EL TÍBET DE LOS ABRUZZOS


Nota previa:
En honor del príncipe-montañero Luis Amadeo de Saboya hay tres refugios en Italia que se llaman igual, Duque de los Abruzzos (lo que conviene tener muy en cuenta al hacer una reserva): uno en Oriondé, Cervinia, (2885 m.), otro en el lago Scaffaiolo, Apeninos (1774 m.) y el último en el Gran Sasso, que es en el que hoy hemos reservado parece que acertadamente.


El plató del Campo Imperatore desde la subida al refugio

Al caer la tarde en el refugio Duca degli Abruzzi (2.388 m.) aún se oyen, y se ven, trescientos metros por debajo las riadas de coches y, sobre todo, motos que llegan desde Assergi hasta el parking del Campo Imperatore. Desde aquel pueblo de la provincia de l´Aquila batido por el terremoto de 2009, una carretera de montaña que también nosotros hemos seguido salva un desnivel de mil quinientos metros y te mete a golpe de cuatro tiempos en el corazón de la cordillera de los Apeninos, el espinazo de la península Itálica. No era así en 1943 cuando sólo un rudimentario teleférico llegaba a la explanada frente al, ya entonces, decadente hotel.
Trescientos metros más arriba del refugio, en el vivac Bafile que sobresale pintado de rojo sobre el espolón noreste del Gran Sasso, el silencio y la soledad están garantizados. Pero eso será mañana porque en este atardecer otoñal el hotel Campo Imperatore nos transporta 75 años atrás.

Con la Segunda Guerra Mundial aún no decidida, en la mañana de 12 de septiembre de 1943 nueve planeadores alemanes aterrizaron en la gran explanada frente al hotel a más de dosmil metros de altitud y depositaron un comando de la Werhmarcht al mando de Otto Skorzeny en la montaña.
Los aliados ya había desembarcado en Italia desde Túnez y el nuevo gobierno Badoglio, aunque se mantenía formalmente fiel a la Alemania nazi, negociaba en secreto el armisticio. El destituido dictador Mussolini estaba retenido en un lugar secreto e inaccesible, el hotel Campo Imperatore.
Tras la rendición italiana, Hitler ocupó Roma y ordenó buscar al Duce para revitalizar una república fascista al menos en el norte de Italia. Por un golpe de suerte dio con su escondite en las montañas. Doscientos carabinieri poco entusiastas no tenían muy claro si protegían o retenían a Mussollini.
En la denominada Operación Roble, los alemanes ocuparon primero la estación inferior del teleférico de Assergi y luego desde los planeadores se organizó el asalto al hotel.



En este septiembre de 2018 el hotel Campo Imperatore está cerrado por reformas, pero uno puede asomarse a las cristaleras de la entrada y ver el gran hall destartalado aún con su piano de cola en medio. Quizás el mismo que ya había en septiembre de 1943, cuando, sin un solo tiro, los noventa soldados alemanes depositados por los planeadores ocuparon el hotel y liberaron al Duce.

En realidad sí hubo un disparo. El que se le escapó al aire a un miembro del comando aturdido por el brusco aterrizaje. Los soldados italianos terminaron haciéndose fotos con los alemanes y un Mussolini aterrorizado por el despegue fue evacuado en avioneta.  Una ópera bufa indigna de estas montañas, que terminó con la proclamación de la república de Saló como satélite de Alemania, y con Mussolini al frente como títere de los nazis.
El Duce terminaría sus días ajusticiado por partisanos italianos y Skorzeny se establecería en España hasta su muerte protegido por el régimen de Franco.

Nadie se acuerda de este episodio cuando visita el joven Parque Nacional del Gran Sasso y de los montes de la Laga. Mejor olvidarlo otra vez. Un nuevo teleférico ha sustituido al antiguo para acceder a la estación de invierno cuando la carretera está cortada por la nieve y en verano, los prados alpinos de esta gran meseta casi tibetana de 27 kms. de largo por 8 de ancho, una vez más, se llenan de ganado, como siempre.
Y como siempre, en cualquier época del año, la caliza del Gran Sasso preside desafiante el horizonte. Mañana subiremos al Corno Grande (2912 m.) seguro que en compañía de numerosos italianos (el refugio está lleno) aunque me temo que no habrá más españoles. Sin duda el techo de la Italia peninsular merecería más nuestra atención.

En la cresta norte del Corno Grande sobre la Conca del Calderone