EL ÚLTIMO GLACIAR DE PICOS YA ESTÁ MUERTO

El helero del Jou Negro sólo es su fantasma



En Picos de Europa “jou” significa “hoyo” y equivale a depresión glaciokárstica resultado combinado de la acción del glaciarismo cuaternario y de la disolución y hundimiento posterior de la masa caliza.
El calificativo de Negro hace referencia a lo umbrío de ese lugar orientado al norte que ha favorecido la acumulación y conservación de la nieve.
Fue no hace mucho un pequeño glaciar de circo que desarrolló, en su lento movimiento, una destacada morrena frontal.
En la actualidad, pese a conservar hielo glaciar estratificado, ya no se mueve, por lo que ha quedado reducido a la condición de helero permanente… a la espera de mejores o peores tiempos, que de todo ya ha tenido.


Unas nociones sobre glaciarismo cuaternario.
Al terminar la cuarta y última (por ahora) glaciación los hielos que cubrían la mitad norte de Europa se fueron retirando poco a poco hacia latitudes más altas, y los que ocupaban nuestras montañas se fueron refugiando en las cotas más elevadas y en las orientaciones más favorables.
Pero estas glaciaciones no han sido uniformes y han presentado periodos templados intercalados de incluso miles de años de duración  La última, también llamada Würm, con una duración de unos 100.000 años tuvo tres de estos interestadios templados, que la fragmentaron en Würm I,II,III y IV.
Como es lógico, todas estas alteraciones, supusieron avances y retrocesos de los aparatos glaciares, especialmente sensibles a los cambios climáticos, sobre todo en latitudes y alturas límite como son las de nuestras modestas montañas peninsulares.
De la época más fría del Würm -máximo glacial- quedan grandes restos en toda la Cordillera y en Picos, sobre todo en su macizo Central: valles en U como el del Cares y el Duje, morrenas como la Lomba del Toro en Áliva o la de Pido en Fuente De, lagunas glaciares como las de Lloroza, rocas aborregadas, lomos de ballena, bloque erráticos… aunque todo ello mucho más modificado que en otras montañas, como Pirineos, por la fuerte karstificación.
Hace unos 15000 años comenzó el periodo templado interglaciar en el que nos encontramos hoy. También aquí las temperaturas templadas dominantes han sufrido pulsiones frías en unas ocasiones y cálidas en otras. Las dos más conocidas por situarse ya en época histórica han sido el OCM, (Óptimo Climático Medieval de los siglos IX al XIII) y la PEH (Pequeña Edad del Hielo de los siglos XIV al XIX).
El OCM presentó temperaturas tan altas que llevaron la vid a Inglaterra y la vegetación a Groenlandia. Probablemente entonces todos los glaciares de la Península desaparecieron. Con toda seguridad en los Picos de Europa no quedaron ni los heleros.
Después, la PEH, con un descenso medio de las temperaturas de entre 1 y 2ºC, reactivó el glaciarismo en los altos circos de los Pirineos Centrales desde el Balaitus al Mont Valier, en los “corrales” como el del Veleta en Sierra Nevada y en algunos “jous” de Picos.
Desde comienzos del siglo XX, un nuevo calentamiento, acelerado en las últimas décadas por la intervención humana, los ha hecho desaparecer de nuevo en los últimos escenarios, los más frágiles por altura y latitud, y el mismo camino llevan los pirenaicos.






El tiempo en los procesos glaciares: el Dryas Reciente
En las eras geológicas suele hacerse hincapié en la lentitud de los cambios, en los miles de años necesarios para que se evidencien, en la imposibilidad de que una vida dé para percatarse de ellos.
Sin embargo esto no parece que sea aplicable a la dinámica glaciar, especialmente sensible y, por ello, de respuesta mucho más rápida.
Cualquier montañero añoso recuerda el glaciar norte de Monte Perdido con sus tres escalones de hielo, su corte de séracs de setenta metros, sus grandes grietas transversales. Hoy sólo queda un pálido reflejo de aquello que los mismos que lo vieron en mejores tiempos quizá lo vean desaparecer por completo.
Al margen de explicaciones causales, el hecho evidente es que estos procesos y sus reversiones pueden hacerse efectivos en poco tiempo, en décadas, en años. Ya ha sucedido con anterioridad.
En 1980 el volcán St. Helens, estado de Washington USA, de 2950 m de altura sufrió una repentina y explosiva erupción que redujo su altura a 2550 m., abrió un gigantesco cráter de casi dos kilómetros de anchura y 640 metros de profundidad, y derritió todos sus glaciares que en forma de lahares de piedras, lodo y agua llegaron a treinta kilómetros de distancia devastándolo todo a su paso. Pero he aquí que en pocos años la nueva, pequeña y hueca montaña St. Helens, ha recuperado sus glaciares, sus nuevos glaciares.
Si ésta es una muestra demasiado puntual, no lo es la hipótesis del Dryas Reciente. Se denomina así a un cambio climático repentino producido cuando ya la última glaciación había concluido y el clima era plenamente interglaciar: Hace 12.846 años las temperaturas cayeron entre 5 y 15ºC en solo una década, debido a un desplazamiento hacia el sur de Europa del frente polar lo que supuso una rápida reactivación del glaciarismo. Esta reglaciación duró setecientos años y se fue casi tan deprisa como había llegado.
Así lo atestigua el reciente y sesudo estudio (publicado en la prestigiosa revista Earth and Planetary Science Letters”) de una peculiar estalagmita de la cueva de La Garma (Cantabria).
Cualquiera entonces, al comienzo o al final del proceso, pudo comprobar a lo largo de una vida, que sería corta, cómo cambiaban drásticamente el clima en que vivía, los animales que cazaba, los frutos que recolectaba. Y en los Pirineos, y en Sierra Nevada y en Picos de Europa volvieron de repente los glaciares. Y luego, también de repente, volvieron a desaparecer prácticamente todos.

Los glaciares de Picos en época histórica
Glaciar del Llambrión desde Torrecerredo. Fotografía de Saint-Saud, 1892
Durante la PEH, que abarca toda la Edad Moderna, los Picos de Europa recuperaron un glaciarismo incipiente del que existen testimonios directos (Casiano de Prado 1860, Saint-Saud 1892-1922, Penck 1897): en el macizo Occidental glaciares de Cemba Vieya y la Forcadona, en el Central glaciares del Llambrión, de la Palanca y, el más característico, el del Jou Negro. Aunque las fotografías y dibujos no son muy reveladores, sí podemos confiar en el criterio de quienes llamaron glaciares a esas masas de hielo y nieve, porque conocían bien lo que eran glaciares incuestionables en los Alpes y los Pirineos.
Sus dimensiones eran bien modestas. El del Llambrión, el mayor, situado a la sombra de la cresta que va de Torre Blanca a Tiro Tirso, alcanzaría 6,1 ha. Hoy sólo quedan unos heleros dispersos desconectados de la morrena. El del Jou Negro era algo menor entonces con 5,4 ha. Sin embargo aún mantenía a finales del siglo XX una parte de esa superficie (2,2 ha.) manteniéndose su frente aún en contacto con la morrena. Pero carecía de dinámica, su espesor había disminuido y estaba parcialmente cubierto de derrubios. Desde 1995 hasta hoy algunos estudios han podido constatar que se trata de un simple helero… condenado a desaparecer tarde o temprano.

El helero del Jou Negro aún resiste
Está situado a los pies de la mayor altura de Picos y, por tanto, de la Cordillera Cantábrica, Torrecerredo (2.646 m.), en el Macizo Central o de los Urrieles, A pesar de la escasa altura a que se sitúa (2200 m. en el Jou) y a la influencia templada del mar (a sólo 26 kilómetros) ha respondido muy lentamente a los cambios climáticos del último siglo por sus singulares características: el suelo subyacente permanentemente helado (permafrost), la acumulación de clastos que lo cubren y protegen de la escasa insolación, el incremento de precipitaciones de norte por el efecto barrera, las frecuentes avalanchas que lo alimentan. Todo ello debido a  la muralla rocosa que lo protege, el gigantesco hemiciclo de 400 metros de vertical que forman la torre de Labrouche, el risco Saint Saud, Torrecerredo y el pico y la aguja de los Cabrones. Un lugar muy umbrío… negro.
Es muy pequeño, pero lo tiene todo para ser un buen helero. El punto más elevado, pegado a la pared rocosa, se sitúa a 2315 m. No tiene rimaya de tracción. Todo lo más una grieta de fusión entre el hielo y la roca. Su anchura es de 170 metros.
Molino de glaciar en el helero
Su forma triangular orientada al norte hace pensar en un atisbo de lengua que llega hasta la morrena frontal, perfectamente perfilada, a una altura de 2250 m. Pero la verdad es que no arrastra ningún material y la cresta de la morrena se sitúa 10 metros por encima del hielo (del otro lado cae 20 metros hasta el jou). Su longitud es de 190 metros.
El agua de fusión desaparece en el subsuelo. Cuando ha quedado al descubierto, como sucedió durante los estudios del otoño de 1995, varios molinos de glaciar o pozos verticales permitieron calcular su espesor que oscilaba entre 7,5 - 14,3 metros.

Y esto es todo. Solo queda confiar en la capacidad de resistencia de este fósil helado que le ha permitido llegar hasta hoy.
Aunque tal vez ya sólo sea un simple nevero permanente.

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