MONTAÑAS REPETIDAS

Pica de Peñamellera, Picos de Europa

Veo por enésima vez el logo de la Paramount en la pantalla gigante del cine de verano. Cerca ya de la medianoche, el último resplandor del ocaso a finales de junio aún se intuye entre los árboles. Pero ya no le quita intensidad al proyector que lanza la ristra de estrellas que se enrosca alrededor de la aguda montaña nevada que introduce todas las películas de estos estudios. En el cajón de peliculero de nuestra memoria colectiva todos guardamos esta imagen junto con el león ruigiente de la Metro o la diosa con antorcha de Columbia aunque nunca han sabido mucho qué hacer juntos. El animal y la chica en la montaña no han dado para una buena película.
A mí me gusta esa montaña, con su ladera blanca y soleada a la izquierda y su pared -¿será la norte?- rocosa y sombría a la derecha. Y enfrente, entre esos dos mundos, la arista por donde, seguro, discurre la vía de escalada hasta su cumbre, encima de las nubes.
Dicen que se parece al Artesonraju, una montaña andina de 6025 metros en la Cordillera Blanca del Perú –aunque entonces la pared en sombra sería la sur por aquello del otro hemisferio-.
¿El parecido es intencionado o casual?


La denominación de pico como la forma prominente más alta de una montaña resume nuestra pasión: llegar arriba; alcanzar esa cota que tiene, aparte de altura, un componente estético en su perfil agudo que le añade dificultad técnica. No importa que sea un diente dolomítico, el cono de un volcán, un horn alpino o una pirámide himaláyica.
Nuestra obsesión por estos remates de la orografía, que cualquier otro ajeno a este mundo montañoso no es capaz de identificar, nos lleva a interiorizar sus perfiles singulares y a sorprendernos al descubrir en cordilleras lejanas, y otras veces ahí al lado mismo, que esas formas familiares y únicas no lo son tanto porque allí hay una montaña gemela.

¿Las montañas se repiten? El isomorfismo.
El geógrafo y montañero Eduardo Martínez de Pisón lo explicó en su libro “Cuadernos de montaña” y lo hizo con espléndidos dibujos a plumilla más allá de los farragosos textos eruditos: Sí, se repiten porque no puede ser de otra forma.
El Naranjo de Bulnes tiene un hermano, si no gemelo al menos pequeño (sólo 912 m.) en las mismas estribaciones de los Picos de Europa: el pico Tiolda, perfectamente visible desde el desfiladero de la Hermida y que confunde a tantos turistas ansiosos por descubrir las montañas más famosas sin salir de fondo de los valles.
No es una casualidad –entre tantas cimas alguna deberá parecerse a otra- porque el fenómeno se repite con demasiada frecuencia. Tampoco es una obsesión de unos pocos locos de las cumbres, porque les pasa a muchos que están medianamente cuerdos.
Pisón no lo nombra pero seguro que conoce otro pequeño Naranjo, otro “Piquín de Urriello” subiendo por el valle del Duje hacia Sotres. Y los tres sin salir del Parque Nacional de los Picos de Europa.

Basta mirar con un poco de atención más allá de la pantalla de nuestra cámara fotográfica, o de nuestro móvil o nuestro GPS que también sacan fotografías, más allá de los materiales litológicos que conforman estas montañas y con el viejo lápiz y bloc de notas trazar las líneas que marcan sus fracturas primigenias. Las que se originaron cuando el impulso geológico fue elevando estas montañas a lo largo de millones de años desde el fondo de los mares, antes de que la erosión con la misma pero inexorable lentitud las configurara como los picos que reconocemos hoy tan fácilmente.
Esos planos estructurales de fractura adoptan en la superficie de las montañas formas reticulares de diferentes tipos; en cruz, en X, en V, en W, en M… Son las líneas, o mejor los planos de debilidad donde el agua y sobre todo el hielo actúan desmoronando la montaña; y los derrubios que caen y las forman de la montaña que quedan, adoptan no sólo un aspecto particular y reconocible, sino, en similares condiciones de “geometría fractal”, también repetible.
Pico Balalakaia ¿o Cervino?
Por esto el Kangchenjunga (8586 m.) por su cara norte se parece tanto a la sur del Aconcagua (6962 m.). O más cerca, el Jalovec (2645 m.) es un Vignemale (3298 m.) en Eslovenia. O más famoso, el Cervino (4478 m.) que a tantos “otros Cervinos” ha dado lugar, en las Rocosas candadienses (el Assiniboine, 3618 m.), en el Cáucaso (el Belalakaia, 3861 m.), o aquí al lado en las montañas de Riaño (el Gilbo, 1677 m.), o en la sierra de Aralar (el Txindoki, 1392 m.).
La revista Grandes Espacios (abril 2015) ha propuesto una veintena de “Cervinos” y Desnivel ha convocado a sus lectores para que localicen más en nuestra geografía peninsular. Me temo que la mayoría sólo tienen un parecido razonable y sus descubridores el deseo de “un Cervino en casa”.

La Pica de Peñamellera es otra cosa
A la altura de Panes en dirección al río Cares, la visión de esta pequeña montaña de 785 metros no ofrece dudas al respecto. Tiene el mismo perfil inconfundible que el Matterhorn desde Zermatt. Incluso la ruta de acceso sube por su particular arista de Hörnli, con algunas trepada de IIº. La primera ascensión documentada a este baluarte la realizó el 10 de julio en 1890 el conde de Saint-Saud que tanto cartografió los Picos de Europa como los Pirineos.
Probablemente no subió a esta cumbre menor por parecerle un Cervino local, sino como atalaya inmejorable para sus estudios cartográficos por la zona. Parece que, aparte su talante montañero, le movía el encargo secreto del Alto Estado Mayor francés de colaborar en la actualización y mejora de la cartografía militar de su país y de su entorno.
La humillante derrota en la guerra franco-prusiana de 1870 se debió en gran medida a la superioridad cartográfica alemana. El espíritu de revancha de estos años de Paz Armada imponía subsanar esta deficiencia para cuando llegara el momento. A Saint-Saud le correspondió adentrarse en esta zona desconocida de la cordillera cantábrica.

La película de la Paramount lleva ya un rato rodando y no sé de qué va. Hace una temperatura agradable. Lo que sí sé es que el logotipo de los estudios, la Majestic Mountain, nada tiene que ver con lo escrito hasta ahora. Tal como hoy lo conocemos con ligeras variaciones, se creó en 1954 cuando se quiso actualizar el viejo que a principios del siglo XX dibujó, o mejor garabateó, uno de los fundadores de la cinematográfica, W. W. Hodkinson, recordando la montaña de su niñez en Utah, el Ben Lomond. No se le parecía en nada. Éste, al menos se parece, al Artesonraju.

MONTAÑAS EN EL MAR

Por el techo de Córcega



“…los pinos desmesurados ampliaban sobre nuestras cabezas una bóveda gimiente, crecía una queja continua y triste, mientras que a derecha e izquierda sus troncos finos y rectos formaban una armada de tubos de órgano de donde parecía salir esta música monótona del viento en las cumbres…”
Guy de Maupassant, 1880


Córcega no es la isla más grande del Mediterráneo pero sí la más accidentada; no en vano es la continuación del gran arco de los Alpes que, tras sumergirse en el mar de Liguria, aflora a la superficie desde cabo Corso hasta el estrecho de Bonifacio. Los griegos la llamaron “kallisté”, la más bella.
Un famoso recorrido a pie, el sendero GR-20, cabalga estas montañas por su línea de cumbres a lo largo de más de doscientos kilómetros.
Kilian Jornet lo re-corrió en el tiempo récord de 32 horas y 54 minutos; demasiado deprisa para no pisar las flores.
Le Parc Naturel Regional de Corse recomienda dedicarle quince días; demasiado tiempo para no hartarse de ellas.
Suficiente una semana o poco más, de cinco a diez horas de marcha diaria, de refugio en refugio, por su mitad septentrional la más agreste y hermosa, preferiblemente en sentido norte con la dureza de las jornadas de menos a más y el sol siempre a la espalda…


…DE VIZZAVONA A CALENZANA
Notas diarias

0.- La estación de juguete
El tren de una isla, condenado a no encontrar jamás una salida, tiene siempre la orfandad de los trenes de los parques de atracciones. El único tren de Córcega, el Trinighellu –trenecillo en corso- a duras penas remonta renqueante la cordillera entre Bastia y Ajaccio, principales puertos donde recalan los ferrys. En lo alto ya no puede y debe cruzar el Col de Vizzavona bajo tierra. Frente a la boca este del túnel está “la gare”, la última estación, y en torno a ella algunos albergues y cafeterías. A la sombra del bosque y bajo los 1500 m. de la rocosa cara sur del Monte d´Oro.
Si has llegado en barco, que es la mejor forma de llegar a una isla, éste es un buen lugar para descansar del viaje y comenzar la andadura del GR-20 Norte.

1.- Los juegos del agua
Remontar el valle de Agnone hasta el Col de Muratello supone salvar el máximo desnivel positivo del recorrido. En la canícula del verano corso, el río junto al camino es una irresistible invitación al baño: bajo las cascadas deslizantes por las lajas de granito, en las marmitas donde se remansan sus aguas: la Cascada de los Ingleses, el Velo de la Novia, la poza de Spade… Las nubes de evolución, como lo harán después todos los días, crecen sin parar hacia lo alto como yunques blancos preparando la tormenta vespertina.
Como siempre, debiste madrugar un poco más.

2.- En equilibrio sobre la isla
La Sierra de Tenda no es ni alta ni esbelta. No es la torre de la arquitectura montañosa de la isla; pero sí la cumbrera de su tejado. Sobre ella se transita toda la etapa como un funambulista sin riesgo. A la derecha, al amanecer, Elba flota sobre la plata fundida del mar Tirreno como un espejismo. A la izquierda, el golfo de Sagone permanece aún en la sombra y, aparentemente suspendidos en el aire, los ferries blancos y amarillos se aproximan a la costa desde Marsella, Toulon o Niza.
En ningún punto del recorrido dejarás de sentir la proximidad del mar.

3.- ¡Todo un espectáculo!
Por fin llega la auténtica alta montaña. El circo de Capitello es el escenario más salvaje de la travesía. Impresiona cuando se despliega de repente al coronar la Bocca Muzzella. En su fondo, el umbroso valle de la Restonica que desemboca en Corte vieja capital de la isla, a esas horas de la mañana seguirá envuelto en la penumbra. Pero al tiempo todo resulta familiar: las cubetas escalonadas de sus lagos –Rinoso, Melo, Capitello- de origen glaciar como tantos similares de los Pirineos; las crestas por donde transita el recorrido, recortadas por las dentelladas de un gigante como los Cuchillares de Gredos.
Sospecharás que el Cíclope aún deambula por la isla.
           
4.- La montaña apacible
Tanto que, en el Pianu de Campotile, las aguas indecisas no saben por qué vertiente decantarse. Después vienen los últimos bosquetes de hayas y abedules, de tejos y acebos. Las turberas, que aquí llaman pozzines, van bebiéndole el agua al bucólico lago Ninu, mientras los terneros recién paridos y los caballos trotones se refrescan en los pastos. Ignorantes de que sus pastores van camino de convertir las bergeries de Vaccaghia, de Radule, de Tula… en chiringuitos de montaña.
Más adelante, en las soleadas laderas del Col de Vergio, los pinos laricios endémicos de la isla crecen y crecen hasta los cincuenta metros adoptando en su madurez centenaria un singular perfil de espantapájaros.
No esperes que nadie los tale. Muertos por el tiempo o abatidos por el rayo cortan el camino como esqueletos sin sepultura.
           
5.- El Cervino de Córcega.
Subir a las cimas no es el objetivo prioritario del recorrido y el Paglia Orba –“la Rampa”- ni siquiera es la más alta de la isla. Pero es la más hermosa y el refugio de Ciuttolu di i Mori, está justo debajo. Podrán subirse o no otras próximas al camino –monte d´Oro, Pinzi Corbini, Rotondo, Corona…- pero sería imperdonable dejar de lado el Paglia Orba al comienzo de una etapa corta y cómoda. Bastará con no perder la sinuosa ruta que, marcada por hitos que buscan los punto débiles de la montaña y sin rebasar nunca el IIº sobre excelente roca, nos depositará junto a la cruz de la cumbre.
La montaña, al amanecer, puede que te conceda el espectáculo de su sombra triangular proyectándose hacia el oeste sobre el mar.
           
6.- La soledad frustrada.
El paso por circo de la Solitude es la llave del recorrido. No hay variante posible en esta etapa mineral, la más temida y esperada. Lo tiene todo, es hermosa, impresionante y dura; pero en modo alguno solitaria. El circo es un cuello de botella donde confluyen y atascan las riadas de excursionistas, vengan del norte o del sur.
Son doscientos metros de descenso hasta su fondo para bordear los contrafuertes de la punta Minuta, y otros tantos de ascenso hasta la Bocca Tumasginesca. Vertiginosos pero protegidos por cadenas y escaleras que facilitan las cosas a una multitud cuya algarabía rebota entre las grandes paredes.
En pocos lugares  encontrarás un ambiente de montaña tan severo a poco más de 2.000 m. de altitud.
           
7.- El reino del granito
En el circo de Bonifatu, en la confluencia de tres valles: Carozzu, Spasimatta y Ladroncellu, los barrancos deslizan sobre un granito duro como el acero en el que ni con los años queda un solo arañazo. Las gigantescas lajas se imbrican en un tejado geológico que es la delicia de los finos escaladores por adherencia y las vertiginosas fisuras que las recorren hacia lo alto son un sueño para los escaladores atléticos.
En este Yosemite a escala insular, a los simples caminantes como tú os dolerá el cuello de tanto mirar hacia lo alto.

8.- ¿Es este sendero un GR?
Después de más de una semana de caminar, al salvar el Col d´Avartoli en lo alto del circo de Bonifatu, se puede responder a esta pregunta. Si un GR es por definición asequible a cualquier persona habituada a andar y, aunque dure varias jornadas con el alojamiento y avituallamiento adecuados, se evita cargar una pesada mochila, entonces el GR-20 no lo es ni de lejos: por eso sólo el 30 por ciento de quienes comienzan lo terminan.
Si has llegado hasta aquí serás uno de ellos.

9.- Por fin el mar.
Al cruzar la cresta del Funu aún quedan 1400 metros de desnivel hasta el primer pueblo pero se divisa ya el mar de Liguria y la bahía de Calvi en la costa norte de la isla a apenas una docena de kilómetros. Atrás van quedando los ecosistemas de montaña hasta alcanzar la franja costera plenamente humanizada: el impenetrable maquis, los primeros olivos, los bancales abandonados, el terreno calcinado por el último incendio.

Y al final, Calenzana, donde seguro que alguien estará comenzando su sueño del GR-20 en dirección sur, cuando tú ya estarás despertando del tuyo.



EL ÚLTIMO GLACIAR DE PICOS YA ESTÁ MUERTO

El helero del Jou Negro sólo es su fantasma



En Picos de Europa “jou” significa “hoyo” y equivale a depresión glaciokárstica resultado combinado de la acción del glaciarismo cuaternario y de la disolución y hundimiento posterior de la masa caliza.
El calificativo de Negro hace referencia a lo umbrío de ese lugar orientado al norte que ha favorecido la acumulación y conservación de la nieve.
Fue no hace mucho un pequeño glaciar de circo que desarrolló, en su lento movimiento, una destacada morrena frontal.
En la actualidad, pese a conservar hielo glaciar estratificado, ya no se mueve, por lo que ha quedado reducido a la condición de helero permanente… a la espera de mejores o peores tiempos, que de todo ya ha tenido.


Unas nociones sobre glaciarismo cuaternario.
Al terminar la cuarta y última (por ahora) glaciación los hielos que cubrían la mitad norte de Europa se fueron retirando poco a poco hacia latitudes más altas, y los que ocupaban nuestras montañas se fueron refugiando en las cotas más elevadas y en las orientaciones más favorables.
Pero estas glaciaciones no han sido uniformes y han presentado periodos templados intercalados de incluso miles de años de duración  La última, también llamada Würm, con una duración de unos 100.000 años tuvo tres de estos interestadios templados, que la fragmentaron en Würm I,II,III y IV.
Como es lógico, todas estas alteraciones, supusieron avances y retrocesos de los aparatos glaciares, especialmente sensibles a los cambios climáticos, sobre todo en latitudes y alturas límite como son las de nuestras modestas montañas peninsulares.
De la época más fría del Würm -máximo glacial- quedan grandes restos en toda la Cordillera y en Picos, sobre todo en su macizo Central: valles en U como el del Cares y el Duje, morrenas como la Lomba del Toro en Áliva o la de Pido en Fuente De, lagunas glaciares como las de Lloroza, rocas aborregadas, lomos de ballena, bloque erráticos… aunque todo ello mucho más modificado que en otras montañas, como Pirineos, por la fuerte karstificación.
Hace unos 15000 años comenzó el periodo templado interglaciar en el que nos encontramos hoy. También aquí las temperaturas templadas dominantes han sufrido pulsiones frías en unas ocasiones y cálidas en otras. Las dos más conocidas por situarse ya en época histórica han sido el OCM, (Óptimo Climático Medieval de los siglos IX al XIII) y la PEH (Pequeña Edad del Hielo de los siglos XIV al XIX).
El OCM presentó temperaturas tan altas que llevaron la vid a Inglaterra y la vegetación a Groenlandia. Probablemente entonces todos los glaciares de la Península desaparecieron. Con toda seguridad en los Picos de Europa no quedaron ni los heleros.
Después, la PEH, con un descenso medio de las temperaturas de entre 1 y 2ºC, reactivó el glaciarismo en los altos circos de los Pirineos Centrales desde el Balaitus al Mont Valier, en los “corrales” como el del Veleta en Sierra Nevada y en algunos “jous” de Picos.
Desde comienzos del siglo XX, un nuevo calentamiento, acelerado en las últimas décadas por la intervención humana, los ha hecho desaparecer de nuevo en los últimos escenarios, los más frágiles por altura y latitud, y el mismo camino llevan los pirenaicos.