ISLANDIA, FUEGO Y HIELO

Fumarolas en Hrafntinnusker, desde las cuevas de hielo

El navegante griego Piteas, allá por el siglo IV a.C., describió una lejana isla más al norte de las Casitérides (islas Británicas), la del “fuego siempre luciente” y la llamó Thule. En el siglo IX piratas noruegos se refugiaron en ella dándole el nombre que hoy tiene, “tierra de hielo”, Iceland. En 1864 Julio Verne la imaginó para iniciar desde el volcán Snaefells, su “Viaje al Centro de la Tierra”. Hoy, las escasas carreteras que la recorren evitan ciertos parajes que se cree están poblados por los elfos.
Misterio, fuego y hielo. Un lugar donde el mundo, si fuera plano, terminaría de repente.





Perfil del Laugavegur

La entrada a la isla se hace por el aeropuerto de Keflavik, unos 45 kms. al oeste de Reykjavik. Únicos nombres pronunciables en una lengua de imposibles sucesiones de consonantes, algunas nórdicas, sazonadas de diéresis.
Desde la capital parte la carretera N1 que rodea la isla próxima a la costa. Para adentrarse en el interior hay que recorrer pistas, caminos y sendas; sortear volcanes y géiseres mesozoicos, evitar cumbres y glaciares cuaternarios, vadear ríos y lagos primigenios, atravesar desiertos y tundras circumpolares.
Pero, ¿qué recorrido elegir que se adecue a unas cortas vacaciones en un territorio del tamaño de Portugal que los ofrece a cientos? ¿Cómo organizarlo con nuestro siempre escaso presupuesto en el país más caro de Europa? Sin duda el mejor y de la mejor manera: el trekking Laugavegur con todo en la mochila.
Para el turista, Laugavegur solo es la calle más comercial y concurrida de la capital, pero para el viajero es uno de los recorridos de montaña más espectaculares del mundo. Parte del corazón de la isla hasta su epidermis; desde el paraje lacustre de Landmannalaugar hasta el bosquecillo de Thórsmörk. Casi sesenta kilómetros por la Fragua de Vulcano, a los que se aconseja añadir otros veinticinco para cruzar los Hielos Continentales y llegar así hasta Skogar y el mar.

Sin prisas, de refugio a refugio, con la extraña compañía del interminable día  del verano boreal. Pero también azuzados por el impenitente viento racheado, la lluvia inmisericorde y el frío ártico de los 66º 33´ N. del cercano Círculo Polar.


1ª JORNADA: TERMAS DE LANDMANNALAUGAR

LOS SEDOS, CAMINOS DEL VÉRTIGO


Gregorio Pérez "el Cainejo" 
en los sedos de Oliseda, canal de la Jerrera (recreación)
He mirado un buen rato la gran bóveda de la cueva de Ozania. El viejo Juanín, que pasó aquí tantos días protegiendo su rebaño de la tormenta, dijo que había pinturas muy antiguas. No he visto más que lo que mi imaginación ha querido ver en las anfractuosidades y humedades de la roca, alta como una catedral.
Vamos camino del Jou Lluengu, en la vertiente occidental del macizo del Cornión en Picos de Europa.
Al resguardo de la balma aún quedan las ruinas de un aprisco para el ganado. Afuera, la canal se precipita como un tobogán de hierba tumbada hasta el río Dobra, setecientos metros más abajo.
Las cabras de Amieva ya no pastan en estas pendientes de vértigo. Cuando lo hacían no podían subir hasta aquí desde el puente del Restaño porque la canal de Ozania se estrecha pronto y luego los cortados la cierran por completo. Juanín debía conducirlas dando un largo rodeo para salvar el cordal de los Llastrales por la Muda de Ozania subiendo más de mil metros para luego entrarle por arriba.

Nosotros venimos desde abajo abriéndonos camino entre los bosquecillos de avellanos y los bloques que ciegan el cauce. Luego hemos salvado los cortados por el único sitio posible: los sedos de Ozania. Hoy apenas se reconocen desde que Juanín dejó de usarlos cuando bajaba a por provisiones hasta Amieva. Sabía que sus cabras no irían a ningún sitio hasta su vuelta.

Sedos de Ozania

... LA BIBLIA EN PASTA


No suelo ordenar el trastero pero lleva camino de convertirse en el tonel de Diógenes montañero.
He empezado a tirar algunas cosas, unas en desuso (esquís estrechos como tablitas), otras rotas (bastones de tres tramos con solo dos), algunas caducadas (la cuerda de escalada con la que remolqué el coche) y además viejas (un arnés integral de color naranja que fue la bomba); cosas que nunca funcionaron cuando fue necesario (el maldito infiernillo de fuel) o que dejaron de hacerlo hace ya mucho (frontales pesadas como focos de cine), algunas inútiles por completo (los sobres de calor químico para los pies) o ya inutilizables (mi vieja mochila de cordura tapizada de moho).

¿Y qué hacer con el llamado material duro?: empotradores mil, bong-bongs gigantes, tornillos sacacorcho, friends de remota generación, mosquetones de hierro, el viejo ocho…  clinc, clinc, clinc. Al meter mano a la ristra de clavijas ha aparecido ésta. Vieja, oxidada, torcida clavija Cassin. Ninguna otra más merecedora de ir a parar con todo lo demás al contenedor del punto limpio. Pero no, la clavaré en un canto de río y la usaré como pisapapeles. Lo mismo pensé hace muchos, muchos años.

Hay cosas que no se olvidan pero que por fortuna no se recuerdan todo el tiempo. Hasta que algo, esa clavija, da en la conexión neuronal adecuada.
Ahora recuerdo la primera vez que vi una montaña de verdad. He visto luego muchas otras más altas, más lejanas, más famosas, pero ninguna me ha impresionado tanto como el Mont Blanc emergiendo por encima de las nubes, la primera vez.