PIRINEOS Y FRONTERAS

Hospice de France, al pie de los puertos en el lado francés. Grabado decimonónico.
(Arch.Fundación Hospital de Benasque)

Mi abuelo cruzó las montañas catorce veces seguidas para trabajar catorce inviernos en Francia. Esas montañas eran la frontera política que separaba dos países desde el tratado de los Pirineos (1659). Pero las gentes de ambos lados siguieron unidas por esas montañas, como siempre, sintiéndose más montañeses que españoles o franceses.
A principios del siglo pasado, el valle de Benasque era aún  un mundo aparte, cerrado al llano por el estrangulamiento del congosto de Ventamillo que forzaba a sus gentes a la autosuficiencia. Y algunos como mi abuelo, al frente de una casa modesta, difícilmente llegaban ni a eso, lo que les condenaba a largas y lejanas migraciones hacia el sur (a la isla de Fernando Poo en África ecuatorial como se ha estudiado en Guinea en patués o recreado en Palmeras en la Nieve) o hacia el norte a otras más cortas y cercanas (cruzando los puertos y bajando hasta Luchón, donde el ferrocarril era la puerta a Europa).
Pero los motivos del trasiego constante eran más variados que los meramente económicos. En un sentido o en otro, siempre han ido y venido pastores, contrabandistas, buhoneros, exiliados, pirineistas, cazadores, muleros, soldados, peregrinos… porque no pueden ponerse puertas al monte cuando éste tiene puertos.


Estoy en la cima del Mall PIntrat o Mahl del Port Bielh (pico del Puerto Viejo, 2.851 m.). El mejor mirador sobre los Llanos del Hospital, la Maladeta, el Perdiguero… con el permiso del popular y atestado Salvaguardia). Estoy solo.
Al norte veo claramente el paso del puerto Viejo que justifica su nombre (también se llama de los Caballos, 2.635 m.) por ser el más antiguo de los usados para alcanzar el valle de Lys por el lago Célinda (hay nombres que por sí solos justifican una visita). En el lado francés, los restos de un cuidado pavimento delatan su origen romano. A pesar de su considerable altura debió ser un aceptable camino de caballería como su segundo nombre parece que indica.
A finales del s. XII y para atender a los viajeros se construyó, en el llano de donde arrancaba junto al río Ésera, una hospedería y una capilla anexa. Románica. Se han excavado recientemente sus restos que son bien visibles. Este llamado Hospital Viejo fue encomendado a los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén (orden de Malta). Hospedaje, hospitalidad, hospitalario, hospital. Llanos del Hospital de Benasque.

Poco después, este antiguo camino entró en declive siendo sustituido por el que pasa por el cercano puerto de La Glera (o de Gorgutes, 2.367 m.)
Por qué este cambio lo explica en apariencia la diferencia en altura entre ambos pasos, pero no debió ser así cuando tardó tanto en hacerse y el abandono del primero fue completo. Además, la fuerte bajada del nuevo camino por el circo de la Glêre exigió un costoso acondicionamiento y aún así no quedaba libre de riesgos, sobre todo con nieve.

Glaciar rocoso bajo el Port Bielh (Puerto Viejo)
Como hipótesis, es más que probable que durante el siglo XIII el camino del puerto Viejo quedara intransitable en su zona alta debido a las consecuencias del enfriamiento climático conocido como Pequeña Edad del Hielo (P.E.H.). Hasta entonces, durante siglos de calentamiento (Óptimo Climático Medieval, O.C.M.), probablemente ya habían desaparecido los glaciares pirenaicos que en ese momento se reactivaron. Esta época fría duró hasta el siglo XIX cuando volvieron a subir las temperaturas y numerosos glaciares volvieron a desaparecer y los que aún quedan están condenados a hacerlo en breve. Según testimonia claramente el amplio arco morrénico que hoy se extiende entre el pico Estaouas y el Pintrat, un pequeño glaciar de circo debió cerrar por completo el paso al puerto Viejo por la vertiente española (N.E.). De él solo queda un glaciar rocoso relicto.

Desde el siglo XVII otro paso fue cobrando protagonismo, el puerto Nuevo o Portillón de Benasque (2.444 m.) para el que se excavó un camino de acceso directo por Peña Blanca e incluso se amplió a pico el estrecho tajo natural. Las caballerías pasaban cómodamente con sus alforjas cargadas de mercancías o de turistas snobs en los albores del montañismo; desde el Hospital de Benasque o desde el Hospice de France, que hay uno en cada vertiente.

Muy cerca, hacia el este, y prácticamente a la misma altura, se abre el cuarto paso fronterizo: el puerto de la Picada (2.470 m.) que permitía acceder al valle de Arán que, por cierto, está en la vertiente francesa de los Pirineos. Allí, en el Güel de Joéu, afloran las aguas de fusión del glaciar del Aneto que debían ir al Ésera, vertiente mediterránea, pero que, desapareciendo en el Forau de Aigualluts, cambian de vertiente para sumarse al Garona. el  gran río atlántico . Ni las aguas respetan los dictados de las fronteras.
Un Hospital Nuevo se había construido ya al otro lado del llano. Fue arrasado por las avalanchas al menos en dos ocasiones hasta que se le encontró un lugar más seguro que es que es el que hoy ocupa.
Terminada la guerra civil, el cierre de la frontera condujo a su abandono y a su ruina. Sólo en los últimos tiempos se ha reconstruido como establecimiento hotelero que, de alguna manera, sigue cumpliendo su viaja función.

Grupo de turistas franceses cerca del Puerto de Benasque. 1900.
Al fondo a la derecha, el Mall Pintrat  (Arch.Fundación Hospital de Benasque)

Desde la cima del Mall Pintrat veo estos cuatro accesos históricos y los Llanos del Hospital de donde parten. Veo la pequeña carretera de acceso restringido que se adentra hacia el este hasta la Besurta, al pie de los montes Malditos y la vía muerta de la llamada “carretera de Francia”. Pienso que hasta 1912 el transporte rodado no entró en el valle rompiendo el congosto de Ventamillo y que, desde entonces, sus habitantes han soñado con un túnel que cruzara la cordillera por donde ésta es más poderosa. Pero las promesas de los políticos de un lado y otro han quedado en eso y posiblemente no se materialice jamás. No importa, porque las gentes siguen atravesando los Pirineos más que nunca saltándose una frontera que solo está dibujada en los mapas.
Hoy, en verano, puede cruzarse a pie cualquiera de estos pasos históricos y bajar hasta Bagnères de Luchon para regresar al valle cómodamente en autobús por el túnel de Viella.
E incluso pueden sobrevolarse estas montañas desde el pequeño aeródromo de Castejón de Sos y aterrizar en Luchon para tomar el vermut en algún velador del paseo des Allées d´Etigny.

Pienso en esto y en los “duros de plata” ganados trabajando en Francia y que me regaló mi abuelo. Tienen los perfiles de Alfonso XIII, Alfonso XII y alguno incluso de Amadeo de Saboya. Porque entonces no importaba el lado de la frontera o quién figuraba en el anverso, la moneda valía lo que valía el metal del que estaba hecha. Como las personas, decía.

LAS ESCALERAS EN EL ENTRENAMIENTO DE MONTAÑA

(Mi caso)

Vivo en un pequeño chalé “acosado” por otros dos que lo comprimen haciéndolo estrecho y alto; de tres plantas. Mi cubil está en el ático, bajo cubierta. Dos tramos de escalera, 32 escalones en total, que subo y bajo todos los días en numerosas ocasiones. Desde hace más de veinte años.
Entonces pensé, qué caray, me viene de perlas para mantenerme en forma para subir montañas. Y lo he seguido haciendo, lo uno y lo otro, durante todo este tiempo.

Sin embargo, a día de hoy, no creo que mi pareja considere que haya servido. Al menos no para tonificar mis glúteos o quemar grasas de la zona abdominal. Y mi médico me advierte de que mi tensión arterial y el nivel de colesterol se aproximan a los límites de empezar a atiborrarse a pastillas según recomiendan las farmacéuticas. Y por más que me peso en una báscula de precisión sin haber comido, deshidratado tras bajar del monte y escurrido tras la ducha, los dígitos no dejan de subir. Año tras año.

Un pequeño recuento da idea de mi titánico pero inútil esfuerzo.
Siendo muy conservador calculo que subo a la tercera planta al menos diez veces al día. Redondeo para facilitar la operación matemática y no cuento las veces que subo a la segunda planta, donde está el baño, y que son cada vez más.
10 veces X 5,5 metros (los 32 escalones) son 55 metros, que X 365 días (obviaré los bisiestos) son unos 20.000 metros anuales y que por X los dichos 20 años (en realidad son más) hacen un total de más de 400.000 metros verticales… y sin salir de casa.
Más de 400 kilómetros de subida (y bajada luego). De haberlos hecho en una escalera sin fin (que tendría 1.168.000 escalones) me habría pasado de largo la Estación Espacial Internacional que orbita a 320 kilómetros (a 934.400 escalones por encima de mi salón).

En fin, es lo que hay. En unos años, destrozadas las rodillas, tendré que montar en la escalera una silla elevadora que me propulse por un carril en espiral hasta mi ático. Aunque para entonces, calculo que ya habré entrado en órbita lunar.

EL CERVINO DESDE EL OTRO LADO


 
Foto histórica en la arista del Leone por encima de la antigua cabaña Luis Amadeo

El 14 de julio de 1865, ahora hace 150 años, Edward Whymper y sus improvisados compañeros alcanzaron por primera vez la cumbre del Matterhorn por la arista de Hörnli; una ruta apenas intentada antes por su apariencia inaccesible vista desde Zermatt y a la que el inglés se enfrentó esta vez sin la ayuda de su guía habitual, el italiano Jean-Antoine Carrel. La gloria.
El descenso es de sobra conocido por la muerte de cuatro miembros de la cordada y el subsiguiente proceso judicial que se instruyó contra Whymper en relación a la cuerda que se rompió. La tragedia.
Hasta aquí la efeméride que todos los medios han celebrado.

Matterhorn-Cervino, divisoria Suiza-Italia y las cuatro aristas
La geografía aclara algunas cosas…
No hay otro perfil de montaña más universalmente conocido que el del Cervino. Aunque esto no es del todo cierto, porque ese perfil solo se ve desde Zermatt y allí la montaña se llama Matterhorn. Es decir, aunque nosotros usemos corrientemente la denominación italiana, la más bella imagen de la montaña es suiza.
Sus cuatro aristas (Hörnli, Zmutt, Leone y Furggen) confluyen a 4.473 m. de altura en plena divisoria de aguas de la cordillera, sobresaliendo más de mil metros sobre los collados circundantes, en la frontera entre el valle de Mattertal al norte y el de Valtournenche al sur.
Pero las simetrías geológicas ya no coinciden con las políticas: dos aristas (Hörnli y Zmutt) y tres caras de la pirámide (oeste, norte y este) son suizas; únicamente la cara sur es completamente italiana, porque las aristas que la delimitan (Furggen y Leone/Lion) son compartidas. Es decir, puestos a cuantificar hay más Matterhorn que Cervino.

… y la historia aclara otras.
En los años sesenta del siglo XIX, cuando se conquistó la montaña, Suiza era un estado consolidado, más por su reconocida neutralidad internacional desde las guerras napoleónicas que por su uniformidad nacional en nada favorecida por la orografía. No precisaba de símbolos que reafirmaran esta unidad diversa porque cada suizo lo era de su cantón y de su valle, así hablaran alemán, francés, italiano o romanche.
Sin embargo, su vecino del sur, en plena efervescencia nacionalista (Il Risorgimento), por entonces aún no era Italia. El reino de Piamonte-Cerdeña había conseguido aglutinar a buena parte de los italianos en un reino de Italia incompleto con capital en Turín, porque Venecia, Trentino, Istria y otros “territorios irredentos” seguían en manos del imperio austro-húngaro y Roma en las del Papa.
Piamonte (aquí, en los Pirineos, diríamos Somontano) al pie de los Alpes en el alto Po, el reino motor de la unificación, tenía sus límites geográficos bien marcados por el arco occidental de la cordillera alpina desde que cedió a Francia los territorios de Saboya al otro lado de los montes. Para reafirmar esta frontera se promovieron desde la política la exploración y la conquista de sus cimas. El Cervino era la última de las grandes que quedaba. A ese empeño se dedicaron del rey abajo, todos.

Víctor Manuel II encabezó el proceso unificador desde su corte turinesa. Había apostado por un liberalismo moderado que preservase la monarquía, descartando el republicanismo democrático de Garibaldi y el reaccionario proyecto confederal del abate Gioberti. El que sabe nadar entre dos aguas suele mantenerse a flote.
En 1860 estaba claro que la frontera norte del nuevo país iban a ser los Alpes, pero habría que esperar seis años para arrebatar el Véneto (Alpes Julianos) a los austriacos y aún cincuenta más para el Trentino-Alto Adigio (Dolomitas).
La casa de Saboya no era indiferente al horizonte montañoso de su país originario como frontera política y tampoco como espacio de aventura.

Cabaña Luis Amadeo de Saboya (1905) en la arista del Leone
En relación a lo primero es evidente el determinismo geográfico de la nación italiana perfectamente delimitada por la península itálica, sus islas (la Córcega francesa es la anomalía) y la llanura padana cerrada por los Alpes, lo que es una gran ventaja en relación a otras “naciones abiertas” como, en esos mismos momentos, es Alemania, también inmersa en su propia unificación pero que, en plena llanura centroeuropea y sin límites geográficos claros presenta tendencias expansivas sobre sus vecinos que aseguren su territorio.
En relación a lo segundo, fue durante este reinado cuando se fundó el Club Alpino Italiano (CAI) a imitación del suizo (SAC) y que, como otros (el alemán -DAV- o el catalán -CEC-), no estaba exento de cierta carga nacionalista.
Hay que recordar al nieto del rey (hijo de Amadeo I) Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzzos, gran explorador y montañero.
Hoy el refugio del Gran Paradiso lleva el nombre de Vittorio Emanuele II y el de la vertiente italiana del Cervino el de Duca degli Abruzzi (hay otro más en el Gran Sasso, Apeninos).

Refugio Quintino Sella en el macizo del monte Rosa
Quintino Sella, también piamontés del valle de Aosta, fue ministro de hacienda de varios gobiernos por aquellos años difíciles: el proceso unificador estaba estancado y las medidas de austeridad y equilibrio presupuestario (¿suena?) apagaban el entusiasmo de los italianos respecto al gobierno de Turín.
Sella, que también era alpinista, conocía perfectamente el carácter vertebrador de las montañas. Por ello impulsó su conocimiento (cofundador del CAI en 1863) y su conquista: siendo ministro del gobierno La Marmora (1864-65) decidió mover los hilos para que la conquista del Cervino no la protagonizase un inglés (Whymper) guiado por un italiano (Carrel) desde el lado suizo (Zermatt). ¡Que fracaso para Italia!
Hoy varios refugios en la zona llevan el nombre de Quintino Sella, en el Gran Paradiso, en el monte Viso y en el monte Rosa.

El Cervino desde Breuil (grabado del s. XIX)
Felice Giordano será el hombre del ministro en la montaña. Amigo de Sella y cofundador del CAI era un buen conocedor de las gentes de la Valtournenche y en concreto del guía Carrel que desde 1857 intentaba ascender la montaña por propia iniciativa o guiando a otros, sobre todo a Whymper. En el verano de 1864 ya preparó una expedición italiana que no pudo materializarse. Al año siguiente se prepararía otra, si no era demasiado tarde.
Hoy, en el torreón final de la cresta del Leone, una gran escalera lleva el nombre de scala Giordano, justo por donde el ingeniero abrió una ruta más directa a la cumbre en 1867.

Retrato de estudio de Jean-Antoine Carrel
Jean-Antoine Carrel es sin duda el hombre del Cervino. Nacido en 1929 en Crétaz, Valtournenche, se le conocía como “il bersagliere” (el francotirador). El cuerpo de los bersagliere del ejército piamontés había sido fundado por el general de La Marmora (ahora presidente del gobierno) en 1836 y en él estuvo enrolado Carrel hasta 1857, año en que se licenció y de vuelta a su valle se convirtió en cazador y guía. De inmediato comenzó su obsesión por la montaña y los primeros intentos por escalarla. Pero al poco, la guerra austro-piamontesa de 1959, con la que arrancaba la definitiva unificación italiana, y su ferviente nacionalismo le obligaron a volver a filas.
Un año después ya estaba de vuelta y con renovados ánimos. La primera ascensión de la montaña imposible no sólo reportaría gloria a la naciente Italia sino a él importantes beneficios personales: de conseguirlo por el lado italiano atraería a su valle al turismo de montaña y le confirmaría como guía. Pero había que darse prisa porque otros ya lo estaban intentando por la otra vertiente.
En agosto de 1861 coincidió por primera vez en Breuil con Whymper. Aunque la admiración siempre fue mutua, enseguida pudo verse el choque de protagonismos. Con él o en ocasiones con otros clientes hará diez intentos fallidos a la montaña. El de 1862 refleja su personalidad de líder orgulloso y sus recelos para con los extranjeros. Acompañaba como porteador a Tyndall, que llevaba dos guías suizos, y alcanzaron la antecima que hoy lleva ese nombre. Los doscientos metros restantes parecían infranqueables. El irlandés le consultó sobre el camino a seguir; y la respuesta fue, a más de 4.000 metros: “pregunte a sus guías, señor, yo no soy más que un porteador”.
A 3.830 metros de altura, el pequeño refugio Carrel facilita hoy la ascensión por esa arista suroeste.

Julio de 1865 en la arista del Leone
(o del Lion, que en Valtournenche se hablaba francés).
El jueves 13 había partido del hotel Monte Rosa de Zermatt el numeroso y heterogéneo grupo de Whymper. No había podido contratar a Carrel como en otras ocasiones porque éste, según le dijo, ya se había comprometido para guiar “a una distinguida familia”, que resultó ser la gente del CAI y del gobierno italiano representados por el ingeniero Felice Giordano.
Ese mismo día, Carrel, acompañado de Amé Gorret y Jean-Joseph Maquignaz, también ha salido de Breuil. En el hotel Giomin, Felice Giordano esperará el desenlace.
El 14 de julio, en el ataque a la cumbre, todos sabemos lo que sucedió.
Pero en Breuil, Giordano vió lo que quería ver. Y envió una precipitada nota a la localidad de Saint-Vincent, a siete horas de camino, para que desde allí se telegrafiara al ministro:
“Querido Quintino… hoy a las 14 horas vi con los prismáticos a Carrel y su equipo en la cumbre del Cervino. Otros también lo vieron conmigo. El éxito parece cierto aunque el mal tiempo ha cubierto la montaña…”
Al día siguiente, sábado 15 de julio, regresó Carrel con la verdad de la derrota. Nuevo telegrama:
“Querido Quintino. Ayer fue un mal día y Whymper terminó superando al desgraciado Carrel en alcanzar la cima…” ¡Pobre Jean-Antoine!
Accidente en la cordada de Whymper. Grabado de Gustave Doré

Nada sabía Giordano de la verdadera desgracia de Whymper que en ese mismo momento llegaba a Zermatt con solo dos compañeros de los seis que le acompañaban al partir. Por eso el ingeniero no quiere abandonar. El tenaz Carrel está dispuesto a volver a subir inmediatamente, pero solo se animó a acompañarle su amigo Amé Gorret. Sin demasiado entusiasmo se sumarán Jean-Baptiste Bich y Jean-Augustin Meynet.
Partirán a la mañana siguiente, domingo 16 de julio. Pero la segunda ascensión que completarán el 17, ya no fue lo mismo; aunque se consiguió por una ruta nueva, es de consolación.
Y como oprobioso detalle final, Carrel debió sortear las últimas dificultades por una vira de la cara oeste para salir a la cima por la arista de Zmutt… todo desde Suiza.

¿Hubiera habido esta rivalidad entre el montañés y el montañero de no haber interferido entre ellos los políticos del llano?
Lo cierto es que desde siempre todas las cordilleras han unido a sus habitantes de un lado y otro: peones, turistas, cazadores, contrabandistas, muleros, guías, porteadores, pastores… hasta que los políticos comienzan a trazar sus fronteras y a izar sus banderas emponzoñando la bonhomía de las gentes; de gentes que jamás tuvieron problema en llamarse Jean-Antoine, Baptiste, Augustin, Charles, y sentirse valdostanos que hablaban en francés antes que italianos.

Carrel continuó con una exitosa carrera de guía en los Alpes y hasta en los lejanos Andes con clientes de numerosas nacionalidades e incluso con el propio Whymper (1880, primera ascensión al Chimborazo, 6.384 m.).
Murió de agotamiento con 62 años bajando del Cervino en plena tormenta después de poner a salvo a sus clientes. Allí, a 2.920 m. camino del Cervino que de este lado es imponente pero no hermoso, irreconocible para todos los que sí identifican su perfil suizo de calendario, “la cruz de Carrel” recuerda al hombre del que el mismo Whymper dijo que era “el más merecedor de haber llegado primero a la cumbre”.

ISKANDERKUL

Montañas en la Ruta de la Seda - I

Noche en la Ruta de la Seda. Macizo del Chimtarga, 5489 m. Montañas Fann.

Ahora que la hacendosa Europa del Norte reniega de la indolente Europa del Sur, ahora que la amenaza populista se cierne sobre el Mediterráneo, ahora que los griegos llevan camino de convertirse en los parias de la Eurozona, convendría recordar dónde nació Europa y la cultura occidental.
Pero este es solo un blog de montaña y solo hablaré de un griego que cortó con su espada el Nudo Gordiano porque, siendo imposible de desatar, era necesario hacerlo para llegar más lejos y más alto.
Nota: quién no conozca la historia del dicho nudo que se informe si no quiere ser tomado por alemán.
Iskander es el nombre iranio de Alejandro Magno. Al-Iskander aparece en varios cuentos de las Mil y Una Noches.
El sufijo iranio –kul significa lago de y es frecuente en Asia Central. Issyk-kul, Song-kul, Ala-kul, Kara-kul…
Pocos escolares de primaria saben localizar Tajikistán, unos de los numerosos –stán -países- de esa zona centroasiática. Menos estudiantes de secundaria sitúan por allí la cordillera de Pamir-Alai. Ningún universitario ha oído hablar siquiera de las montañasFann.
¿Quién puede entonces conocer que en las montañas Fann, en el extremo más occidental de la cordillera Pamir Alai, en Tajikistán casi frontera con Uzbekistán, hay un lago que se llama Iskander-kul?

EL LAGO DE ALEJANDRO
En el 329 a.C. Alejandro Magno, después de seis largos años de viaje de conquista desde que salió de Pella en Grecia, llegó al corazón de Asia, donde confluían los imperios persa, indio, chino y mongol. Por entonces la Grecia clásica de pequeñas polis democráticas había desaparecido y se había convertido en otro imperio difícilmente manejable de la misma forma.
Sin motivos para ser modesto, el emperador había jalonado su viaje de nuevas ciudades con el nombre de Alejandría, desde la de Egipto que todo el mundo conoce, hasta la Alejandría de Escate, que significa la última, porque era la más remota y que no conoce nadie. En la región de Sogdiana a orillas del río Jaxactes. Inútil dar pistas, hoy no la conocen así hoy ni sus propios habitantes porque la llaman Khodjent a orillas del Sir Daria… en Tajikistán claro.
Para llegar hasta allí había atravesado el Hindu Kush, montañas mucho más altas que las que cualquier otro ejército atravesaría nunca, ni el de Aníbal ni el de Bonaparte, y estableció su centro de operaciones en Maracanda (Samarkanda, Uzbekistán).
Desde ahí hizo frente a varias sublevaciones de los naturales del país que en principio le habían recibido como libertador del dominio persa y que pronto identificaron como nuevo dominador, porque no se viene de tan lejos solo a ver. El último foco de resistencia fue la fortaleza conocida como Roca Sogdiana.
En la campaña del duro invierno del 328-327 a.C. el noble rebelde Oxiartes envió a su familia a refugiarse en ese nido de águilas que consideraba inexpugnable. Ante el asedio de los griegos, los defensores se jactaban de que Alejandro necesitaría “hombres alados” para doblegar la Roca. Los tenía.
Trescientos voluntarios espoleados por la promesa de un generoso botín se ofrecieron a escalar el baluarte. Echaron mano de auténticas técnicas de escalada, usaron las estacas de las tiendas como clavijas y los vientos como cuerdas y, a pesar de la gélida noche y el hielo traicionero, superaron el abismo y escalaron la Roca. Cuenta la crónica que treinta se despeñaron.
Los sorprendidos y atemorizados defensores rindieron la fortaleza sin ofrecer resistencia. Oxiartes ofreció a su hija Roxana como esposa al emperador.
Se desconoce la ubicación exacta de la Roca Sogdiana pero, sin duda, estaría en la cuenca del río Zeravshán, en la comarca de Pendjikent, en las abruptas montañas al sur de esta localidad donde se encuentra el lago Iskanderkul, el lago de Alejandro.
Aparte del “pothos”, el anhelo, el deseo por penetrar en lo desconocido que empujó a los griegos hasta allí, aparte de la conexión de esta remota región con el mundo clásico a la que posiblemente no sean ajenos los rasgos caucásicos de muchos de sus habitantes, aparte de situarse en la mayor encrucijada de la Ruta de la Seda con sus ciudades mágicas de Samarkanda y Bukhara, aparte de que todos hemos soñado con ser, como Dravot y Carnehan, reyes en el Kafiristán de Kipling, a veces basta la más fútil de las razones para emprender el viaje: ¿quién puede sustraerse a la atracción que ejerce el nombre de estas montañas?: montañas Fann.