“Quiero borrar su nombre por fin de mi
memoria y, sin embargo, volver a verlo. ¡Verlo una vez más!”
Todos los caminos
están abiertos. Annemarie Schwarzenbach
Creedme, no hay dos volcanes
iguales aunque se parezcan, pero todos tienen el mismo irresistible atractivo,
el de su geológica relación con el origen del mundo, el de su mítica conexión
con los infiernos que, a fin de cuentas, viene a ser un poco lo mismo. Por eso
nos gusta asomarnos a su borde.
Así sucedió con el Damavand,
la montaña más alta de Irán, el volcán más alto de Asia cuando la viajera suiza
lo vio humeante en 1938. Así nos pasó a nosotros cuando emergió entre las nubes
a comienzos de este verano humeando todavía.
Habíamos llegado la víspera,
de noche, desde las lluviosas orillas del mar Caspio y, visto al amanecer a
través de la ventana de nuestra habitación en el albergue de Polour, hizo honor
a todas nuestras expectativas.
Camino de Polour |
Y eso debió ser todo; pero
quisimos más y subimos.
Millón y medio de riales por
el permiso de ascensión y otro millón por un puesto en la caja de una camioneta
suicida hasta Gosfan Sarah (3020 m.). Desde aquí, un camino polvoriento hasta
el refugio Bargah-e Savon (4200 m.) que si quieres aliviar enviando tu pesada
mochila en una mula son otro millón. Como no hay sitio en el refugio, por
quinientos mil te envían a una tienda militar con cartones en lugar de
colchonetas cien metros por debajo del refugio para que tengas que subir y
bajar cuando necesites agua, o té, o una chocolatina que son tropecientos mil
riales. Riales a puñados.
Al día siguiente, o sea esa
misma noche a las tres de la madrugada, para arriba por una senda pedregosa que
evita tocar la nieve aunque hay bastante en la montaña. Cualquiera puede subir
y eso es mucha gente. Por suerte nadie madruga tanto. Por encima de 5000 m. lo
de siempre, pero aquí el aire escaso se mezcla con las emanaciones sulfurosas
de las fumarolas. Hay quien lleva mascarillas. Y al fin, la cumbre. Sí, 5671 m.
llenos de inscripciones, ofrendas, placas conmemorativas, banderas. Y encima,
la que está justo al otro lado del cráter parece más alta!
Fotos y para abajo: 1500 m.
al refugio, 1200 m. más a Gosfan, y 800 m. a Polour. Nos zumban los oídos.
Akbar, nuestro chofer, nos
esperaba puntual para llevarnos a Teherán…y sonriente, por la cifra de seis
millones de riales. Al aeropuerto imán Khomeini y para casa.
Al final, nos quedamos con
nuestro Damavand soñado, el que conocíamos ya antes de venir aquí en las
páginas de “Todos los caminos están
abiertos”, el que vimos desde Polour por la ventana:
“De
repente, en medio de la claridad nocturna, se alzó una nube que fue para mí
como una visión de Oriente, un espejismo. La vi difuminarse en el horizonte
insólitamente limpio, y allí estaba, como una pirámide rayada, el volcán
extinto, una dolorosísima y conmovedora imagen: la eternidad.”
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