Para quiénes somos del Pirineo cualquier montaña que visitemos en cualquier lugar del mundo tiene en las nuestras la vara de medir. Las de Córcega, que se recorren en el famoso GR-20, son modestas por su altura pero duras por sus desniveles, resecas como un hueso en verano pero con pinares frescos y umbrosos, sus pocos refugios son vetustos pero acogedores. Todo esto esperábamos encontrar.
Pero además, para los que somos de Huesca resultó una sorpresa encontrar por toda la isla una bandera que nos resultaba muy familiar. Como todas, pretendía ser seña de identidad y por tanto de diferencia y al final ha resultado serlo de común mediterraneidad.
Esta es la pequeña historia de este descubrimiento.
El
estadio de la S.D. Huesca, que ahora milita en Segunda B, se encuentra
a las afueras de la ciudad en unos llanos llamados de Alcoraz.
Hace ya
más de mil años, en 1096, se entabló en ese lugar una batalla campal que iba a
decidir la suerte de Uasqa, por
entonces baluarte norte del reino taifa de Saraqusta,
surgido del desmembramiento reciente del califato de Córdoba.
Aragón,
condenado hasta entonces a ser, frente al gigante del sur, sólo un pequeño reino
pirenaico, encontraba ahora su oportunidad. El rey Pedro I, tras largos
años de asedio a la ciudad, enfrentó sus tropas en campo abierto a las de Al
Mutsain II rey taifa de Zaragoza. Según la tradición, la intervención milagrosa
de san Jorge resultó crucial, nunca mejor dicho, para el triunfo cristiano en
la batalla.
El cerro próximo,
donde al parecer había un castillo cristiano, se llama hoy de san Jorge, el
estadio de la S.D. Huesca
es el Alcoraz y su segunda equipación
lleva sobre la camiseta blanca la cruz roja del santo guerrero, o cruz de
Alcoraz. Cruz que, por otra parte, tenía gran difusión en la heráldica medieval,
desde Georgia, de donde proviene, hasta Génova o Inglaterra.
El Seminario
Permanente sobre Migraciones Internacionales y Extranjería de Aragón afirmó en
su momento que dicha indumentaria alentaba a la violencia y era ofensiva, y
pedía a la FIFA
su retirada.
La naviera Corsica y Sardinia Ferries que realiza las
conexiones regulares entre el sur de Francia y las islas de Córcega y Cerdeña tiene como
emblema una cabeza negra vista de perfil con su frente ceñida por una cinta.
Aparece pintada a tamaño gigante sobre el casco amarillo de todos sus buques.
Pero una
vez se desembarca en la isla del norte, en Ajaccio, en Calvi o en Bastia, cabezas similares lo invaden todo, en banderas al viento, en pegatinas en coches o
en escaparates, en pañuelos y camisetas, en postales y sellos, desde las más
recoletas calas hasta la cumbre del monte Cinto.
Para los
corsos es símbolo de su libertad y advertencia a sus enemigos. Cualquiera sabe
allí que es la cabeza de un “maure”, de
un moro decapitado. Porque durante siglos la isla sufrió el azote de la
piratería berberisca y los naturales cortaban la cabeza a los que capturaban
exponiéndolas en picas como advertencia. O eso han creído siempre, que es lo
importante.
Ningún
Seminario Permanente habrá opinado al respecto
Curiosamente
estas dos “incorrecciones políticas” tan aparentemente distintas y distantes
tienen un nexo de unión que explica su “corrección histórica”.
La cruz de Alcoraz de
la indumentaria del Huesca, en rigor debería ir acompañada de cuatro cabezas en
sus cuatro cuadrantes. Porque finalizada aquella batalla el rey aragonés
decidió dar un escarmiento a los vencidos y decapitó a cuatro de sus príncipes.
Práctica brutal, pero habitual entre las gentes de armas de cualquier bando en aquellos años.
Así
quedó constituido el primer escudo de Aragón que ya se describe en 1274 en la Primera Crónica General de
Alfonso X, donde el rey Sabio dice que son cabezas de “moros negros”, pese a que los
zaragozanos obviamente no lo eran. Con ello se fijaba esta anomalía equiparando
musulmán a negro, y color negro a color del mal. La muestra más antigua de este
escudo se encuentra en el reverso de un sello de una bula de plomo de Pedro III
de Aragón de 1281. Pero ya antes la firma de Pedro II lo sugiere.
Aragón, tras la toma
de Huesca, nunca volvió a ser un pequeño reino montañés. Desde su Pirineo originario,
siguió avanzando hacia el sur hasta que otras montañas, las del sistema
Ibérico, y otro reino, el de Castilla, frenaron su avance. Pero para entonces
ya era Corona de Aragón y formaba confederación con los condados catalanes y el
reino de Valencia. Las montañas quedaron muy lejos y el mar Mediterráneo abría
sus puertas.
Su
escudo incorporó entonces nuevos símbolos históricos: el árbol de Sobrarbe y la
cruz de Iñigo Arista que rememoraban el Viejo Aragón pirenaico, las cuatro
barras del nuevo Aragón de la
Corona y, por supuesto, en el tercer cuartel, el Aragón de
Alcoraz, con su cruz roja y sus cuatro cabezas negras con venda en la frente.
Así aparece por
primera vez en la Crónica
de Aragón de Gualberto Fabricio Vagad, incunable impreso en Zaragoza por Pablo
Hurus en 1499.
Terminada
la reconquista aragonesa a principios del siglo XIII, los reyes de la Corona plantearon la
expansión de sus dominios por las islas del Mediterráneo, como si de piedras
para saltar un charco se tratara: de Baleares a Sicilia, a Cerdeña, a Nápoles,
y hasta Atenas y Neopatria. Mal les pesara a otros que por las mismas fechas
albergaban parecidas ambiciones hegemónicas: el Papado, las repúblicas comerciales
italianas, Francia o el lslam. Con el avance aragonés allá fueron también sus
símbolos.
Dentro
de este proceso, en 1295 el rey Jaime II recibió del Papa Bonifacio VIII la
soberanía sobre el reino de Cerdeña y Córcega. Pero debería arrebatárselo a los
pisanos que por entonces controlaban las dos islas. Desde antiguo habían sido
codiciadas por vecinos poderosos: fenicios, griegos, cartagineses, romanos,
vándalos, bizantinos, musulmanes. Los aragoneses iban a ser uno más, y no los
últimos.
El
dominio de la Corona
de Aragón sobre ambas islas fue durante mucho tiempo más nominal que real,
debido a las continuas sublevaciones alentadas por los genoveses, hasta que en
1417 la situación quedó definitivamente clarificada: Aragón consolidaba su
dominio sobre Cerdeña, pero cedía el de Córcega a Génova. Téngase en cuenta que
el patrono de esta ciudad comercial es san Giorgio y su escudo, claro está, una
cruz roja.
Cerdeña adoptó
entonces el escudo aragonés, aunque las cabezas variaron ocasionalmente su
posición y la venda a veces caía sobre los ojos. En el s. XVIII, con la isla
bajo soberanía piamontesa, se oficializó el escudo con las cabezas a la derecha
y los ojos vendados, lo que fue interpretado por los sardos más como una
imposición que como un error. Una ley regional de 1999 lo enmendó sólo en
parte, devolviendo a los moros su apariencia original aunque continuaron mirando
a la derecha.
Córcega
siguió bajo dominio genovés durante la Edad
Moderna , pese a algún intento de Carlos V por recuperarla. En
1590, bajo el reinado de su hijo Felipe II, un geógrafo italiano que
cartografió los dominios del rey dibujó sobre la isla una cabeza negra con los
ojos vendados; pero por aquel entonces los intereses de la corona de España se
dirigían hacia el Atlántico y el Mediterráneo hacía ya tiempo que era un mar
menor.
Tal vez los corsos
por aquellas fechas adoptaran la iconografía de sus vecinos sardo-aragoneses
del sur en lo que a la cabeza negra se refiere pero, obviamente, sin la cruz de
los dominadores genoveses, la de san Giorgio o san Jorge, la de Alcoraz.
A
mediados del siglo XVIII el líder de la independencia Pasquale Paoli la tomó
como emblema de la libertad corsa pero levantó la venda que volvió a la frente
porque “al fin Córcega ha abierto los ojos”. Desconocía que con ello le
devolvía al moro su aspecto original.
La
independencia se frustró pero no su símbolo. Génova vendió la isla a Francia en
1768. Napoleón nació francés al año siguiente, y hoy la cabeza del moro está
más presente en la isla que la bandera tricolor.
Y la
camiseta de la S.D. Huesca llegó a ser la más vendida cuando el equipo estuvo en la Segunda División.
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