EL OLIMPO, UN COTIELLA CON DIOSES

Nota (sólo para despistados):
Cotiella es un macizo del Pirineo de Huesca al sur del eje de la cordillera, entre el valle de Benasque y el de Gistaín.
El Olimpo… ¿quién no sabe qué es el Olimpo?

Desde Mytikas, Skala (2866 m.) y Skolio (2911 m.) en segundo plano y al fondo Agios Antonios (2876 m.)


Desde su cima más alta, la punta Mytikas, se ve el mar Egeo en vez del Somontano de Huesca. Los dos se parecen, desde esa altura y a través de la neblina, pero no sé qué es mejor si el agua o el vino.
También el circo norte de Megala Kazania le da un aire al circo de Armeña, aunque es más angosto y sombrío. Y las otras cimas, todas rondando los tres mil metros: el Skolio como el Raymond d´Espouy, el Stefani como las Coronas, calcinados por un sol demasiado meridional.
Incluso la frondosidad de los bosques de Prionia me recuerda la umbría de los de Barbaruens. Y la soledad del plató de las Musas, la desolación de la Era de las Brujas.
Me parece estar en el Cotiella, pero suponía que con dioses.

Noviembre es fuera de temporada, el refugio Spilios Agapitos ya ha cerrado y el Olimpo recupera la soledad perdida durante el largo verano griego. Es el peaje por ser el techo del país y la segunda cumbre de los Balcanes. En esto le supera el apartado y siempre solitario Cotiella, con su refugio libre, abierto todo el año.
No he visto a Zeus desafiante en su trono, ni a su esposa Hera abroncándole por rijoso, ni a las musas mejorando mi inspiración, es evidente.
Ha resultado una ascensión demasiado rimbombante a una montaña tan modesta; pero es que los dioses la convirtieron en su casa. Aunque parece que ahora la hayan abandonado y así les va últimamente a los griegos en la suya.
Cotiella también es pequeño pero no abruma con sus mitos sino que  encanta con sus cuentos tejidos en sus lagos -no vi ninguno en el Olimpo- como el del ibón de Plan o Basa de la Mora:
Si subes la noche de san Juan y te lavas la cara en sus heladas aguas antes del amanecer, verás que una forma brillante se agita sobre las aguas entre la neblina. Cuando los primeros rayos de sol se cuelen desde Armeña se habrá transformado en una hermosa mujer que danza ligera como el aire. Es la princesa mora que, huyendo de una guerra, se perdió en esas cumbres.

Desde el Skolio, cresta Mytikas (2918 m.) - Stefani (2905 m.)
y detrás Profitis Ilias (2788 m.)
Aún lo cuentan en chistabín algunas abuelas del lugar:
“Si ye que i puyas bela maitinada de San Chuan ta Ibón y no la biéses, abrás de pensare en labá-te l´ánima. Sólo es güellos limpios pueden viere a la prinzesa mora de las cumbres”.


(Si es que subes alguna mañana de San Juan al Ibón y no la ves, tendrás que pensar en lavarte el alma. Sólo los ojos limpios pueden ver a la princesa mora de las cumbres).

GUADARRAMA EN EL PRADO

Piornos de Guadarrama, Jaime de Morera, 1901


Pocos madrileños miran más allá del sklyline de las cuatro torres de Castellana por ver si al norte y entre la nube de contaminación se intuye la Sierra.
Los que lo hacen, seguro saben que esas montañas están definitivamente protegidas desde 2013 como Parque Nacional.
Ya era hora pasado un siglo desde la promulgación de la primera Ley de Parques que se materializó al poco en los de Covadonga y Ordesa, todos parques de montaña (algo tendrá el agua cuando la bendicen).

Pero de aquellos, que con frecuencia suben a caminar por Siete Picos, a escalar a la Pedriza o a esquiar en Peñalara, la mayoría desconoce que, ya antes, esas pequeñas montañas azules en el horizonte fueron el espacio natural ideal de los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza, empeñados en la empresa imposible de renovar la educación de este país. Su fundador, Giner de los Ríos, fue al Guadarrama lo que Rousseau a los Alpes.

Quizás alguien de estos últimos sepa que ya en el s. XVIII Velázquez también admiró esas montañas que seguro veía mejor desde el Alcázar de los Austrias donde trabajaba de lo que se ven ahora desde ese mismo lugar ocupado hoy por el Palacio Real. Y las pintó incorporándolas como fondo de alguno de sus mejores retratos cortesanos, con su magistral pincelada blanda de colores enfriados por la distancia: los deliciosos retratos del príncipe Baltasar Carlos a caballo, o cazador son dos buenos ejemplos.
Goya también lo hizo a finales del siglo XVIII, antes de hundirse en la sordera y la soledad, con un estilo bien distinto, más rudo, más bravo aunque todavía alegre, en alguno de sus cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara: en La gallina ciega por citar uno.

¿Quién de los que recorren esas montañas sabe algo más del Guadarrama en el arte? Pues, conforme el paisaje ganaba protagonismo en el ámbito de la pintura “seria” y de la no tanto, la Sierra aparecía cada vez más en los lienzos: del magistral Carlos de Haes, de Martín Rico y Jaime de Morera en el siglo XIX, de Aureliano de Beruete y Muñoz Degrain a principios del XX.

Lo siento, hoy tocaba otro post cultureta.
Pero habrá merecido la pena si alguien que lo haya leído echa además un vistazo al excelente itinerario didáctico interactivo sobre el tema.

O mejor, se pasea por el Museo del Prado buscando la luz de la Sierra. Este mes de noviembre es una buena ocasión aprovechando la iniciativa “Descubriendo la Sierra de Guadarrama en el Prado”.