leyenda, historia y geografía
(RAE: Cantal: bloque, canto de piedra de grandes dimensiones).
Hoy no se ve desde el valle por la espesura del bosque, pero hasta bien avanzado el siglo pasado, 250 m. sobre el pueblo de Villanova en el Alto Ésera (valle de Benasque) el gigantesco bloque de granito amenazaba en equilibrio precario a sus habitantes. Todos pensaban que en cualquier momento podía rodar por los prados que entonces mantenían limpia la ladera baja de la sierra de Chía y caer directamente sobre el pueblo.
De este miedo, y como forma de conjurar el peligro, debió surgir la leyenda: Cuentan que en tiempos remotos Villanova tenía dos barrios, uno musulmán y otro cristiano. Debido a la muerte de un niño cristiano, según se dijo a manos de los moros, se obligó a abandonar la localidad de inmediato. Pero estos, antes y como venganza, subieron de noche hasta la gran piedra con el ánimo de empujarla entre todos ladera abajo para que arrasara el barrio cristiano y en especial su iglesia de san Pedro.
Pero, pese a que la piedra osciló, no lo consiguieron; el santo velaba por los suyos.
Y parece que ha seguido haciéndolo hasta hoy, aunque la leyenda casi se ha olvidado al quedar el gigantesco bloque oculto por el bosque que se ha comido los prados abandonados.
Sin embargo, la historia rebate esta leyenda. Moros nunca hubo en Villanova porque en el valle del Ésera no pasaron de Perarrúa salvo, quizá, alguna muy tempranas incursión para el cobro de tributos. Nada más. La montaña no era su territorio como quedó patente desde el arranque de la cordillera Pirenaica hasta el final de la Cantábrica.
En el s. XI el reino de Aragón ya había empujado a los musulmanes más al sur, hasta el Somontano. Y la iglesia de san Pedro no se construiría hasta un siglo más tarde.
Así fueron las cosas que desbaratan el mito, aunque los moros siempre han salido perdiendo.
Pero seguro que mucho antes de esta leyenda cristiana medieval debió haber otras paganas en torno a la amenazante roca, desde que, en el lejano neolítico, llegaron los primeros pobladores al valle. Los mismos cuyos restos se han encontrado en la cueva dels Trocs en La Muria, o los que más tarde levantaron el dolmen de Ramastué. Debieron ser cuentos de gigantes. ¿Quiénes si no iba a poner allí semejante bloque?
Hoy podemos suponer que simplemente se desprendió, cayó desde más arriba y casualmente quedó detenido ahí, en tierras de casa Arnaldico de Villanova de donde le viene el apellido. Pero resulta que tampoco, que la sierra de Chía, desde donde podía haber rodado, es de roca caliza y el Cantal es de granito. O sea que sí, que algún gigante la debió llevar hasta allí desde lejos.
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Recreación de la lengua terminal del glaciar del Ésera. A la dr. la sierra de Chía, al fondo el Turbón |
Y, en efecto, hoy sabemos que antes de que este valle fuera habitable, durante la glaciación Würm, un gigantesco glaciar lo ocupaba por completo hasta la embocadura del congosto de Ventamillo. Este glaciar, desaparecido hace ya más de 12.000 años, recogía los hielos de todos los valles altos del Ésera, desde Estós a la Maladeta, desde el Ampriu hasta Bagüeñola, y su lengua se deslizaba lenta y poderosa más de 30 kms. transportando su carga de rocas… graníticas.
En la gran explanada glaciar donde hoy se asienta Castejón de Sos, describía un gran arco hacia la derecha lamiendo la Serreta de Chía. Se le calcula un espesor de hielo de más de 300 m. Suficiente para que los bloques que arrastraba quedaran algunos depositados a esa altura sobre el valle actual. Un fenómeno éste bastante común en nuestras montañas: esas grandes piedras fuera de su contexto geológico que los glaciólogos llaman bloques erráticos. El más singular, testigo de aquella era glacial, es nuestro Cantal de Arnaldico.
Para llegar hay que tomar el antiguo camino de Villanova a
Chía y desviarse bosque arriba donde lo indica un pequeño cartel. La senda no
es muy visible pero, si sabemos lo que buscamos, en pocos minutos el hoy oculto
Cantal de Arnaldico aparecerá inconfundible e imponente entre la vegetación. Pero no se va a caer. Y seguirá ahí cuando los últimos y diminutos glaciares pirenaicos hayan desaparecido. No tardarán mucho.