El helero del Jou Negro sólo es su fantasma
En
Picos de Europa “jou” significa “hoyo” y equivale a depresión
glaciokárstica resultado combinado de la acción del glaciarismo cuaternario y
de la disolución y hundimiento posterior de la masa caliza.
El
calificativo de Negro hace
referencia a lo umbrío de ese lugar orientado al norte que ha favorecido la
acumulación y conservación de la nieve.
Fue
no hace mucho un pequeño glaciar de
circo que desarrolló, en su lento movimiento, una destacada morrena frontal.
En
la actualidad, pese a conservar hielo glaciar estratificado, ya no se mueve,
por lo que ha quedado reducido a la condición de helero permanente… a la espera de mejores o peores tiempos, que de
todo ya ha tenido.
Unas nociones sobre
glaciarismo cuaternario.
Pero
estas glaciaciones no han sido uniformes y han presentado
periodos templados intercalados de incluso miles de años de duración La última, también llamada Würm, con una
duración de unos 100.000 años tuvo tres de estos interestadios templados, que
la fragmentaron en Würm I,II,III y IV.
Como
es lógico, todas estas alteraciones, supusieron avances y retrocesos de los
aparatos glaciares, especialmente sensibles a los cambios climáticos, sobre
todo en latitudes y alturas límite como son las de nuestras modestas montañas
peninsulares.
Hace
unos 15000 años comenzó el periodo templado interglaciar en el que nos
encontramos hoy. También aquí las temperaturas templadas dominantes han sufrido
pulsiones frías en unas ocasiones y cálidas en otras. Las dos más conocidas por
situarse ya en época histórica han sido el OCM, (Óptimo Climático Medieval de
los siglos IX al XIII) y la PEH (Pequeña Edad del Hielo de los siglos XIV al
XIX).
Después,
la PEH, con un descenso medio de las temperaturas de entre 1 y 2ºC, reactivó el
glaciarismo en los altos circos de los Pirineos Centrales desde el Balaitus al
Mont Valier, en los “corrales” como
el del Veleta en Sierra Nevada y en algunos
“jous” de Picos.
El tiempo en los procesos
glaciares: el Dryas Reciente
En las eras geológicas suele hacerse hincapié en la lentitud de los cambios, en los miles de años necesarios para que se evidencien, en la imposibilidad de que una vida dé para percatarse de ellos.
En las eras geológicas suele hacerse hincapié en la lentitud de los cambios, en los miles de años necesarios para que se evidencien, en la imposibilidad de que una vida dé para percatarse de ellos.
Sin
embargo esto no parece que sea aplicable a la dinámica glaciar, especialmente
sensible y, por ello, de respuesta mucho más rápida.
Cualquier
montañero añoso recuerda el glaciar norte de Monte Perdido con sus tres
escalones de hielo, su corte de séracs de setenta metros, sus grandes grietas
transversales. Hoy sólo queda un pálido reflejo de aquello que los mismos que
lo vieron en mejores tiempos quizá lo vean desaparecer por completo.
Al
margen de explicaciones causales, el hecho evidente es que estos
procesos y sus reversiones pueden hacerse efectivos en poco tiempo, en décadas,
en años. Ya ha sucedido con anterioridad.
En
1980 el volcán St. Helens, estado de Washington USA, de 2950 m de altura sufrió
una repentina y explosiva erupción que redujo su altura a 2550 m., abrió un gigantesco cráter de casi dos
kilómetros de anchura y 640 metros de profundidad, y derritió todos sus
glaciares que en forma de lahares de
piedras, lodo y agua llegaron a treinta kilómetros de distancia devastándolo
todo a su paso. Pero he aquí que en pocos años la nueva, pequeña y hueca
montaña St. Helens, ha recuperado sus glaciares, sus nuevos glaciares.
Si
ésta es una muestra demasiado puntual, no lo es la hipótesis del Dryas Reciente.
Se denomina así a un cambio climático repentino producido cuando ya la última
glaciación había concluido y el clima era plenamente interglaciar: Hace 12.846
años las temperaturas cayeron entre 5 y 15ºC en solo una década, debido a un
desplazamiento hacia el sur de Europa del frente polar lo que supuso una rápida
reactivación del glaciarismo. Esta reglaciación duró setecientos años y se fue
casi tan deprisa como había llegado.
Así
lo atestigua el reciente y sesudo estudio (publicado en la prestigiosa revista “Earth
and Planetary Science Letters”) de una peculiar estalagmita de la cueva de La Garma
(Cantabria).
Cualquiera
entonces, al comienzo o al final del proceso, pudo comprobar a lo largo de una
vida, que sería corta, cómo cambiaban drásticamente el clima en que vivía, los
animales que cazaba, los frutos que recolectaba. Y en los Pirineos, y en Sierra
Nevada y en Picos de Europa volvieron de repente los glaciares. Y luego,
también de repente, volvieron a desaparecer prácticamente todos.
Los glaciares de Picos en
época histórica
Glaciar del Llambrión desde Torrecerredo. Fotografía de Saint-Saud, 1892 |
Durante
la PEH, que abarca toda la Edad Moderna, los Picos de Europa recuperaron un glaciarismo
incipiente del que existen testimonios directos (Casiano de Prado 1860, Saint-Saud 1892-1922, Penck 1897): en el macizo Occidental glaciares de Cemba Vieya y
la Forcadona, en el Central glaciares del Llambrión, de la Palanca y, el más
característico, el del Jou Negro. Aunque las fotografías y dibujos no son muy
reveladores, sí podemos confiar en el criterio de quienes llamaron glaciares a
esas masas de hielo y nieve, porque conocían bien lo que eran glaciares
incuestionables en los Alpes y los Pirineos.
Sus
dimensiones eran bien modestas. El del Llambrión, el mayor, situado a la sombra
de la cresta que va de Torre Blanca a Tiro Tirso, alcanzaría 6,1 ha. Hoy sólo
quedan unos heleros dispersos desconectados de la morrena. El del Jou Negro era
algo menor entonces con 5,4 ha. Sin embargo aún mantenía a finales del siglo XX
una parte de esa superficie (2,2 ha.) manteniéndose su frente aún en contacto
con la morrena. Pero carecía de dinámica, su espesor había disminuido y estaba parcialmente
cubierto de derrubios. Desde 1995 hasta hoy algunos estudios han podido
constatar que se trata de un simple helero… condenado a desaparecer tarde o
temprano.
El helero del Jou Negro aún
resiste
Es
muy pequeño, pero lo tiene todo para ser un buen helero. El punto más elevado,
pegado a la pared rocosa, se sitúa a 2315 m. No tiene rimaya de tracción. Todo
lo más una grieta de fusión entre el hielo y la roca. Su anchura es de 170
metros.
Molino de glaciar en el helero |
El
agua de fusión desaparece en el subsuelo. Cuando ha quedado al descubierto,
como sucedió durante los estudios del otoño de 1995, varios molinos de glaciar
o pozos verticales permitieron calcular su espesor que oscilaba entre 7,5 -
14,3 metros.
Y
esto es todo. Solo queda confiar en la capacidad de resistencia de este fósil
helado que le ha permitido llegar hasta hoy.
Aunque
tal vez ya sólo sea un simple nevero permanente.
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