San Esteban de Cuñaba, bajo la sierra del Cocón |
En 1842 don Crispín, el nuevo párroco, llegó a Tresviso. Debió remangarse bien la sotana para subir a sus 61 años por los “desventíos” del desfiladero de la Hermida.
Ejerció su ministerio
con honorabilidad aunque su latín nunca fue bueno.
Hoy
a Tresviso ya puede llegarse en coche por carretera… desde 1991. O andando por
la popular ruta que arranca de Urdón construida a finales del XIX.
Antes,
como don Crispín, se subía volando sobre los abismos del desfiladero, por la
Pasá del Picayo. Una senda que desde San Esteban de Cuñaba aún atraviesa los
rincones más agrestes de la Sierra del Cocón, en Ándara, en el macizo Oriental
de Picos de Europa.
La
mejor forma de llegar a un lugar cuyo nombre significa “tras el abismo.”
Desde
que la Sociedad la Providencia abrió la Senda de la Peña para bajar en carretas
hasta el Deva la mejor blenda del mundo desde las minas de Ándara, las
vertiginosas sendas pastoriles que conectaban Tresviso con el cauce del Deva
cayeron en desuso. Sus “muriaos” y “calzaos” de piedra se desmoronaron, sus
“armaos” de madera se pudrieron, los “sedos” o pasos malos se volvieron
impracticados e impracticables, y todo un duro modo de vida fue desapareciendo
poco a poco hasta caer en el olvido.
La
senda, ahora acondicionada, que va de San Esteban de Cuñaba (Asturias) a
Tresviso (Cantabria) recupera el recuerdo de los hombres que la hicieron y de
su dura existencia en las más duras montañas de nuestra geografía. Lleva hoy el
nombre de su paso más vertiginoso, la Pasá del Picayo. No asustarse, toda ella ha
sido desbrozada de maleza, protegida por cables y pasamanos, señalada con
marcas de pintura… domesticada. No tiene pérdida pues transita por los únicos
lugares por donde es posible hacerlo sobre un vacío que llega a los mil metros.
Solo hace falta pie seguro y cabeza fría.
Bordea
desde el norte el extremo oriental de la Sierra de Cocón bajo la Torre de
Árguma, en un ambiente solitario y salvaje que pronto deja abajo el amable
bosque de robles, hayas y abedules del vallecito de San Esteban (250 m .) para flanquear
lapiaces suspendidos, recorrer cornisas invisibles, remontar canales de
vértigo, cabalgar colladinas imposibles y, tras coronar la Horcadura de Canto
Morón (1.273 m .)
ya en el luminoso sur, bajar a Tresviso (848 m .).
Un
buen lugar donde retirarse para los restos. Pero no nos engañemos, somos tan
intrusos como don Crispín que, reconocido por un mendigo, resultó ser José
Manuel de Cue y de la Borbolla, zapatero ambulante. Cansado de su constante ir
y venir, vio en el lugar y en la ocasión la mejor forma de acabar sus días. En
todos los oficios religiosos, como desconocía el latín, usó el “mansolea”, la
jerga del gremio de zapateros. Terminó en prisión.
Conformémonos
con degustar un buen tronzón de res tudanca al queso picón… y para abajo por la
Senda de la Peña.
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