Pico Anayet desde el Vértice |
¿Cómo que las montañas no
tienen sexo?
Desde que se escalan, las
vírgenes han sido las más apetecidas. Ya no quedan muchas. Ahora se buscan
nuevas vías, lo que tiene poco que ver con aquel primer y torpe fornicio y más
con el refinamiento del arte amatorio. Algo hemos avanzado.
No
voy a marear la perdiz con disquisiciones semánticas sobre la montaña o el monte. Me centraré en lo puramente formal y por tanto tangible.
Para
quienes subimos montañas hay dos perfiles que representan las mejores síntesis
de nuestros objetivos y que quienes no las suben dibujarían del mismo modo
porque forman parte de nuestra memoria colectiva:
- Una sucesión de dientes de sierra, que resume cualquier alineación montañosa y que muchas veces lleva ese mismo nombre: Sierra Nevada, Sierra de Gredos, Montserrat (por aquello de contentar a todos).
- Un cono aislado que enseguida sugiere la fisonomía de cualquier volcán: por ejemplo el del Teide (máxima altura de España –o del estado-).
Personalmente
tengo una especial predilección por los volcanes. Sin pretenderlo, y ahora que
lo pienso, he subido a muchos en lugares muy remotos, desde el volcán Pico en
Azores en mitad del océano al Bertrand en la puna andina de Atacama.
Quiero
pensar que es porque, mejor que los picos cordilleranos, los volcanes
representan en su aislamiento, el señorío sobre las bajas tierras del entorno:
tienen buenas vistas; no deben compartir protagonismo con otros similares y
próximos que, cuando menos, entorpecen la visión.
Sin
embargo, dice mi psicoanalista que es porque, frente al pico prominente, sólido
y evidentemente fálico, el volcán, en la vacuidad magmática de su cráter
representa en mi subconsciente la conexión vaginal con las entrañas de la
Tierra.
Por
mi experiencia debería matizar este diagnóstico.
La
ascensión de los volcanes suele hacerse sobre pendientes de derrubios en el
límite del equilibrio, que con notable esfuerzo nos llevan hasta el borde del
cráter para comprobar que la cumbre, o máxima altura, está justo al otro lado.
Lo que no es muy problemático si se trata de un volcanito como el redundante Vulcano
(islas Eolias, Sicilia) pero que puede comerte la moral si es una caldera de
muchos kilómetros como la del lnca Pillo en el macizo del Pissis (Andes
argentinos). En cualquier caso, la gran oquedad puede que sugiera lo que mi
terapeuta pretende.
Y
hay volcanes que no la tienen. Y frecuentemente es así porque, en su gran
altura, se cubren con un casquete glaciar que oculta púdicamente su desnudez.
En estos casos uno llega arriba y, con frecuencia, la sorpresa es grande porque
no sabe a dónde ir para alcanzar la cumbre, porque toda ella es más grande y
llana que un campo de futbol. Pasa en el bíblico Ararat donde aún se busca el
Arca entre los hielos de su cima, en el Snaefells de Viaje al Centro de la
Tierra que tiene su boca taponada y Verne no lo sabía, y en el boliviano Sajama donde se ha llegado a disputar un partido de
fútbol de altura. En todo caso, este blanco velo no haría sino añadir un toque
de recato al femenino volcán.
Pero
hay más, le he dicho a mi loquero, -lo que lejos de aclarar mis motivos para
subir volcanes los complica- hay algunos volcanes que se han transmutado de
vaginas en penes enhiestos, erectos. La mayoría de las veces, cuando los
subimos ni nos damos cuenta de ello, lo que requiere una explicación para que
lo que se haga sea con conocimiento de causa:
El
vulcanismo se remonta a tiempos geológicos muy remotos. Fue muy activo en la
orogenia Herciniana hace unos 300 millones de años y por ello muchos de sus
volcanes han sido arrumbados por la posterior orogenia Alpina. Pero algunos no
sólo han resistido sino que han sido levantados sobre nuevas cordilleras. Pero al
tiempo que la erosión desmantelaba su característico cono volcánico, quedaba el
magma solidificado de su chimenea volcánica al aire como un gran pitón rocoso
proyectado al cielo pidiendo escálame.
Han
sido necesarios millones de años, pero al final ha terminado pasando, han
cambiado de sexo. Es el caso del atractivo monte Kenia, la segunda altura de
África, del más modesto Siroua en el Anti Atlas a las puertas del Sáhara, y de nuestro
conocido Pic Midi d´Ossau en los Pirineos centrales.
¿Cómo
distinguir estas agujas, que no lo son y que son volcanes, aunque no lo
parecen? ¿Cómo saber que estás sobre un volcán transexual? Por el tacto. Sí,
por las duras rocas ígneas que los configuran: las riolitas, los basaltos.
El Midi desde los ibones de Anayet |
Sí,
me gusta subir volcanes; será por su componente sexual aunque éste sea
equívoco. Por eso en una semana más marcho a la Patagonia, en pleno Cinturón de
Fuego del Pacífico, donde los Andes están salpicados de volcanes. El Lanín
merecerá la pena y yo sé a qué categoría pertenece.
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