EL OLIMPO, UN COTIELLA CON DIOSES

Nota (sólo para despistados):
Cotiella es un macizo del Pirineo de Huesca al sur del eje de la cordillera, entre el valle de Benasque y el de Gistaín.
El Olimpo… ¿quién no sabe qué es el Olimpo?

Desde Mytikas, Skala (2866 m.) y Skolio (2911 m.) en segundo plano y al fondo Agios Antonios (2876 m.)


Desde su cima más alta, la punta Mytikas, se ve el mar Egeo en vez del Somontano de Huesca. Los dos se parecen, desde esa altura y a través de la neblina, pero no sé qué es mejor si el agua o el vino.
También el circo norte de Megala Kazania le da un aire al circo de Armeña, aunque es más angosto y sombrío. Y las otras cimas, todas rondando los tres mil metros: el Skolio como el Raymond d´Espouy, el Stefani como las Coronas, calcinados por un sol demasiado meridional.
Incluso la frondosidad de los bosques de Prionia me recuerda la umbría de los de Barbaruens. Y la soledad del plató de las Musas, la desolación de la Era de las Brujas.
Me parece estar en el Cotiella, pero suponía que con dioses.

Noviembre es fuera de temporada, el refugio Spilios Agapitos ya ha cerrado y el Olimpo recupera la soledad perdida durante el largo verano griego. Es el peaje por ser el techo del país y la segunda cumbre de los Balcanes. En esto le supera el apartado y siempre solitario Cotiella, con su refugio libre, abierto todo el año.
No he visto a Zeus desafiante en su trono, ni a su esposa Hera abroncándole por rijoso, ni a las musas mejorando mi inspiración, es evidente.
Ha resultado una ascensión demasiado rimbombante a una montaña tan modesta; pero es que los dioses la convirtieron en su casa. Aunque parece que ahora la hayan abandonado y así les va últimamente a los griegos en la suya.
Cotiella también es pequeño pero no abruma con sus mitos sino que  encanta con sus cuentos tejidos en sus lagos -no vi ninguno en el Olimpo- como el del ibón de Plan o Basa de la Mora:
Si subes la noche de san Juan y te lavas la cara en sus heladas aguas antes del amanecer, verás que una forma brillante se agita sobre las aguas entre la neblina. Cuando los primeros rayos de sol se cuelen desde Armeña se habrá transformado en una hermosa mujer que danza ligera como el aire. Es la princesa mora que, huyendo de una guerra, se perdió en esas cumbres.

Desde el Skolio, cresta Mytikas (2918 m.) - Stefani (2905 m.)
y detrás Profitis Ilias (2788 m.)
Aún lo cuentan en chistabín algunas abuelas del lugar:
“Si ye que i puyas bela maitinada de San Chuan ta Ibón y no la biéses, abrás de pensare en labá-te l´ánima. Sólo es güellos limpios pueden viere a la prinzesa mora de las cumbres”.


(Si es que subes alguna mañana de San Juan al Ibón y no la ves, tendrás que pensar en lavarte el alma. Sólo los ojos limpios pueden ver a la princesa mora de las cumbres).

GUADARRAMA EN EL PRADO

Piornos de Guadarrama, Jaime de Morera, 1901


Pocos madrileños miran más allá del sklyline de las cuatro torres de Castellana por ver si al norte y entre la nube de contaminación se intuye la Sierra.
Los que lo hacen, seguro saben que esas montañas están definitivamente protegidas desde 2013 como Parque Nacional.
Ya era hora pasado un siglo desde la promulgación de la primera Ley de Parques que se materializó al poco en los de Covadonga y Ordesa, todos parques de montaña (algo tendrá el agua cuando la bendicen).

Pero de aquellos, que con frecuencia suben a caminar por Siete Picos, a escalar a la Pedriza o a esquiar en Peñalara, la mayoría desconoce que, ya antes, esas pequeñas montañas azules en el horizonte fueron el espacio natural ideal de los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza, empeñados en la empresa imposible de renovar la educación de este país. Su fundador, Giner de los Ríos, fue al Guadarrama lo que Rousseau a los Alpes.

Quizás alguien de estos últimos sepa que ya en el s. XVIII Velázquez también admiró esas montañas que seguro veía mejor desde el Alcázar de los Austrias donde trabajaba de lo que se ven ahora desde ese mismo lugar ocupado hoy por el Palacio Real. Y las pintó incorporándolas como fondo de alguno de sus mejores retratos cortesanos, con su magistral pincelada blanda de colores enfriados por la distancia: los deliciosos retratos del príncipe Baltasar Carlos a caballo, o cazador son dos buenos ejemplos.
Goya también lo hizo a finales del siglo XVIII, antes de hundirse en la sordera y la soledad, con un estilo bien distinto, más rudo, más bravo aunque todavía alegre, en alguno de sus cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara: en La gallina ciega por citar uno.

¿Quién de los que recorren esas montañas sabe algo más del Guadarrama en el arte? Pues, conforme el paisaje ganaba protagonismo en el ámbito de la pintura “seria” y de la no tanto, la Sierra aparecía cada vez más en los lienzos: del magistral Carlos de Haes, de Martín Rico y Jaime de Morera en el siglo XIX, de Aureliano de Beruete y Muñoz Degrain a principios del XX.

Lo siento, hoy tocaba otro post cultureta.
Pero habrá merecido la pena si alguien que lo haya leído echa además un vistazo al excelente itinerario didáctico interactivo sobre el tema.

O mejor, se pasea por el Museo del Prado buscando la luz de la Sierra. Este mes de noviembre es una buena ocasión aprovechando la iniciativa “Descubriendo la Sierra de Guadarrama en el Prado”.

EL MAESTRO DE LAS MONTAÑAS

El valle de Kullu, en el estado indio de Himachal-Pradesh, tiene el verdor característico de la vertiente sur del Himalaya azotada por las lluvias del monzón. La carretera que llega de Delhi remonta desde aquí la cordillera para luego caer al reseco norte en la región de Ladakh.
Pocos viajeros hacen este largo y aventurado recorrido hasta el Pequeño Tíbet; la mayoría prefieren volar rápido y seguro hasta Leh. Pero menos aún se desvían, cuando ya están llegando a Manali la capital del valle, hasta el pueblo de Naggar para ver el castillo del rajá Visudhpal porque hay que subir cuatrocientos metros de desnivel desde el fondo. Y de esos ¿cuántos siguen aún más arriba como indican los letreros de “ To International Roerich Memorial Trust”? Ninguno.
Porque nadie sabe que ese nido de águilas sobre el valle y frente a las montañas fue el hogar donde pasó buena parte de su vida Nikolái Roerich (San Peterburgo, 1874 – Naggar, 1947), viajero, escritor, filósofo, arqueólogo, político y el más importante pintor del Himalaya. En la que fue su casa hasta su muerte y desde cuya terraza se ven los picos nevados de Hanuman Tibba, Shikar Beh y Mukar Beh se conserva una buena selección de las dos mil pinturas que dedicó a las más altas montañas de Asia.

Pintor de éxito en los últimos tiempos del zarismo, llegado el momento apoyó las revolución de 1917, pero, quizás escéptico con el futuro que entreveía para Rusia, sus intereses se fueron decantando hacia Asia.
En 1923 emprendió con toda su familia un viaje por ese continente que le llevaría cinco años. Recorrieron el Turkestán chino, Altai, Mongolia, Tíbet, Sikkim, Ladakh y Cachemira para, al final, establecerse definitivamente en Naggar. La casa familiar es hoy un museo y el centro de estudios IRMT.

Es mundialmente conocido por ser el promotor del Pacto Roerich, un acuerdo internacional firmado en la Casa Blanca en 1935 para la protección de los tesoros culturales de la humanidad especialmente en tiempos de guerra. Por ello figura en los libros de historia; y hasta un asteroide lleva su nombre.
Pero no aparece en los de arte, porque además, su éxito como pintor, su reconocimiento académico y la fortuna que atesoró le alejaron de la figura del pintor maldito que está en los orígenes de artistas más conocidos y menos meritorios.





Los “himalayas” de Roerich no pertenecen a la simple categoría de paisajes ni son meros experimentos lumínicos y, aunque pueden reconocerse perfectamente los perfiles de montañas famosas como la Torre de Muztagh, el Kanchenjunga o el Everest, irradian una trascendencia que los aproxima más al simbolismo que al decorativismo del art nouveau. Pero todo esto además aderezado con buenas dosis de los colores de Gauguin y del misterio de Friedrich. Y una pizca de arte indio por aquí, y otra pizca de estampas japonesas por allá, y un chorrito de iconos rusos… demasiado eclecticismo para el gusto de los académicos de lo moderno.


Pero a mí me gusta Roerich. Y supongo que también a los montañeros rusos que después de subir una cumbre virgen en la cordillera de Altai en Siberia occidental, le pusieron el nombre del pintor. Seguramente porque para valorar estos paisajes, además de amar el arte haya que amar también la montaña.

DAMAVAND



“Quiero borrar su nombre por fin de mi memoria y, sin embargo, volver a verlo. ¡Verlo una vez más!”
Todos los caminos están abiertos.  Annemarie Schwarzenbach



Creedme, no hay dos volcanes iguales aunque se parezcan, pero todos tienen el mismo irresistible atractivo, el de su geológica relación con el origen del mundo, el de su mítica conexión con los infiernos que, a fin de cuentas, viene a ser un poco lo mismo. Por eso nos gusta asomarnos a su borde.
Así sucedió con el Damavand, la montaña más alta de Irán, el volcán más alto de Asia cuando la viajera suiza lo vio humeante en 1938. Así nos pasó a nosotros cuando emergió entre las nubes a comienzos de este verano humeando todavía.
Habíamos llegado la víspera, de noche, desde las lluviosas orillas del mar Caspio y, visto al amanecer a través de la ventana de nuestra habitación en el albergue de Polour, hizo honor a todas nuestras expectativas.


Camino de Polour
Y eso debió ser todo; pero quisimos más y subimos.
Millón y medio de riales por el permiso de ascensión y otro millón por un puesto en la caja de una camioneta suicida hasta Gosfan Sarah (3020 m.). Desde aquí, un camino polvoriento hasta el refugio Bargah-e Savon (4200 m.) que si quieres aliviar enviando tu pesada mochila en una mula son otro millón. Como no hay sitio en el refugio, por quinientos mil te envían a una tienda militar con cartones en lugar de colchonetas cien metros por debajo del refugio para que tengas que subir y bajar cuando necesites agua, o té, o una chocolatina que son tropecientos mil riales. Riales a puñados.
Al día siguiente, o sea esa misma noche a las tres de la madrugada, para arriba por una senda pedregosa que evita tocar la nieve aunque hay bastante en la montaña. Cualquiera puede subir y eso es mucha gente. Por suerte nadie madruga tanto. Por encima de 5000 m. lo de siempre, pero aquí el aire escaso se mezcla con las emanaciones sulfurosas de las fumarolas. Hay quien lleva mascarillas. Y al fin, la cumbre. Sí, 5671 m. llenos de inscripciones, ofrendas, placas conmemorativas, banderas. Y encima, la que está justo al otro lado del cráter parece más alta!
Fotos y para abajo: 1500 m. al refugio, 1200 m. más a Gosfan, y 800 m. a Polour. Nos zumban los oídos.
Akbar, nuestro chofer, nos esperaba puntual para llevarnos a Teherán…y sonriente, por la cifra de seis millones de riales. Al aeropuerto imán Khomeini y para casa.

Al final, nos quedamos con nuestro Damavand soñado, el que conocíamos ya antes de venir aquí en las páginas de “Todos los caminos están abiertos”, el que vimos desde Polour por la ventana:

“De repente, en medio de la claridad nocturna, se alzó una nube que fue para mí como una visión de Oriente, un espejismo. La vi difuminarse en el horizonte insólitamente limpio, y allí estaba, como una pirámide rayada, el volcán extinto, una dolorosísima y conmovedora imagen: la eternidad.”



MONTAÑAS LEJANAS PARA MONTAÑEROS MEDIOCRES

Los Shakhakhs (Cuernos) y el glaciar Khersan desde la cima del Alam Kooh, macizo de Takh-e Soleymân (Irán)

Quienes  llevan muchos años subiendo montañas cercanas siempre han visto otras muy lejanas, muy altas y muy difíciles como patrimonio exclusivo de las élites del alpinismo. Pasados los años, quizá con menos fuerza pero con el mismo entusiasmo, con más tiempo y más dinero, descubren que también pueden ir a lugares lejanos y desconocidos a subir montañas altas y hermosas, a la medida de sus modestas aspiraciones.

Glaciares Alamchal y Sarchal desde la cima del Alam Kooh

Sabíamos que Irán es un destino poco atractivo como República Islámica, pero nos hipnotizaba la antigua Persia. Enseguida comprobamos lo que tantos nos habían dicho, que sus gentes son amables, educadas, hospitalarias y curiosas en extremo. Y descubrimos que Irán es una meseta reseca como un fósil pero tiene montañas de verdad, altas y nevadas.
Además del Damavand, el volcán que atrae a la inmensa mayoría de los montañeros que visitan este país, hay numerosos cuatromiles rodeados de glaciares agonizantes por la latitud y el cambio climático.
Se agrupan en cuatro áreas cuyos techos son el Oshtoran Kooh (4150 m.) y el Zard Kooh (4548 m.) en los montes Zagros, y el Sabalán (4811 m.) y el Alam Kooh (4850 m.) en la cordillera de los Alborz.
Decidimos ir al último, en la macizo de Takht-e Soleymân, porque ya el nombre resultaba atractivo (Trono de Salomón) y porque era la segunda altura del país.
En farsi, Kooh significa montaña y Alam estandarte. Lejos de las multitudes solo encontramos a algunos aficionados iraníes con el look que aquí se estilaba hace ya muchos años: vaqueros, chirucas, vara de fresno y gorra de Shell.


Después nos fuimos al Damavand (5671 m.), no pudimos evitarlo.


TRAS LOS PASOS DE HAES






En el pueblo de  Argüébanes no hay nadie porque todo el mundo está haciendo cola en el teleférico de Fuente De.
La pista que lleva hasta el paraje de Osmendián obliga a empujar la bici en bastantes tramos.
En 1874 a Carlos de Haes también le debió costar lo suyo llegar hasta aquí, en la base del gran murallón que forma el macizo oriental de Picos de Europa sobre Liébana, en Cantabria. Sobre todo teniendo en cuanta que venía desde Madrid, en tren, en diligencia, en mula y al final a pie.
Pintor prestigioso, buscaba en el norte un paisaje de montaña. Le acompañaban dos de sus discípulos en la Real Academia de San Fernando que a buen seguro llevarían la caja de pinturas del maestro, los lienzos, el caballete y los bocadillos.
En apenas una hora se llega al paraje conocido como Los Ríos porque allí confluyen el Mancorbo y el Cocildón, aunque es demasiado llamarlos así y menos en este verano tardío y canicular. En bici, con la bici, a pie, es lo mismo.
Una pequeña placa conmemora el lugar desde donde se pintó el que pasa por ser el mejor cuadro de paisaje de España: La canal de Mancorbo en los Picos de Europa.
La verdad es que aquí sólo se pintó un pequeño boceto sobre tabla (Colección Corral, Santander) que sirvió luego al artista para pintar en su estudio el cuadro definitivo (1876) que hoy se exhibe en el Museo del Prado.
El lugar exacto no se corresponde con la ubicación de la placa y posiblemente esté algo más arriba siguiendo la riega de Mancorbo. La maleza no lo pone fácil. Seguramente no haya forma de encontrarlo porque ninguna de las dos pinturas es fiel al paisaje ni falta que les hace a ninguno de los tres.
Quien quiera disfrutar del cuadro que se pase por la sala 063A de la planta baja del Prado y quien quiera disfrutar de Picos pues lo propio… evitando Fuente De en fechas punta.

Obra definitiva (168x123) óleo sobre lienzo
La vuelta desde Osmendián en bici es más gratificante a pesar del calor y las nubes de mosquitos. Seguro que Carlos de Haes jamás pensó que podría llegarse hasta allí arriba en aquel artilugio de dos ruedas que acababa de inventar un inglés excéntrico.

 
   Boceto (33x21) óleo sobre tabla 
                                                 

TRILOGÍA DE LLAUSET - 3

Refugio de Cap de Llauset desde Botornás
Cuestiones para un refugio

Al bordear el lago  Botornás camino del de Cap de Llauset aparece en lo alto el perfil puntiagudo y brillante del nuevo refugio.
Pronto descubriremos que este elemento constructivo es su primera novedad pero no la única. Novedades todas que de entrada plantean algunas dudas y que, por serlo, precisarán testarse con el tiempo.

Revestido por completo de chapa ondulada se parece a otros conocidos refugios alpinos de última generación como el del Monte Rosa en Zermatt o el de Goûter en Chamonix-Mont Blanc, pero sin tener su aspecto de naves espaciales tras un aterrizaje forzoso. Desde luego, se le ve desde lejos, pero ¿se verá de cerca cuando alguien precise encontrarlo en medio de la niebla o de la ventisca?

Acercándonos advertimos que, además de la brillante estructura, hay a su lado una plataforma de hormigón que, enseguida lo averiguamos, será la base de otro módulo independiente que se construirá en el futuro. Hoy sirve de alojamiento a los guardas, almacén, servicios... y se ha utilizado su terraza para alojar, a ras de suelo, las placas solares que generan la electricidad de un refugio que quiere ser sostenible. El día es soleado y deberían funcionar a pleno rendimiento, entonces ¿por qué petardea constantemente el generador? Seguramente supla el exceso de demanda eléctrica en estos días de verano. En invierno...  ¿qué sucederá en invierno cuando un metro de nieve cubra la terraza?

Al asentarse el refugio sobre terreno irregular, hay que subir unas escaleras hasta llegar a la puerta por la que se accede al interior: enfrente la recepción, detrás se vislumbra la cocina, a la izquierda el botero y a la derecha los dos comedores. Directo y diáfano. De abrirse la puerta, que es para eso, en pleno temporal ¿hasta dónde entrará el viento, el frío, el agua o la nieve?

En el piso alto las habitaciones son estupendas, cada una con su aseo y ducha. También la ventilación e iluminación a través de ventanas abatibles en el techo abuhardillado. Pero... no hay persianas... Ninguna ventana tiene cierre ni contraventana de ningún tipo. ¿Los cristales dobles aguantarán la intemperie a 2425 m. de altura? ¿Los velux de las habitaciones se taparán con la nieve y el hielo? ¿Y si a alguien se le ocurre bascular la ventana en esas circunstancias...? Pero esto sólo pasará en invierno, en verano... quien quiera dormir más allá del amanecer, o en noche de luna llena, ¿tendrá que usar antifaz?

En todos los revestimientos y suelos del interior predominan la madera y los materiales sintéticos que crean un clima cálido acorde con este tipo de instalaciones, pero ¿cómo se mantendrá éste en lo crudo del invierno (otra vez el invierno) si a todo lo dicho hasta ahora le añadimos que no hay previsto ningún sistema de calefacción?


Un nuevo refugio de montaña siempre es bienvenido y, si de agradecer es la iniciativa de quiénes lo han construido, más lo es todavía el duro trabajo de quienes se aventuran a regentarlo día a día pero, en fin, este invierno va a ser muy duro en Llauset.

Entregas anteriores:

TRILOGÍA DE LLAUSET - 2

Presa de Llauset y al fondo el pico Vallibierna

El agua que va y viene

Desde el pueblo de Aneto (1383 m.) en el extremo oriental de la Alta Ribagorza oscense parte una pista malamente asfaltada que sirvió para la construcción del embalse de Llauset ochocientos metros más arriba donde antes sólo había un pequeño estany o laguna glaciar. También sirve hoy para el mantenimiento de las instalaciones que es más bien escaso, y ahora para subir fácilmente al cercano refugio de Cap de Llauset.
En 1983 se concluyeron las obras del que fue el último gran proyecto hidroeléctrico de montaña de los Pirineos; por las mismas fechas en que se daba el impulso definitivo al último pantano de piedemonte, el de Riaño en la montaña leonesa, que anegaría todo un valle con nueve pueblos. En ambos casos el clamor de descontento de las gentes y el silencio geológico de los montes tuvieron el mismo efecto: nulo. 
En un providencial estrangulamiento rocoso del valle, subsidiario del río Noguera Ribagorzana, a 2131 m. de altura, pudo represarse el torrente de Llauset utilizando un sistema poco habitual, la presa de bóveda, (el mismo que en Riaño): la presión del agua embalsada actúa sobre un muro de hormigón que no ha de ser especialmente grueso porque su forma cóncava, como si se tratara de una bóveda o un arco, traslada la carga a los laterales rocosos de la garganta donde se sitúa.
Al final del túnel de acceso al embalse, una salida lateral permite acceder al GR que desciende al valle y también a la presa, que puede recorrerse de punta a punta por lo alto de su vertiginosa curvatura.
El agua del embalse se canaliza bajo tierra hasta dar sobre el valle de Barrabés desde donde se precipita por tuberías 800 metros hasta la central eléctrica de Moralets. Hasta aquí lo normal en tantos y tantos saltos de agua de cualquier montaña.
Pero a poco que el caminante atento se de una vuelta por el embalse de Llauset constatará una primera singularidad: solo un par de torrentes aportan su escaso caudal y sin embargo siempre está lleno. Para la segunda tendrá que darse el paseo en invierno: cuando todos los lagos del Pirineo a esa altura están helados y cubiertos de nieve, las aguas de Llauset no.
La explicación es sencilla pero ingeniosa y a la vez lucrativa para Endesa, la Cía. propietaria. El salto de agua de Llauset a Moralets se completa con el inmediato embalse de Baserca en el río Noguera Ribagorzana. Las gigantescas tres turbinas de Moralets producen electricidad durante las horas diurnas por lo que el nivel del embalse superior desciende. De seguir así en pocos días quedaría vacío. Pero como las turbinas son reversibles, durante la noche bombean el agua mås templada del embalse bajo de Baserca hacia Llauset que recupera su nivel y nunca se hiela.
Pero a cualquiera que haya aprobado la Física de la ESO esta explicación le chirriará porque la electricidad generada por el agua en el salto será siempre menor que la necesaria para devolverla arriba. 
Sin embargo, las Eléctricas además de física saben sobre todo de economía y como el kW tiene un precio bajo en horas nocturnas por la menor demanda, la central de Moralets consume esa electricidad barata bombeando el agua a Llauset para, durante el día, generarla de nuevo y venderla cara por el incremento de la demanda.
Y así termina este cuento en el que el consumo de energía no cuadra, pero las cuentas sí.

Nota : Si desde el embalse se sube por el barranco del Cap de Llauset y el lago Botornás hasta el flamante refugio se comprobará que, pese a la cercanía, no se abastece de la electricidad de la central porque es sostenible y dispone de placas solares... pero entonces... por qué petardea continuamente el generador de gasoil?
Ésta y otras cuestiones en la última entrega.

Entrega anterior: Trilogía de Llauset - 1

TRILOGÍA DE LL. - 1


La madriguera



Sin duda tenía que ser la entrada a Mordor, el país negro y desolado al este de Gondor.

Pero, después de más de un kilómetro traqueteando por lo que parecía la madriguera de un saurio gigante que no debía andar muy lejos porque se ha dejado las luces encendidas, resulta que no, que al final del túnel no se sale a la Tierra Media sino a lo que fue un hermoso paraje de montaña que hoy la mano de las Eléctricas ha modificado a conciencia.
Como en otros muchos lugares del Pirineo, la alta montaña no ha escapado a la voracidad de este Sauron, y lo que desde el parking, en un primer vistazo, puede parecer un gran y apacible lago no lo es en absoluto porque, a poco que miremos, no remansa sus aguas en una vieja morrena glaciar sino en una gran presa de hormigón que cierra la angosta salida natural del valle, también porque la lámina líquida, como en cualquier pantano oscilando arriba y abajo, deja una blanquecina "ceja" estéril en todas sus orillas. No lo es, y lo sabíamos, porque no se perfora semejante túnel permanentemente iluminado y se construye y mantiene una pista de doce kilómetros para que cuatro montañeros salven cómodamente casi mil metros de desnivel.
No conozco un acceso más siniestro a un paraje de alta montaña. Pero sabíamos desde el principio que este era el peaje a pagar para llegar hasta aquí fácil y rápido. Quienes busquen mayor esfuerzo y dispongan de más tiempo pueden eludir los "inconvenientes" anteriores y alcanzar este bello rincón oriental del Parque Natural por otros caminos. Para todos, a la vuelta, seguirá habiendo corriente en los enchufes.
Y de ahí para arriba ya sólo hay montaña salvaje, lagos de verdad, los últimos y olvidados tresmiles del macizo, granito del bueno, las nieves menguantes de otro verano demasiado cálido y el refugio más nuevo del Pirineo regentado por David, Raúl y Martin (sin tilde).

Nota: Si todavía alguien no sabe de qué va todo esto, más en próximas entregas.

LA TRÁGICA NO INAUGURACIÓN DEL REFUGIO DE LA RENCLUSA CUMPLE CIEN AÑOS

José Sayó frente al recién construido refugio de la Renclusa


Aquel 17 de julio de 1916 José Sayó, más conocido como “Pepe el de Llausia”, vació con cuidado el agua del gran recipiente en la orilla del lago de Paderna. Lo había subido desde la Renclusa con treinta y ocho alevines de trucha que se dispersaron desorientados. Hacía día y medio que, por iniciativa del Centre Excursionista de Catalunya, habían salido cuatrocientas crías desde Olot pero sólo esas pocas llegaron a su destino.
No sabía si la pesca de la trucha sería buen reclamo para los viajeros; la caza del sarrio sí. Pero, cada vez más, quienes se acercaban hasta la cabaña que regentaba con Trinidad, su mujer, lo hacían para subir al Aneto.

Desayuno en el viejo refugio de la Renclusa
Renclusa significa “abrigo bajo la roca” y ya desde el siglo XVIII se habla de él, “ennegrecido por el humo”. Como tantos otros los pastores lo usaban en época estival, pero también servía de cobijo para los pocos montañeros que se acercaban al macizo montañoso tras las primeras ascensiones a la Maladeta (1817) y al Aneto (1842).
Desde 1870 el benasqués Sebastián Mora se hizo cargo de él y lo convirtió en un rudimentario refugio durante más de treinta años. Su sobrino José Sayó tomó el relevo en 1907.
Para entonces la afluencia de pirineistas se había incrementado y ya no solo eran franceses que venían desde Luchón, sino también catalanes, sobre todo desde que la nueva carretera había abierto al exterior el valle de Benasque por el congosto de Ventamillo.
José Sayó guió a muchos de ellos, Busquets, Juncadella, Barloque… pero trabó especial amistad con Juli Soler Santaló con quién hizo la primera ascensión nacional al Posets por la Paul.
Pronto vio la necesidad de mejorar el alojamiento de la Renclusa con la construcción de un refugio de verdad, como los que ya existían en la vertiente francesa. El ingeniero Soler pensó que el C.E.C. –que ya tenía uno en Ulldeter- podría costearlo si el ayuntamiento de Benasque cedía el terreno y los materiales.

Dicho y hecho. En 1912 comenzaron las obras bajo la supervisión de Soler Santaló que había diseñado los planos y de Sayó que sería el arrendatario. 450 metros cuadrados en tres plantas más bodega era mucho más que la vieja cabaña. Necesitaría ayuda para sacarlo adelante porque la concesión duraba 29 años y ya no era joven. Afortunadamente contaba con Trinidad, su mujer, y sus dos hijas. Además Teresa se había casado con Antonio Abadías que sería de gran ayuda.
La obra marchó a buen ritmo y dos veranos después estaba prácticamente terminada. Sin embargo la muerte inesperada de Soler Santaló retrasó la apertura oficial hasta el verano de 1916.
Se aprovechó mientras tanto para acondicionar la explanada de la entrada y para construir una pequeña capilla excavada en la roca que había dado nombre al refugio.

Construcción del nuevo refugio
Pero mucho habían cambiado las cosas. La afluencia de montañeros desde Francia por el puerto de Benasque se había reducido drásticamente debido a la Gran Guerra que ya iba para su segundo año y una gran crisis económica se cernía sobre nuestro país pese a su neutralidad. Francisco Cabellud, que tenía su propia cabaña bajo el puerto, no contemplaba el futuro con optimismo; la guerra acabaría, sí, pero el nuevo refugio que veía construir en la ladera de enfrente arruinaría el suyo.
Sayó seguía con su trabajo de guía y en 1915 colocaba en la cumbre del Aneto el primer libro de registro. Ese mismo año, el nacimiento de José lo convertía en abuelo. Ya estaba más tranquilo.

Al bajar del lago de Paderna comprobó una vez más que, pese a esos dos veranos extras, al final el tiempo se echaba encima y todo eran prisas: los últimos muebles, los retoques de pintura, los remates de albañilería, los mulos con las provisiones… porque la inauguración oficial se había fijado para el 5 de agosto y estaban convocadas numerosas autoridades y personalidades de España y Francia.
Pero también reinaba el optimismo en el futuro y se fantaseaba incluso con construir otro refugio en el mismísimo collado de Coronas a 3200 de altura, a una hora de la cima.

El día 25 de julio de 1916 llegaron desde el valle de Arán dos montañeros alemanes con la intención de subir al Aneto. Adolf Blass y Eduard Kröger residían en Barcelona y eran socios del C.E.C., pero en los tiempos que corrían el  encuentro con montañeros franceses que pudieran llegar y los recelos de los españoles en gran medida francófilos no auguraban nada bueno. La tensión resultaba evidente.
No tenían guía y Sayó se ofreció pronto a acompañarles. Cuanto antes marcharan mejor. El conocido cura montañero Jaume Oliveras, que andaba por allí vigilando la construcción de “su capilla” de la Virgen de las Nieves, también subiría con un amigo.
El jueves 27, Sayó y sus dos clientes salieron a las cinco de la mañana. Oliveras se retrasó esperando a su amigo que al final desistió. Se juntaron todos en el Portillón Superior y en un día aceptablemente bueno alcanzaron la cumbre sin contratiempos.
Debió costar mucho subir los más de cien kilos de Blass hasta allí. Pero Sayó era paciente y seguro utilizó su conocido recurso de “estoy cansado, vamos a parar un poco” salvaguardando el orgullo de su cliente y sus menguadas fuerzas. También debió ser persuasivo en el estrecho paso de Mahoma para que el corpulento alemán cruzara sin encordar; y realista. En un intento anterior se había dado allí la vuelta. Conocía la montaña como nadie, pero lo que  no podía saber era que el observatorio meteorológico de Viella estaba registrando una violenta caída de la presión.
Mientras comían algo, las nubes los envolvieron. Al abrir el libro de cumbre para firmar, el granizo comenzó a golpear sus páginas;  la petaca de latón emitía destellos azulados y un zumbido de abejas escapaba de las puntas de las rocas. El estruendo del primer rayo no tardó en llegar aunque para entonces Sayó ya había organizado la retirada.
Oliveras y Kröger cruzaron el Paso de Mahoma los primeros. La tormenta se había desatado y las descargas les zarandeaban en la antecima mientras esperaban que llegaran sus compañeros. Era como los bombardeos que describían los corresponsales de guerra. Un rayo tronó especialmente cerca. Esperaron en vano y aprovechando una tregua, Oliveras volvió. Al comienzo del Paso vio los cuerpos de sus dos compañeros caídos sobre una repisa, veinte metros más abajo en la vertiente de Vallibierna. Descendió como pudo y comprobó que ya estaban muertos abrasados por el rayo.
Aterrorizado y con la tormenta volviendo, regresó junto a Kröger, le ocultó la desgracia y, encordándolo de nuevo, cruzaron el glaciar a toda prisa. Solo al llegar a las primeras pedreras le dijo la verdad.

Cabaña de Cabellud, bajo el Puerto de Benasque y frente al Aneto


En la Renclusa la noticia dejó a todos consternados. Muchos volvieron al valle de inmediato, Trinidad y su hija se encerraron en su cuarto, nadie sabía cómo organizar la bajada de los cuerpos y el tiempo seguía muy malo. Al final un grupo de rescate subió desde Benasque. El 28 y 29 siguió el temporal. El día 30 salieron hacia arriba pero no pasaron del collado de Coronas. El 31 por fin se consiguió llegar hasta los cadáveres cubiertos por la nieve. Los bajaron por el glaciar en improvisados trineos y al llegar a la pedrera los guías José Delmás y Daniel Mora se los cargaron a la espalda.

Hasta aquí los hechos que colocaron al Aneto en el listado de malas montañas, y a José Sayó en el pedestal de los guías clásicos muertos en el ejercicio de su oficio. El mismo inmerecido pedestal que antes tuvo Barrau muerto en la montaña maldita por excelencia, la Maladeta.

Paso de Mahoma desde la antecima del Aneto
La prevista inauguración de la Renclusa se pospuso definitivamente pero su funcionamiento como refugio quedó garantizado al hacerse cargo el yerno de Sayó, Antonio Abadías. El cura Oliveras, uno de los supervivientes, colocó al año siguiente una pequeña cruz de hierro en el lugar exacto del accidente. Después marchó a las misiones a Venezuela.
Sin embargo, el halo de la desgracia que en aquellos años rodeó la montaña hizo que las ascensiones al Aneto no se incrementaron al ritmo que muchos habían previsto. Según aquel primer libro de cumbre, desde 1915 a 1919 sólo subieron 146 españoles y 104 extranjeros; cincuenta personas cada temporada no es mucho.

Pero pasó la primera guerra mundial, pasó la gripe española del 18 y Abadías, el nuevo guarda del refugio, tomó también el relevo de su suegro en la tarea de guiar clientes, especializándose en la que será “su montaña” y a la que subió, dicen, más de cuatrocientas veces; le llamaban “el león del Aneto”.
En 1926 su hijo, José Abadías Sayó, subió con él a la cumbre. Tenía diez años. La montaña empezó a recuperar  la fama de asequible y bondadosa. Solo había que darse un buen madrugón cuando el guarda despertaba a todo el mundo a las cinco de la mañana al grito de “¡Aneto, Aneto!”

El actual refugio ampliado
Antonio Lafón, el guarda actual, sí pudo vivir una auténtica inauguración cuando el 30 de septiembre de 2006 se amplió el refugio. Este verano está prevista otra, la del refugio de Llauset en la vertiente oriental  del macizo.
Calcula Antonio que pueden subir al Aneto más de 7000 personas al año, pero la montaña ya no es lo que era. Muchos no pernoctan en la Renclusa al llegar la carretera hasta la Besurta a poco más de media hora, el glaciar ha menguado mucho desde finales del siglo pasado, las previsiones meteorológicas son muy precisas, los equipos son inmejorables… pero todos los años hay accidentes (en zapatillas, sin ropa de abrigo, sin crampones ni piolet, a horas intempestivas, con el perro…) porque “debiéndose perder el miedo a la montaña se le ha perdido también el respeto”.
Ninguno de los guías clásicos se lo perdió. Pero el único al que recordamos por su trágica muerte es a José Sayó, “Pepe el de Llausia”. Hace cien años. Muchos otros de su misma época también guiaron clientes a las cumbres porque el pastoreo y la ganadería daban para poco, pero murieron a su debido tiempo y nadie se acuerda de ellos. También merecen estar aquí. Conocemos el nombre de algunos: Tomás Sierco, José Gistaín, Francisco Mora, Francisco Cabellud, Mariano Torrente, José Mir, Antonio Lobera, José Delmás, Daniel Mora…
Con ellos terminó la época clásica del pirineismo, lejana, romántica y un poco ampulosa para nosotros, como los versos de Verdaguer grabados en 1916 en la placa conmemorativa que hay en la recepción del refugio de la Renclusa.


"¡Qué horribles gritos tuvo que arrojar las tierra alumbrando a tan temprana edad esta sierra!
¡Qué días pataleando y noches de gimotear para sacar al puro sol estas montañas de lo profundo de sus cráteres y entrañas como olas de la mar!"



LAS SEIS PUNTAS DEL RUSSELL



El próximo 2 de julio está prevista la inauguración del nuevo refugio guardado de Cap de Llauset en los Pirineos Centrales, dentro del municipio oscense de Montanuy. Está situado en el extremo oriental del Parque Natural Posets-Maladeta, a 2450 m. de altura junto al lago del mismo nombre y con un cómodo acceso (1 h. 30 mn.) desde el parking del embalse de Llauset.
Gracias a él la Senda Pirenaica (GR-11) rellena una de sus lagunas más evidentes. Pero además, el cercano pico Russell recuperará la importancia que merece dentro del conjunto del macizo y su vía de acceso original seguida en la primera ascensión por el conde pirineista se convertirá en otra vía normal equiparable al menos a la de la Gran Cornisa de Vallibierna.

Sin embargo, la complejidad es esta masiva cumbre como mejor se comprende es recorriendo todas sus puntas en una larga jornada circular desde el coll dels Isards cercano al nuevo refugio. Una buena propuesta para el arranque de los nuevos tiempos de esta vieja montaña.

JAMES BOND EN EL PIRINEO


Fotograma del arranque de la película El mañana nunca muere en el alto valle del río Ésera (Pirineo de Huesca)


Las películas del mítico agente 007 son en esencia películas de aventuras y, aunque la aventura es posible en cualquier lugar, la más primigenia, la que conecta con los orígenes del hombre se sitúa en los grandes espacios de la naturaleza. Entre ellos las montañas ocupan un lugar dominante y quizá por esto forman parte tantas veces de las historias de James Bond.
Pero el agente secreto se desenvuelve allí arriba con soltura no porque sea 007 –que por eso ni se despeina- sino porque las montañas forman parte de su desconocida historia vital: sus padres, el escocés Andrew Bond y la suiza Monique Delacroix, que murieron escalando en las Aiguilles Rouges de Chamonix, debieron transmitirle su afición a las alturas y su competencia frente al vacío o la nieve, por supuesto sin perder la compostura.

Cualquier película al final es el resultado de un proceso de montaje –hoy diríamos cortaypega- de múltiples planos, escenas y secuencias que se rodaron en momentos distintos durante meses, con actores que igual ni coincidieron en el rodaje, en diferentes escenarios reales o de cartónpiedra, aderezado todo, y cada vez más, con efectos especiales. Sólo los espectadores en la sala de cine podrán ver el puzle montado y seguir su hilo argumental.
Entre los escenarios de las películas de James Bond, los montañosos son dominantes en alguna como 007 al Servicio de su Majestad (1969) donde un desconocido George Lazeby da vida al Bond más montañero en pleno macizo de la Jüngfrau de los Alpes Berneses. Pero muchas veces las montañas ni aparecen, o lo hace de forma anecdótica como en las últimas entregas protagonizadas por Daniel Craig que prefiere el mar y solo se abriga en el Tirol austriaco al final de Spectre, 2015.

Aunque sus aventuras montañeras se sitúen muchas veces en fantásticas y recónditas cordilleras de Siberia o Centroasia, en realidad son montañas más conocidas, cercanas e incluso familiares, pero no fácilmente reconocibles. Lo más lejos que han ido las cámaras de la saga ha sido hasta el monte Asgard, en la isla de Tierra de Baffin (La Espía que me amó, 1977), aunque el actor Roger Moore no pisó el Ártico canadiense.
Lo habitual es que las localizaciones montañosas sean europeas, preferentemente alpinas: ya en la segunda entrega, Desde Rusia con Amor (1963), Sean Connery huye por los Alpes Dináricos,  en James Bond contra Goldfinger (1964) cruza en su Aston Martin por el Furkapass, en los Alpes del Valais. En Sólo para sus ojos (1981) se calza una vez más los esquís en los Dolomitas de Cortina d´Ampezzo, lo que no impide que también escale en los monolitos de Meteora (Grecia).
En Goldeneye (1995) Pierce Brosnan, penúltimo 007, salta al vacío en bungee jumping desde lo alto de la presa de Verzasca en los Alpes del Ticino y en El Mundo Nunca es Suficiente (1999) esquía, otra vez, en los Grandes Montets con el Mont Blanc de fondo. Más cercano a nosotros, el Bond Timothy Dalton escala el Peñón de Gibraltar (Alta Tensión, 1987) para luego saltar en paracaídas.
Excepcionalmente se han rodado escenas en los lejanos glaciares de Islandia o Noruega como en Panorama para Matar (1985) y en Muere Otro Día (2002).

Pero más excepcionálmente aún, se ha rodado en nuestros cercanos Pirineos.


Bond en el Pirineo from Solana Plaza on Vimeo.

En la decimoctava película de la saga, El Mañana Nunca Muere (1997), la habitual y siempre infartante aventura inicial se desarrolla en una vieja base aérea usada como mercado de armas para terroristas y situada en las montañas de Afganistán (se reconoce a los talibanes por su característico pakol en la cabeza) al lado de la frontera con Rusia (según se rotula para aclarar lo que en esas fechas, ya desaparecida la URSS, es imposible). Con la ayuda de un misil lanzado desde un buque británico (que navega en un cercano mar que no existe) Bond destroza la base y escapa pilotando un caza robado al que persiguen sus enemigos sobre las cumbres del Tirich Mir camino de Pakistán, por ejemplo.
Pero no importa la verosimilitud de la historia, sino que la secuencia se rodó principalmente en el altipuerto de la estación de esquí de Peyragudes, un curioso aeródromo con su pista en pendiente como el de Lukla pero en el Pirineo francés. Mientras el misil y los aviones sobrevuelan la cordillera nevada, por segundos  resultan familiares ciertos parajes del entorno de los llanos del Hospital en el valle de Benasque.
El ojo atento reconocerá al fondo del valle de Remuñé la silueta del Perdiguero y por encima del valle de Literola, los picos de Bastisielles, el Escorvets y la aguja de Perramó. En décimas de segundo.

En cualquier caso, las montañas de Bond no son para subirlas esforzadamente, a pie o escalando, y acabar maldurmiendo en un refugio cutre, sino para bajarlas estilosamente, en esquí o paracaídas, hasta el glamuroso hotel donde seguro espera el barman con un Martini “mezclado, no agitado”, y la chica.