desde 1881
Lucien Briet, el divulgador de Ordesa e impulsor de su Parque Nacional, en numerosas ocasiones entre 1903 y 1911, debió de entrar desde el brumoso Gavarnie al soleado sur pirenaico por el puerto de Bujaruelo.
Sortear los arroyos por las sendas de la montaña no le planteaba ningún problema pero, al llegar al fondo del valle, convertido el Ara en un turbulento y encajonado río, la cosa era distinta. Sin embargo, el puente de San Nicolás, facilitaba la tarea. Lo fotografió como un elemento más del paisaje, como luego el de Torla y Broto, río abajo. De piedra y arcos rotundos, como si siempre hubieran estado allí.
Pero al llegar a Jánovas, justo a la entrada de su desfiladero, otro puente debió llamarle la atención a pesar de que por entonces tenía pocos años, porque en Francia esos puentes habían estado muy de moda.
Para nosotros tiene el mérito de ser el más antiguo y el último de su clase que queda intacto, no solo en los Pirineos, sino en toda Europa.
El puente colgante de Jánovas
Desde el mirador de Jánovas en la carretera N-260, justo a la entrada del congosto, puede verse abajo, sobre el río Ara, esta reliquia casi desconocida de la arquitectura del hierro.
Merece la pena bajar y cruzarlo sobre su bamboleante tablero de 48 metros de largo cargado de historia y miedo. Del miedo a la presa proyectada allí mismo, que el pueblo de Jánovas no resistió pero el puente sí. De la historia del viejo camino a Francia por el valle del único río virgen que queda en esta parte del Pirineo.
Si bajamos por la pista hasta él nos parecerá pequeño y simple y así es, pero es único.
Los puentes colgantes tuvieron su época dorada con la Primera Revolución Industrial. A diferencia de los de piedra de siempre, eran baratos y rápidos de hacer aunque, salvo por el material, no eran muy novedosos porque desde antiguo los puentes colgantes incas y tibetanos, trenzados de fibras vegetales, cruzaban los ríos de los Andes y el Himalaya.
Pero a lo largo del siglo XIX en Europa tuvieron muy mala prensa por algunos dramáticos hundimientos, por su aparente fragilidad, por su inquietante oscilación al viento o al simple paso o por las revisiones periódicas que requerían. Razones por las que muchos se desmantelaron y hoy son más bien escasos.
Su funcionamiento es sencillo, y el de Jánovas, que es poco más que una pasarela, aún más. En cada orilla del rio Ara se construyeron dos grandes estribos de mampostería a modo de plataformas hasta donde llegaba el camino. Sobre cada uno de ellos se levantaron dos pequeños torreones de sillería, de unos tres metros altura, rematados por unas piezas metálicas que servían de apoyo a los... no, no son cables.
Esto es lo más destacable de este puente, porque un cable está trenzado y no es el caso. Desde lo alto de cada torreón vuelan hasta el otro lado del río dos sirgas paralelas hechas cada una de un haz de alambres anillados a cada metro para darles cohesión. De cada par cuelgan otras sirgas más delgadas, llamadas péndolas, que con un ingenioso sistema de ganchos sujetan el viejo tablero de madera con la mayoría de sus travesaños de roble aún originales. Una barandilla hace de quitamiedos.
No se construyó para coches, todavía no los había. Además es estrecho, no llega a los dos metros, por lo que no pasaban los carruajes, solo peatones y caballerías.
En las piezas de fundición que dan apoyo a las sirgas una inscripción nos da la fecha: 1881. El sistema había sido patentado por el francés Seguin, por lo que probablemente fuera su empresa la que lo levantara. Ningún puente colgante de los que quedan hoy en Europa conserva el cableado original, éste sí.
Es verdad que hay otros puentes colgantes en los Pirineos, como el de Puente Montañana en el Noguera Ribagorzana, o el de las Pilas sobre el Gállego, cerca de Senegüé, pero todos son más recientes o reconstrucciones.
Aquí, en el Ara, solo dos kilómetros aguas arriba encontramos el de Lacort, pero es nuevo tras ser destruido el original por una riada en 1942. Y más allá todavía, antes de llegar a Fiscal, quedan los restos de los estribos de otro también arrumbado por el río y que no se reconstruyó. Pero ninguno de los dos aparece en las fotografías de Briet y le habrían llamado la atención de estar allí, con lo que podemos concluir con toda seguridad que en la primera década del siglo XX, cuando el pirineista francés pasó, aún no se habían construido.
El de Jánovas tenía entonces más de veinte años.
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