MONTAÑAS EN EGIPTO


En Egipto no hay montañas






Pirámide Acodada de Snefru y, al fondo, la pirámide Negra
Si exceptuamos las de la península del Sinaí que ya es Asia y que históricamente no es Egipto. Ahí el Gebel Katherina se eleva hasta los 2642 m., suficientes para que Yavéh bajara a entregar las Tablas de la Ley a Moisés.

Y si atendemos al viejo Heródoto (s. V a.C.), el padre de la historia que calificó al Antiguo Egipto como “un don del Nilo”, entonces no iría más allá de donde alcanzaba la inundación anual que hacía posible la agricultura y la vida en pleno desierto, solo una estrecha franja verde a ambas orillas en el Alto Egipto y el gran triángulo del Delta en el Bajo.

Hoy la gran presa de Aswan ha terminado con aquel milagro pero sigue siendo lo mismo, y en la capital, El Cairo, lo único que sobresale son las colinas de Mookattam, los minaretes de la mezquita de Alabastro y los rascacielos del centro financiero. O eso pensaba yo.



Llegué de noche a la ciudad y no las vi hasta que descorrí las cortinas de mi habitación en el hotel Steigenberger de Ghiza. Allí estaban. De niño, cuando completaba el álbum de maravillas del mundo, su cromo era de los más difíciles de conseguir. No lo tuve nunca. Y ahora que las tenía delante no eran como ya sabía, sino como las había soñado entonces. Una aparición como las tres Torres del Paine: las tres pirámides de Ghiza. 


Rampa de acceso a la pirámide Acodada de Dahshur

Nada me sugería tanto las montañas, en un país que no las tiene, como estas pirámides. Y hay otras, no tan conocidas, hasta sobrepasar el centenar, como los picos de una cordillera.

Como todos, sé que son monumentales enterramientos faraónicos con una antigüedad de vértigo. Y pude comprobar este uso en algunas  recorriendo sus claustrofóbicos pasadizos que se adentran en el mundo de los muertos. Pero a mí, que soy montañero y no espeleólogo, lo que me interesaba era su exterior, su forma picuda, su prominente volumen sobresaliendo en la desértica llanura con geométrica rotundidad. Como montañas de verdad. Como las pirámides del Cervino, del Artesonraju, del Shivling, de la caja de colores Alpino o del logo de la Paramount.



Hace tiempo, cuando el turismo masivo no las acosaba tanto, sobre todo en Ghiza, aún era posible, con una pequeña propina al guardián, escalar alguna de ellas. Sí, escalarlas, porque es lo primero que a un montañero se le ocurre nada más verlas. Pero hoy, ni pagando. Así que solo me ha quedado soñarlo.



Soñar con escalar la pirámide de Keops, el Everest de las pirámides, la más alta con 146,6 m.

Escalarla en el sentido literal del término, porque al haber perdido todo su revestimiento de placas de caliza blanca, es hoy una escalera de gigantes con peldaños de más de un metro de alto y una inclinación de 51,5º, que no es poco. Napoleón y, dicen que antes Alejandro, pasó una noche solo en la cámara del faraón. Cuando al salir le preguntaron, dijo que “aunque os lo contara no lo creeríais”. A mí me gustaría vivaquear en su desmochada cima y comprobar que no hay palabras.












También en Ghiza, junto a la Gran Pirámide, la pirámide de Kefrén se eleva al cielo con el magnetismo del K2.

Sus 136,4 m. sobre el punto más elevado de la necrópolis la convierten en la más prominente. Afortunadamente aún conserva en su cima parte del revestimiento liso original cuyo borde sobresale como el sérac del Cuello de Botella. Y además su inclinación de 53º la convierte en la más esbelta. Digna de una escalada de verdad, para expertos.














En otro lugar más al sur, lejos del bullicio de la capital, en la necrópolis de Dahshur, está la pirámide que más me ha deslumbrado. Se la conoce como pirámide Acodada.

Sus cuatro caras lisas arrancan de la arena del desierto a 54,3º hasta media altura. Habría que escalarla metiendo los dedos y los friends en las junturas de los enormes sillares. Pero como, de continuar con esa pendiente, hubiera alcanzado una altura peligrosa para su estabilidad, Snefru, el faraón que la construyó, tumbó la pendiente superior a 43º, lo que sería un gran alivio para los últimos largos Por esto se llama así, y también Romboidal. Con sus 105 m. es la tercera en elevación, un auténtico Kanchenjunga.






En ese mismo lugar, el mismo faraón levantó la pirámide Roja de 104 m. fácil de subir por su modesta inclinación de 43º pero insegura por los sillares descompuestos y terrosos que le dan nombre.

Es una cumbre subsidiaria en Dahshur, pero es la cuarta en altura, como el Lhotse, y la primera construida con sus cuatro caras lisas.













Más al sur todavía, en El Fayum, y otra vez con la firma de Snefru, la pirámide de Meidum aún mantiene en pie sus 93,5 m. aunque, al haberse derrumbado toda su cobertura exterior, aparece hoy como una torre de tres cuerpos. Un Makalu para el faraón constructor.



















A la pirámide Negra de Dashur le ha tocado ser  el Cho Oyu del Antiguo Egipto, aunque no se parecen en nada.

A pesar de sus 75 m. pasa desapercibida porque Amenemhat III la mandó construir con un núcleo de adobe y, al perder su cobertura de piedra, el viento del desierto la ha convertido en un cuerno de barro. Escalarla no debe ser fácil ni seguro por lo inestable del terreno… y porque está en una zona militar. Como consuelo podemos ver y tocar su “piramidón”, el bloque monolítico que la remataba, en el Museo Egipcio de El Cairo.













En la necrópolis de Abusir, que como todas las demás está en la orilla izquierda del río Nilo, se levanta hasta los 72 m. la pirámide de Neferirkara.

Tiene  la misma inclinación que la de Kefrén, esbelta como un Dhaulagiri sobre el Kali Gandaki. Pero hoy está muy dañada por el tiempo y los saqueos, como las otras trece que hay en el mismo lugar. Abusir es un gran macizo, pero poco atractivo.













Pero volvamos a Ghiza, porque a la sombra de las otras dos, la pirámide de Micerinos con sus 66,4 m. y 51,3º no merece ser ignorada.

Este Manaslú de granito rosa tiene una gran brecha en su cara norte, como una herida, porque el sultán Al-Aziz Utmán quiso demoler las tres y empezó por la más pequeña. Abandonó pronto la empresa de derribar montañas.














Y la última, la pirámide escalonada de Zoser en Saqqara, es la madre de todas las pirámides del Antiguo Egipto, porque fue la primera en el tiempo (2650 a. C.) y porque de ella han derivado todas las demás.

Un muy digno Nanga Parbat faraónico de seis gradas que se levantan hasta 62,5 m., con 74º de inclinación en las primeras y 68º en las de arriba. Fuerte pendiente para auparse sobre cada una de ellas  pero con cómodas reuniones.

Y además conocemos el nombre del arquitecto que la diseñó, Imhotep, el primero de la historia, como Messner.








Aún podría seguir con el listado hasta completar las catorce pero las más importantes solo son nueve y no voy a forzar más los paralelismos ni a abusar del paciente lector. Pero pueden descubrirse muchas más, poco visitadas, auténticas primeras, de faraones y reinas, lisas y escalonadas, ruinosas o inacabadas, todas saqueadas hace siglos.

Necrópolis de Dahshur. Pirámide Roja, Acodada y, en primer término, pirámide de Hetépheres


En Dahshur, aprovechando el descuido del guardián de la entrada, rodeé la pequeña pirámide de la reina Hetépheres, esposa de Snefru, y por su lado más oculto subí saltando los bloques de piedra semienterrados en la arena hasta su cima a poco más de treinta metros del suelo. Desde esa atalaya la cara sur de la vecina pirámide Romboidal de Snefru aparecía impresionante. Y no estaba en mi álbum de cromos.

Pensé que igual podría escalarse con un permiso especial del Ministerio de Antigüedades. Sería lo más en este país que no tiene montañas.

QUINIENTOS AÑOS DE UNA PRIMERA EN AMÉRICA


La primera ascensión documentada al Popocatépetl (5.452 m.)

En México también hay grandes montañas (Foto: HGMéxico)
Practicar montañismo en América, lo que se denomina andinismo en gran parte del continente, muchas veces consiste en subir volcanes. Esta es una de sus principales señas de identidad.

Toda la gran cordillera americana, de los Andes a las Rocosas, forma parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, la zona con mayor actividad sísmica y volcánica del mundo. No es extraño que algunas de sus cumbres más significativas sean volcanes, algunos muy altos -Ojos del Salado (6.893 m.), Pissis (6.795 m.), Bonete (6.760 m.)…- otros con conos muy hermosos –Parinacota, Cotopaxi, Tungurahua, Villarica, Lanín…- unos apagados, muchos dormidos, bastantes activos.

Desde antiguo los indios, en especial los incas, consideraban que estas montañas eran lugares sagrados por ser la conjunción del cielo y del infierno; las miraban con reverencia y, en ocasiones, las subían con temor. Así lo testimonian las ruinas, cerámicas, maderas y momias localizadas en sus cimas.



Volcanes desde México
Hecha esta aclaración de justicia, el próximo noviembre hará 500 años de la primera ascensión documentada por escrito a una gran montaña americana, volcán alto, hermoso, activo y emblemático: el Popocatépetl, 5.452 m. Aunque según tradiciones orales, los tecuanipas, predecesores de los mexicas, habían subido dos siglos antes.

La película mexicana Epitafio (2015) 
recrea la hazaña de Ordás (Fotograma del film)
 Corría el año 1519 y, contra la opinión de Velázquez, gobernador de Cuba, Hernán Cortés decidió la conquista del imperio azteca. Como muestra de su determinación, hundió sus naves en un camino sin retorno y, con solo 500 hombres y 16 caballos se alió con los pueblos sometidos al imperio y avanzó sobre su capital, Tenochtitlán.

A primeros de noviembre alcanzaron un paso de montaña a 3.500 m. que hoy lleva su nombre, el paso de Cortés, y que daba acceso a la meseta de Anáhuac donde se asentaba la mayor ciudad de América, la actual ciudad de México, en medio de una laguna como una nueva Venecia torreada de pirámides.

En ese punto, Cortés ordenó a uno de sus capitanes, el leonés Diego de Ordás, que subiera al volcán humeante que se alzaba al sur del paso. Ordás era mal jinete pero muy buen andarín. Al norte, otro volcán, el Iztaccíhuatl, también de más de cinco mil metros de altura pero apagado, no despertó ningún interés. 

El Popo desde el santuario de los Remedios de Cholula, Puebla (Foto: HGMéxico)

Las razones por las que se embarcó en aquella arriesgada empresa difieren según las fuentes consultadas. En cualquier caso no eran las que nos impulsan a nosotros a subir montañas, aunque sí bastante más comprensibles: había sido ayudante de Velázquez, el rival de Cortés, con lo que se ganaría la confianza del conquistador. Además podría aportar importante información sobre la ciudad que tan bien debía verse desde aquella atalaya. Y, con la hazaña, quizá se apuntalara la superioridad de los españoles frente a los indios, puesta en entredicho después de los primeros combates.

Y, por supuesto, Cortés quería tener información de primera mano para luego contar al emperador Carlos qué admirable fenómeno era aquel de la montaña ardiente. Las crónicas apuntan que hacía falta azufre para fabricar pólvora, lo que ha quedado en la memoria colectiva como la razón principal de la ascensión,  aunque no fuera cierto.

Ruta de Cortés a Mëxico en 1519 y actual a los volcanes
Cuentan que a Diego de Ordás le acompañaron en su ascensión algunos otros españoles, dos, diez… aparte de los indios de apoyo.

Todos fueron abandonando ante la lluvia de piedras que les lanzaba el volcán, el hielo de los glaciares que hoy ya han desaparecido, y el frío y la finura del aire de las alturas que aún sigue allí. Solo Ordás llegó hasta el borde del cráter, no sabemos si en su punto más alto, pero no importa.

Al bajar, enseñó a Cortés unos carámbanos de hielo y unos puñados de nieve que traía de la cumbre. Es poco creíble, pero lo cuenta Bernal Díaz del Castillo, que estuvo allí, en su Historia Verdadera. Y nos gusta porque ese es el motivo que nos empuja a nosotros a subir  montañas, perseguir un sueño que luego se nos funde entre los dedos.

Vieja foto del interior del cráter
Pero lo que de verdad perseguían aquellas gentes en sus exploraciones era fortuna y fama. Así que luego vinieron la entrada en Tenochtitlán, la prisión y muerte del emperador azteca Moctezuma, el enfrentamiento con las tropas enviadas por Velázquez, la huida en la Noche Triste y la vuelta para la conquista definitiva de Tenochtitlán en 1521.

Por entonces sí que andaban escasos de pólvora.

Y aquí llega la segunda ascensión. Durante el largo asedio a la capital azteca, Cortés envió de nuevo al volcán a algunos de sus hombres: Francisco Montano acompañado de otros dos, Larios y Mesa. Ya en el borde del cráter, el primero se hizo descolgar con sogas hasta el fondo y en media docena de viajes sacó ocho arrobas de azufre (unos 90 kg.). Cortés escribió al emperador Carlos que para la próxima la pólvora se la enviaran desde España.

Cinco siglos después, siete rutas se han abierto hasta la cumbre en época moderna. Pero, desde finales del siglo pasado, la actividad volcánica en el Popocatépetl, el cerro que humea, es tan continua e intensa que su ascensión está prohibida. Sus cinco refugios han quedado arrasados y los glaciares han desaparecido. Aún así sigue siendo el perfil más reconocible desde ciudad de México, enmarcando el paso de Cortés junto al Iztaccíhuatl, la mujer dormida. Todos lo llaman el Popo, y las gentes de los pueblos cercanos,  con más confianza pero con respeto, don Goyo.

Nota: Diego de Ordás, antes de subir al volcán, ya había recorrido las costas de Colombia y participado en la conquista de Cuba, después hizo toda la campaña de Méjico y regresó a España en dos ocasiones, una para presentar los informes de Cortés al rey y otra para asistir a su boda, y finalmente fue el primero en navegar el Orinoco en busca de El Dorado que, por supuesto, no encontró. Naufragó y desapareció en su regreso definitivo a España en 1532. Lo del Popocatepetl fue una excursión de fin de semana.


CINCOMILES DE MÉXICO

Ascensión al Iztaccíhuatl, 5220 m.


Avanzando sobre el glaciar del Vientre en el Izta 
 (Foto HGMéxico)
Ya que no podemos emular la hazaña de Ordás mientras persista la actividad del Popo que ya va para veinticinco años, podemos recorrer el perfil de la Mujer Dormida desde los Pies hasta su Pecho, que es la cumbre más alta, y tener el mejor mirador sobre el volcán.

Habrá que consultar que el Semáforo de Alerta Volcánica del CENAPRED* no esté en rojo porque entonces las emanaciones gaseosas pueden llegar hasta nuestra montaña.

Aunque hay numerosas rutas, el abandono y destrucción de los refugios de casi todas, complica la logística. Pero lo que debe hacernos desistir de aventurarnos fuera de ruta normal desde el Paso Cortés y La Joya es la inseguridad, y directamente la peligrosidad, frente a las bandas organizadas de delincuentes. La presencia del recién creado Cuerpo de Policía de Montaña ha mejorado la situación, pero esto es México, no hay que alarmarse pero conviene no olvidarlo.

*Centro Nacional de Prevención de Desastres.

Datos técnicos de la Ruta Clásica o de los Portillos


Con experiencia en montaña puede ascenderse esta montaña por libre. Pero es frecuente contratar alguna agencia en la cercana capital federal que facilitará la logística, y proporcionará guía y material.

Cualquier época del año es buena, si el tiempo lo es. Pero la altura impone ropa de abrigo. Puede ser conveniente un piolet si ha nevado y crampones siempre para el cruce del glaciar Ayaloco o de la Panza, si todavía queda algo de él. Bastones muy recomendables como en toda montaña volcánica. Muy fácil, sólo habrá que poner algo las manos para alcanzar la Cruz de Guadalajara.

Sin embargo es un recorrido largo y a gran altura, por lo que es recomendable hacer noche en el refugio de los Cien (4720 m.) y haber aclimatado antes en alguna otra cumbre menor como el nevado Toluca.


Ascensión al Orizaba, 5611 m.


Nieve reciente en el glaciar Jamapa (Foto: HGMéxico)
Para los amantes de las cumbres top es el techo de Méjico, también conocido como Citlaltépetl. Queda algo más apartado, en los límites entre Puebla y Veracruz,  y su ascensión es algo más compleja.

Este volcán dormido es también la tercera cumbre de América del Norte después del McKinley y el monte Logan.


Datos técnicos de la Ruta Clásica o del glaciar Jamapa

Sus dos vías normales van una por el sur (ref. Fausto González Gomar), terreno pedregoso y sin nieve salvo cerca del cráter, y otra por el norte, la más recomendable porque atraviesa el glaciar Jamapa, el mayor de México aunque también llamado a desaparecer pronto como los del Iztaccíhuatl.

Desde la localidad de Tlachichuca se precisa transporte 4x4 durante 26 kms. hasta llegar al refugio de Piedra Grande (4274 m.)

La considerable altura (algunas mediciones la elevan hasta 5730 m.) y el gran desnivel que se salva en el día exige una buena aclimatación.

El cruce de la gran colada volcánica del Laberinto es la más complicada, y el glaciar que arranca sobre los cinco mil metros va aumentando su pendiente hasta alcanzar los 40º. Necesarios crampones y piolet. Últimamente la aparición de grietas puede aconsejar el uso de cuerda.