FANN

Montañas en la Ruta de la Seda - II




Las montañas Fann de Tajikistán no pueden competir  con otras de la misma cordillera Pamir-Alai ni en altura ni en dificultad: el Ismail Samani, antiguo pìco Comunismo, con 7.495 m. tiene dimensión himaláyica y el conjunto de catedrales de roca de Aksu-Karavshin recuerda a las mismísimas torres patagónicas.
Pero para qué nos vamos a engañar si muchos de nosotros, que planeamos viajes a montañas lejanas, ya no somos ni tan jóvenes para las unas ni nunca hemos sido tan buenos para las otras. Sin embargo, qué importa cuando las montañas son sólo una buena excusa para emprender el viaje. Y estas montañas lo merecen. Merecen viajar a Tajikistán tras el embrujo de su nombre, Fann, tan susurrante e hipnótico,  para escalar nuestra Roca Sogdiana como los soldados de Alejandro y tal vez capturar a la bella Roxana, para patear las polvorientas ruinas de barro de Pendjikent, el asentamiento más antiguo de  Asia central. Merecen cruzar luego al vecino Uzbekistán en busca de una Samarkanda inexistente, cuya magia sólo resuena entre los azulejos de la plaza del Registán, para ir después un poco más allá a la deslumbrante Bukhara de las cúpulas como cebollas de cristal, y aún más, siguiendo la Ruta de la Seda, atravesar en taxi el desierto de Kyzyl Kum hasta el oasis de la amurallada Khiva.

RELEYENDO A HERZOG


Diario del Annapurna

Cuando el mundo era mucho más grande y nosotros mucho más jóvenes, cuando para cruzar al otro lado de los Pirineos necesitábamos el pasaporte y nuestro coche la carta verde, cuando nunca íbamos más allá de los Alpes, la única forma de llegar más lejos y más alto era entre las tapas amarillas de los libros de la Editorial Juventud: con sir John Hunt al Everest, a los reinos prohibidos de Mustang y Zanskar con Michel Peissel o al Annapurna primer ochomil con Maurice Herzog…
…Este que ahora estoy releyendo en Nepal, en el paraje que se llama Tilicho High Camp bajo la Gran Barrera, a más de 4000 m, que no es mucho en el Himalaya, justo donde el autor pasó un apurado vivac tratando de encontrar el camino hacia una montaña que ni siquiera sabía dónde estaba.

“…estoy perdido en plena montaña, mojado, rendido y hambriento. (¿Tendré ánimo suficiente para levantarme y subir los últimos 500 metros?)… El viento, insidioso, se desliza por las más pequeñas aberturas de mis ropas. La nieve empieza a caer.”

En Tilicho High Camp
Levanto la mirada y también nieva… al otro lado de los cristales del lodge. Los yaks, espolvoreadas sus greñas de blanco, pastan indiferentes.
Hemos subido desde Manang, que Herzog llama Manangbhot, y que imaginó como un paraíso después de días de calor, hambre y sed y resultó un lugar miserable.

“…Unos chiquillos harapientos, negros de suciedad, corren hacia nosotros. Es la primera vez que ven hombres blancos y nos contemplan con curiosidad. ¡Somos apariciones de la montaña! No pueden imaginarse que vengamos del otro lado de la cordillera, ya que ni siquiera saben que exista ese otro lado…”

Llevamos cinco días remontando el valle del Margyandy Khola procurando evitar con rodeos la pista abierta hace unos años y que llega hasta las mismas puertas de Manang. No podemos evitar oír el pedorreo de las moto-taxis. Todo son allí albergues y tiendas para trekkers. El Manaslu (8.156 m .) ha vigilado nuestra caminata bajo los Annapurnas, primero el II, luego el IV y el III. ¿Dónde está el Annapurna I (8.091 m.), el que Herzog buscaba en 1950?

“…-Al menos sabemos que no es por aquí.
     -Debemos marchar a toda prisa… -afirma Rebuffat
     -Hay pocos víveres. Toma lo que queda y vete con Panzi a Muktinath por el
      Thorong La…”

Mañana, de regreso del lago Tilicho, tomaremos ese mismo camino hacia el paso Thorong (5.416 m.) para completar lo que queda del circuito de los Annapurnas bajando a Kagbeni en el alto valle del Kali Gandaki, puerta de entrada al reino de Mustang. Dicen que al otro lado veremos el filo del Dhaulagiri (8.167 m.) emergiendo como una cuchilla.
Pero eso será dentro de unos días.

Nota: El Annapurna I no se ve.
          El Himalaya, pese a todo, está resplandeciente.

LA MONTAÑA DEL DOLOR


“Y el día 17 del séptimo mes, el arca se posó sobre las montañas de Ararat.”
Génesis, 8 : 4


La llanura de Dogubayazit desde el palacio de Ishak Pashá

Han traído por sorpresa a la habitación del hotel una bandeja repleta de todo tipo de frutas troceadas: sandía, melocotón, pera, albaricoque... Gentileza del amigo Fettah Sedef, dueño, gerente y primer trabajador del hotel Ararat en la ciudad fronteriza de Dogubayazit.
Me pregunto de dónde han salido tan maduras y sabrosas en medio del altiplano de Anatolia oriental, seco como un hueso desde que bajaron hace mucho las aguas del Diluvio.
Porque quienes llegamos desde Europa a este rincón de la actual Turquía, frontera incómoda con Irán, Armenia y Azerbaiján, lo hacemos sólo por la montaña de 5136 m. de altura que da nombre al hotel y sobre la que se posó el Arca de Noé según la tradición bíblica.

El Ararat con su penacho de nubes desde la aldea kurda de Elikoy

Parece mentira que esta desolada región amenazada de volcanes y batida por seísmos forme parte de lo que los antiguos griegos llamaron Creciente Fértil, la media luna que arranca de Egipto y termina en Mesopotamia: el solar de la revolución neolítica y de las primeras grandes civilizaciones, la encrucijada histórica de los pueblos indoeuropeos y la puerta a Europa de la ruta de la seda, el Kurdistán soñado por el mayor pueblo del mundo sin estado propio. Aquí nace el Murat-Su que sólo es aún un hilo de agua pero pronto se convertirá en uno de los ríos más famosos del mundo: el Éufrates.
Mirando al norte, a apenas una docena de kilómetros, puede verse de refilón el cono volcánico del Agri Dagi, que es como aquí llaman al Ararat y que significa la Montaña del Dolor. Podría verse el casquete helado de su cima y los glaciares descolgándose por sus inmensas laderas de basalto. Pero hoy tampoco, porque es muy frecuente que esta mole que sobresale casi 4000 m. sobre la llanura circundante, quede oculta al condensar en torno suyo todas las nubes de la región. Luego las ordeñará a conciencia en las nieves de su cima; sólo allí.

La montaña desde la terraza del hotel

Para ascenderlo bastan cinco días. Y partir el día de cumbre a la una de la madrugada desde el último campamento con la vana esperanza de un amanecer despejado. Arriba sólo hay nubes, nieve, viento y frío. Y una bandera turca.