el Cainejo" 
en los sedos de Oliseda, canal de la Jerrera (recreación)
He mirado un buen rato la gran bóveda de la cueva de Ozania. El viejo Juanín, que pasó aquí tantos días protegiendo su rebaño de la tormenta, dijo que había pinturas muy antiguas. No he visto más que lo que mi imaginación ha querido ver en las anfractuosidades y humedades de la roca, alta como una catedral.
Vamos camino del Jou Lluengu, en la vertiente occidental del macizo del Cornión en Picos de Europa.
Al resguardo de la balma aún quedan las ruinas de un aprisco para el ganado. Afuera, la canal se precipita como un tobogán de hierba tumbada hasta el río Dobra, setecientos metros más abajo.
Las cabras de Amieva ya no pastan en estas pendientes de vértigo. Cuando lo hacían no podían subir hasta aquí desde el puente del Restaño porque la canal de Ozania se estrecha pronto y luego los cortados la cierran por completo. Juanín debía conducirlas dando un largo rodeo para salvar el cordal de los Llastrales por la Muda de Ozania subiendo más de mil metros para luego entrarle por arriba.

Nosotros venimos desde abajo abriéndonos camino entre los bosquecillos de avellanos y los bloques que ciegan el cauce. Luego hemos salvado los cortados por el único sitio posible: los sedos de Ozania. Hoy apenas se reconocen desde que Juanín dejó de usarlos cuando bajaba a por provisiones hasta Amieva. Sabía que sus cabras no irían a ningún sitio hasta su vuelta.

Sedos de Ozania

... LA BIBLIA EN PASTA


No suelo ordenar el trastero pero lleva camino de convertirse en el tonel de Diógenes montañero.
He empezado a tirar algunas cosas, unas en desuso (esquís estrechos como tablitas), otras rotas (bastones de tres tramos con solo dos), algunas caducadas (la cuerda de escalada con la que remolqué el coche) y además viejas (un arnés integral de color naranja que fue la bomba); cosas que nunca funcionaron cuando fue necesario (el maldito infiernillo de fuel) o que dejaron de hacerlo hace ya mucho (frontales pesadas como focos de cine), algunas inútiles por completo (los sobres de calor químico para los pies) o ya inutilizables (mi vieja mochila de cordura tapizada de moho).

¿Y qué hacer con el llamado material duro?: empotradores mil, bong-bongs gigantes, tornillos sacacorcho, friends de remota generación, mosquetones de hierro, el viejo ocho…  clinc, clinc, clinc. Al meter mano a la ristra de clavijas ha aparecido ésta. Vieja, oxidada, torcida clavija Cassin. Ninguna otra más merecedora de ir a parar con todo lo demás al contenedor del punto limpio. Pero no, la clavaré en un canto de río y la usaré como pisapapeles. Lo mismo pensé hace muchos, muchos años.

Hay cosas que no se olvidan pero que por fortuna no se recuerdan todo el tiempo. Hasta que algo, esa clavija, da en la conexión neuronal adecuada.
Ahora recuerdo la primera vez que vi una montaña de verdad. He visto luego muchas otras más altas, más lejanas, más famosas, pero ninguna me ha impresionado tanto como el Mont Blanc emergiendo por encima de las nubes, la primera vez.

TINMAL, LA GRAN MEZQUITA DEL ATLAS



Al volver del Siroua, el volcán que preside las tierras del azafrán del Anti Atlas, o de las dunas del erg Chigaga en el Sáhara de verdad, hay que cruzar de nuevo el Alto Atlas de camino a Marrakech. Lo habitual es hacerlo desde Ouarzazate por el paso de Tizi-n-Tichka, como a la ida; pero no lo mejor. Más al sur, desde Taliouine, una carretera remonta el Tizi-n-Test y cae al valle del Nffis. Vale la pena el rodeo aunque solo sea por visitar la mezquita de Tinmal; o Tinmel, que el sonido de las vocales en árabe es siempre problemático para un occidental.

Las mezquitas marroquíes, como en casi todo el mundo islámico, están prohibidas para los infieles; una lástima. Aunque hay una fácil pero frívola solución, ya que convertirse al Islam solo requiere recitar la profesión de fé: “Alá es Dios, y Mahoma…” mejor no seguir porque, si la entrada a esta religión es así de sencilla, la salida es más peligrosa en los tiempos que corren.

TRINCHERAS EN EL HIELO, CABLES EN LAS ROCAS



"Gran cruz", en el Sentiero degli Alpini, Sesto
Los Dolomitas son las montañas más hermosas del mundo. Las que cualquier niño dibujaría erizadas de picos imposibles sin haberlas visto nunca; afiladas como las puntas de sus lápices de colores Alpino, por supuesto. Quién las ha visto, aunque solo sea una vez, no puede olvidarlas nunca; sus aldeas perdidas en bosques encantados, sus cimas brumosas sobre los prados… Lavaredo, Civetta…También, no nos engañemos, sus teleféricos atestando de gente las alturas, su turismo escandalosamente elitista, sus pistas de esquí cruzando las laderas como cicatrices… Madonna, Cortina…Pese a todo son las montañas ideales porque, ni desmesuradas, ni altísimas, ni inhumanas, no nos apabullan. Son contenidas como un templo clásico. Por eso son el paraíso de los estetas de la montaña, sean sensibles paseantes o escaladores finos. Además, lo son para la práctica de una de las modalidades más en expansión de los llamados deportes de naturaleza: las vías ferratas.

Pero algunos de sus glaciares han empezado a arrojar cadáveres. 

Sea por su lento y natural desplazamiento o por su deshielo acelerado debido al calentamiento global, lo cierto es que en los últimos meses van dejando al descubierto las momias congeladas de soldados muertos durante la Gran Guerra, ahora hace un siglo. Una nota macabra para esta efeméride que tuvo en los Dolomitas uno de sus escenarios más dramáticos. Drama, que además está en el origen de esa popular y divertida forma de recorrer las montañas por caminos de vértigo gracias a escalones, cables y pasarelas.

FANN

Montañas en la Ruta de la Seda - II




Las montañas Fann de Tajikistán no pueden competir  con otras de la misma cordillera Pamir-Alai ni en altura ni en dificultad: el Ismail Samani, antiguo pìco Comunismo, con 7.495 m. tiene dimensión himaláyica y el conjunto de catedrales de roca de Aksu-Karavshin recuerda a las mismísimas torres patagónicas.
Pero para qué nos vamos a engañar si muchos de nosotros, que planeamos viajes a montañas lejanas, ya no somos ni tan jóvenes para las unas ni nunca hemos sido tan buenos para las otras. Sin embargo, qué importa cuando las montañas son sólo una buena excusa para emprender el viaje. Y estas montañas lo merecen. Merecen viajar a Tajikistán tras el embrujo de su nombre, Fann, tan susurrante e hipnótico,  para escalar nuestra Roca Sogdiana como los soldados de Alejandro y tal vez capturar a la bella Roxana, para patear las polvorientas ruinas de barro de Pendjikent, el asentamiento más antiguo de  Asia central. Merecen cruzar luego al vecino Uzbekistán en busca de una Samarkanda inexistente, cuya magia sólo resuena entre los azulejos de la plaza del Registán, para ir después un poco más allá a la deslumbrante Bukhara de las cúpulas como cebollas de cristal, y aún más, siguiendo la Ruta de la Seda, atravesar en taxi el desierto de Kyzyl Kum hasta el oasis de la amurallada Khiva.

RELEYENDO A HERZOG


Diario del Annapurna

Cuando el mundo era mucho más grande y nosotros mucho más jóvenes, cuando para cruzar al otro lado de los Pirineos necesitábamos el pasaporte y nuestro coche la carta verde, cuando nunca íbamos más allá de los Alpes, la única forma de llegar más lejos y más alto era entre las tapas amarillas de los libros de la Editorial Juventud: con sir John Hunt al Everest, a los reinos prohibidos de Mustang y Zanskar con Michel Peissel o al Annapurna primer ochomil con Maurice Herzog…
…Este que ahora estoy releyendo en Nepal, en el paraje que se llama Tilicho High Camp bajo la Gran Barrera, a más de 4000 m, que no es mucho en el Himalaya, justo donde el autor pasó un apurado vivac tratando de encontrar el camino hacia una montaña que ni siquiera sabía dónde estaba.

“…estoy perdido en plena montaña, mojado, rendido y hambriento. (¿Tendré ánimo suficiente para levantarme y subir los últimos 500 metros?)… El viento, insidioso, se desliza por las más pequeñas aberturas de mis ropas. La nieve empieza a caer.”

En Tilicho High Camp
Levanto la mirada y también nieva… al otro lado de los cristales del lodge. Los yaks, espolvoreadas sus greñas de blanco, pastan indiferentes.
Hemos subido desde Manang, que Herzog llama Manangbhot, y que imaginó como un paraíso después de días de calor, hambre y sed y resultó un lugar miserable.

“…Unos chiquillos harapientos, negros de suciedad, corren hacia nosotros. Es la primera vez que ven hombres blancos y nos contemplan con curiosidad. ¡Somos apariciones de la montaña! No pueden imaginarse que vengamos del otro lado de la cordillera, ya que ni siquiera saben que exista ese otro lado…”

Llevamos cinco días remontando el valle del Margyandy Khola procurando evitar con rodeos la pista abierta hace unos años y que llega hasta las mismas puertas de Manang. No podemos evitar oír el pedorreo de las moto-taxis. Todo son allí albergues y tiendas para trekkers. El Manaslu (8.156 m .) ha vigilado nuestra caminata bajo los Annapurnas, primero el II, luego el IV y el III. ¿Dónde está el Annapurna I (8.091 m.), el que Herzog buscaba en 1950?

“…-Al menos sabemos que no es por aquí.
     -Debemos marchar a toda prisa… -afirma Rebuffat
     -Hay pocos víveres. Toma lo que queda y vete con Panzi a Muktinath por el
      Thorong La…”

Mañana, de regreso del lago Tilicho, tomaremos ese mismo camino hacia el paso Thorong (5.416 m.) para completar lo que queda del circuito de los Annapurnas bajando a Kagbeni en el alto valle del Kali Gandaki, puerta de entrada al reino de Mustang. Dicen que al otro lado veremos el filo del Dhaulagiri (8.167 m.) emergiendo como una cuchilla.
Pero eso será dentro de unos días.

Nota: El Annapurna I no se ve.
          El Himalaya, pese a todo, está resplandeciente.

LA MONTAÑA DEL DOLOR


“Y el día 17 del séptimo mes, el arca se posó sobre las montañas de Ararat.”
Génesis, 8 : 4


La llanura de Dogubayazit desde el palacio de Ishak Pashá

Han traído por sorpresa a la habitación del hotel una bandeja repleta de todo tipo de frutas troceadas: sandía, melocotón, pera, albaricoque... Gentileza del amigo Fettah Sedef, dueño, gerente y primer trabajador del hotel Ararat en la ciudad fronteriza de Dogubayazit.
Me pregunto de dónde han salido tan maduras y sabrosas en medio del altiplano de Anatolia oriental, seco como un hueso desde que bajaron hace mucho las aguas del Diluvio.
Porque quienes llegamos desde Europa a este rincón de la actual Turquía, frontera incómoda con Irán, Armenia y Azerbaiján, lo hacemos sólo por la montaña de 5136 m. de altura que da nombre al hotel y sobre la que se posó el Arca de Noé según la tradición bíblica.

El Ararat con su penacho de nubes desde la aldea kurda de Elikoy

Parece mentira que esta desolada región amenazada de volcanes y batida por seísmos forme parte de lo que los antiguos griegos llamaron Creciente Fértil, la media luna que arranca de Egipto y termina en Mesopotamia: el solar de la revolución neolítica y de las primeras grandes civilizaciones, la encrucijada histórica de los pueblos indoeuropeos y la puerta a Europa de la ruta de la seda, el Kurdistán soñado por el mayor pueblo del mundo sin estado propio. Aquí nace el Murat-Su que sólo es aún un hilo de agua pero pronto se convertirá en uno de los ríos más famosos del mundo: el Éufrates.
Mirando al norte, a apenas una docena de kilómetros, puede verse de refilón el cono volcánico del Agri Dagi, que es como aquí llaman al Ararat y que significa la Montaña del Dolor. Podría verse el casquete helado de su cima y los glaciares descolgándose por sus inmensas laderas de basalto. Pero hoy tampoco, porque es muy frecuente que esta mole que sobresale casi 4000 m. sobre la llanura circundante, quede oculta al condensar en torno suyo todas las nubes de la región. Luego las ordeñará a conciencia en las nieves de su cima; sólo allí.

La montaña desde la terraza del hotel

Para ascenderlo bastan cinco días. Y partir el día de cumbre a la una de la madrugada desde el último campamento con la vana esperanza de un amanecer despejado. Arriba sólo hay nubes, nieve, viento y frío. Y una bandera turca.

UNA GUERRA EN EL TECHO DEL MUNDO

Llegando a la cumbre del Kang Yatze, 6125 m. (Valle de Markha, Ladakh)


En Leh, capital de Ladakh (India), conviven dos ciudades bien distintas: la una colorista, con sus habitantes locales budistas de etnia tibetana, que bulle en torno a los mercados, los monasterios y las stupas; la otra verde camuflaje de los militares hindúes venidos del sur y acuartelados en las afueras.

En nuestro viaje del verano de 2011, nada más bajar del avión en el aeropuerto Kushok Bakula Rinpoche empezamos a captar la singularidad de la región. Dos semanas después, a nuestro regreso tras visitar monasterios, recorrer valles y ascender alguna cumbre, volvíamos cargados de recuerdos y preguntas: ¿por qué desde la independencia india hasta los años setenta Ladakh ha permanecido cerrado a los extranjeros? ¿por qué todavía lo están algunos de sus valles? ¿por qué se construyeron dos carreteras imposibles, desde Kargil y desde Manali, intransitables y cerradas la mayor parte del año por la nieve? ¿por qué la primera que viene de la frontera con Pakistán no se pavimenta pero sí es tan ancha como la envergadura  del tanque T-72? ¿por qué desde Leh parte hacia el norte, hasta el recóndito valle de Nubra, la carretera más alta del mundo por el paso Kardhung La a 5600 m.? ¿por qué se precisan permisos militares para acceder a numerosos rincones, como el hermoso lago Tso Moriri? ¿por qué los soldados hindúes ignoran a los ladakhíes budistas y por qué ambos desprecian a los baltíes musulmanes a los que utilizan como porteadores cuando les faltan caballerías? ¿por qué el retrato del Dalai Lama está en todos los establecimientos junto a la bandera del Tíbet libre? ¿por qué el palacio real de Leh se parece tanto al Potala de Lasa?...

En el valle de Markha, Ladakh

CHÍA EN BICI Y EL FRONTAL DE SAN MARTÍN


DESDE LA RIBAGORZA PIRENAICA


Subiendo en bici de Castejón de Sos al puerto de Chistau muchos sitios son buenos para echar pie a tierra, porque lo pide el cuerpo. Es obligado hacerlo pasado Chía, en lo alto del pueblo, en el parquecillo, con sombra y bancos incluidos, junto a la iglesia de San Martín. Iglesia menor del románico lombardo pirenaico del siglo XIII.
El interior no puede visitarse. Tampoco nos depararía ninguna sorpresa porque los de todos estos templos han sido muy modificados con el paso de los siglos.
Sin embargo de este pequeño templo, que ni siquiera es parroquial, salió una de las piezas clave de la pintura mueble románica: el frontal de altar dedicado a San Martín de Tours. Por estas fechas hace ya un siglo y seguramente para no volver jamás.


EL SEÑOR DE LA NIEVE RESPLANDECIENTE

Del diario… por los Andes del Perú.

Bonifacio, arriero de Tinqui
“Hoy hace cuatro días que partimos de Tinqui y hemos desmontado nuestro campamento en Pampa Acero. Nos mudamos a Jampa.
Darío y Bonifacio, nuestros arrieros, están cargando las caballerías mientras nosotros nos preguntamos por qué hicimos caso a la guía con la que planeamos nuestra ascensión de hoy al Huayruro Punco. Sólo alcanza los 5.550 m., que no es mucho por estos lares, y no es una montaña difícil. Pero todo se complica si las indicaciones no son las adecuadas, y no lo eran. Nos hemos dado la vuelta sin alcanzar la cima.
Ya sabíamos lo que había al otro lado, pero queríamos verlo: la laguna Sibinacocha y el glaciar Quelcaya, los mayores de los Andes tropicales.
Ayer Bonifacio nos indicó un camino que no coincidía con la reseña. Ni nosotros le hicimos caso ni él insistió ante nuestra prepotencia. Lo tenemos merecido.
En dos días más habremos terminado la vuelta al Ausangate”.

Cordillera Vilcanota, Perú, 25 de Julio de 2010.



LOS GLACIARES PIRENAICOS, CON CIERTA NOSTALGIA

Recreación de un macizo de la Maladeta sin glaciares sobre dibujo de Jean Dehais


Grieta en el glaciar del Aneto
 a principios del siglo XX
Pierre Barrau, apodado “Pierrine”, carpintero y guía de montaña de Luchón, localidad de la vertiente francesa del Pirineo, había sido, hacía ya unos años, el primero en subir a la Maladeta que por entonces se consideraba la cumbre más alta de la cordillera. El 10 de agosto de 1824, subiendo una vez más, desapareció en la rimaya del glaciar. Su cadáver, que no pudo ser rescatado, fue devuelto por los hielos un siglo después y dos kilómetros más abajo.

En el Pirineo hay glaciares… todavía.
Los glaciares lo son porque su masa de hielo se desplaza... y se rompe formando rimayas, grietas, séracs.


A mediados del siglo XIX la superficie glaciada de la cordillera se estima que sería de unas 2.500 ha. A día de hoy no llega a 300 ha. El glaciar del Aneto, el de mayores dimensiones, tendría entonces 250 ha. y hoy no alcanza las 50. La reducción del volumen de hielo parece que ha sido aún más drástica, pero es difícil de cuantificar.
Aquella situación no era residual de la última glaciación que ya había terminado hacía más de 10.000 años, sino el resultado de un enfriamiento puntual conocido como Pequeña Edad del Hielo (PEH) que abarcó desde principios del s. XIV hasta mediados del XIX y que siguió a una época más cálida llamada Optimo Climático Medieval (OCM) durante la que probablemente habían desaparecido todos los glaciares pirenaicos.

A BOUWGMMAZ, EN EL ATLAS MARROQUÍ

A nuestro amigo Lahcen, que nos desveló los misterios de su valle.



El macizo del Mgoun era un destino próximo y extraño al tiempo, una buena elección para viajar diez días a nuestro aire. Avión a Marrakech y taxi a Azilal, ya bajo las montañas. Desde aquí sólo hay 60 kilómetros de pista de tierra hasta el valle de Bouguemez, base de nuestro circuito a pie.
Este es el breve relato de aquel primer viaje.

Mediodía canicular en el zoco de Azilal. El "transport en comun" -especie degenerativa de furgoneta que debe llevarnos- tiene todas las piezas del motor amontonadas encima de un saco. Ajustes de última hora, dicen en mal francés dos pies que asoman bajo el vehículo. Bultos y mochilas a la baca. ¡Todos a bordo! Cuatro, cinco, ocho, doce... diecinueve.
¿Por qué arrancamos cuesta abajo?: "batterie morte". ¡Por fin camino a las montañas! El combustible no alcanza hasta la primera gasolinera. ¡A tierra todos!, ¡a empujar!... En marcha de nuevo. Chirridos bajo los pies: el tubo de escape que arrastra; un poco de alambre. Curva a la izquierda, curva a la derecha, curva... golpe sordo en el frontal. Parada. Se despeja la polvareda, una oveja agoniza en la pista, el rebaño se dispersa. Hay que rematarla. Sólo hay una navaja, la nuestra. Seguimos. Demasiado esfuerzo y calor para el viejo radiador: fuente, parada; riachuelo, parada; acequia, parada... Cubos de agua al motor incandescente: "Pas problème". Hemos llegado muy altos y ahora bajamos a tumba abierta. No hay frenos. El motor relincha reteniendo la loca carrera. Más paradas. En cada una alguien salta, aún en marcha, y calza la rueda con una piedra. Precipicios a un lado. "Inch-Alá". Pasan las horas, no los kilómetros. Cae la tarde. Correa del ventilador rota. La de repuesto es demasiado larga; ajustada con la navaja, 300 metros, reajustada, 200 metros, cosida con alambre, 100 metros, una nueva de cuerda de nudos, 50 metros. Anochece. A la luz de la linterna todos hurgan bajo el capó. Arrancar en cuesta ha sido lo habitual, pero hacerlo marcha atrás impresiona -más precipicios- sobre todo porque ya no se ve nada. Hace mucho que nos sudan las manos aunque la temperatura ha caído en picado. Noche cerrada. Dormimos en la cuneta. Un alivio. Mucho frío.

A VUELTAS POR EL "3GLAV"

En su día, el gobierno esloveno recibió con sorpresa 4,5 millones de dólares de la administración Bush en agradecimiento por su apoyo en la guerra de Irak. En realidad le correspondían al gobierno eslovaco.
            Eslovenia es un joven y pequeño país que merece conocerse mucho mejor.


Iglesia de la Asunción y castillo de Bled, capital de los Alpes Julianos


Recorrido norte-sur por el parque nacional del Triglav
Situado al fondo del mar Adriático, al que se asoma solo con 46 kilómetros de costa, se incrusta como una cuña entre la Europa eslava, la germánica y la latina. Entre Italia y Austria, entre Hungría y Croacia. En las últimas estribaciones de los Alpes, donde la llanura Panónica se decanta hacia el  Danubio.
Un pueblo tan antiguo que, procedente de las estepas como otros pueblos eslavos, invadió el Imperio Romano en el siglo V. Tan joven como república que logró su independencia en 1991 al desgajarse de Yugoslavia tras solo diez días de escaramuzas militares. Mientras tanto, el resto de la federación se veía envuelta en una larga, sangrienta y vergonzosa guerra.
El euro del Triglav
En 2004 ya formaba parte de la Unión Europea y desde 2007 de la zona euro.
Un país tan pequeño que con 20.000 km2 no es mayor que Gales; su población, de apenas dos millones de habitantes, se dispersa en multitud de hermosos pueblos de madera; salvo en las escasas ciudades: Ljubljana la capital, Maribor, Koper…

APUNTES PARA UN DIARIO BEREBER

4,40 de la madrugada
Amezri, valle de la Tessaout (Alto Atlas)


Solo hace dos días que salimos de España y uno que hemos empezado a andar. Sin embargo, hoy nos parece estar muy lejos y desde hace mucho tiempo. No es la primera vez que visitamos estas montañas. Dos horas de vuelo low cost en dirección sur y algunas más en un “grand taxi” desvencijado, seis pasajeros y un conductor talibán que siempre remata cualquier afirmación con “Inshallá” –si Dios quiere-.
Es una suerte para nosotros que las montañas del Atlas estén ahí al lado y que a muchos de sus valles sólo pueda llegarse a pie; una suerte para nosotros. Pero para los bereberes que los habitan, Europa está tan lejos como la misma Luna.
Todos tienen nombres con resonancias lejanas: Aït Ouisadenne, Aït Mizane, Aït Affan, Aït Bouwlli, Aït Bouguemez… el prefijo aït- significa “tribu” o, para ser más exactos, “gentes de”, porque no hay diferencia entre lugareños y lugar. La tierra y quienes la habitan son una misma cosa.

La Tessaout debería ser sólo un hilillo de agua de fusión de las nieves del Mgoun, el segundo macizo de la cordillera después del Toubkal. Pero hoy que lo hemos cruzado tantas veces era un río caudaloso para estas áridas latitudes. El deshielo de abril hace su trabajo.
En Ichbakkan, en la parte baja del valle de donde venimos, los almendros ya han florecido. En Amezri, los nogales gigantes no han brotado todavía. No en vano estamos a 2250 m. de altura y la primavera, que poco a poco va remontando el valle, aún no ha llegado hasta aquí.
Andar es, sin duda, la mejor forma de llegar a la naturaleza pero puede ser, además, un acto de protesta, una modesta trasgresión de la motorización global. Así lo sentimos los caminantes aunque nunca renunciaremos a ella.

JÁNOVAS, QUE 30 AÑOS NO ES NADA


En el año 1984 Emilio y Francisca, últimos vecinos de Jánovas, abandonaron su pueblo un frío 20 de enero.

Así podría verse hoy la Ribera de Jánovas
Siempre habían vivido con la amenaza. Se había hablado del pantano desde tiempos de sus abuelos, pero otros valles del Pirineo más atractivos para la voracidad hidráulica desviaron la atención de la cuenca del río Ara.
Hasta 1951. Iberduero recibió la concesión y diez años después comenzaron las expropiaciones en los pueblos y tierras de la cuenca media del río. Diecisiete en total.  En Jánovas 150 familias.
Desde entonces la resistencia fue tenaz durante más de veinte años, a pesar de las magras indemnizaciones,  de la incertidumbre permanente, del abandono de muchos, del  derribo de las casas, el destrozo de los sembrados, el desalojo de la escuela, la creciente soledad, el corte final de la luz y el agua. Las gentes del Pirineo están acostumbradas a irse pero no a que los echen.
Pero el 20 de febrero de 1984 hacía demasiado frío en casa  de Emilio Garcés.
Pasaron otros veinte años, el pantano nunca se hizo y el  proyecto se abandonó por inviable. Tanto sufrimiento resultó desesperadamente inútil. Y nadie ha asumido responsabilidades.

DE CRUCES Y CABEZAS, DE MONTAÑAS E ISLAS

Para quiénes somos del Pirineo cualquier montaña que visitemos en cualquier lugar del mundo tiene en las nuestras la vara de medir. Las de Córcega, que se recorren en el famoso GR-20, son modestas por su altura pero duras por sus desniveles, resecas como un hueso en verano pero con pinares frescos y umbrosos, sus pocos refugios son vetustos pero acogedores. Todo esto esperábamos encontrar
Pero además, para los que somos de Huesca resultó una sorpresa encontrar por toda la isla una bandera que nos resultaba muy familiar. Como todas, pretendía ser seña de identidad y por tanto de diferencia y al final ha resultado serlo de común mediterraneidad.
Esta es la pequeña historia de este descubrimiento.

El estadio de la S.D. Huesca, que ahora milita en Segunda B, se encuentra a las afueras de la ciudad en unos llanos llamados de Alcoraz.
Hace ya más de mil años, en 1096, se entabló en ese lugar una batalla campal que iba a decidir la suerte de Uasqa, por entonces baluarte norte del reino taifa de Saraqusta, surgido del desmembramiento reciente del califato de Córdoba.

Aragón, condenado hasta entonces a ser, frente al gigante del sur, sólo un pequeño reino pirenaico, encontraba ahora su oportunidad. El rey Pedro I, tras largos años de asedio a la ciudad, enfrentó sus tropas en campo abierto a las de Al Mutsain II rey taifa de Zaragoza. Según la tradición, la intervención milagrosa de san Jorge resultó crucial, nunca mejor dicho, para el triunfo cristiano en la batalla.
El cerro próximo, donde al parecer había un castillo cristiano, se llama hoy de san Jorge, el estadio de la S.D. Huesca es el Alcoraz y su segunda equipación lleva sobre la camiseta blanca la cruz roja del santo guerrero, o cruz de Alcoraz. Cruz que, por otra parte, tenía gran difusión en la heráldica medieval, desde Georgia, de donde proviene, hasta Génova o Inglaterra.
El Seminario Permanente sobre Migraciones Internacionales y Extranjería de Aragón afirmó en su momento que dicha indumentaria alentaba a la violencia y era ofensiva, y pedía a la FIFA su retirada.