Harrer, Kasparek, Heckmair y Vörg a su vuelta de la norte del Eiger (1938) |
Bajo relajado de la cima del
Perdido por la pedrera de la vía normal ahora que se ha ido la nieve de la
Escupidera.
Veo a lo lejos el Vignemale que
poco a poco va quedando oculto detrás de la mole rocosa del Cilindro de Marboré. Pese a que este
invierno ha sido generoso en precipitaciones, el largo verano ha hecho su
trabajo otra vez y el glaciar d´Ossoue sigue menguando irremediablemente año
tras año. No me hace falta ver el glaciar norte del Perdido, me imagino cómo
estará.
Veo ahora a mi altura los
curiosos pliegues tumbados de la cara este del Cilindro y recuerdo una vieja
historia. No la geológica, que esa sí que es vieja, sino la humana que conecta
esta cumbre pirenaica con el Eiger
alpino de la mano de Fritz Kasparek.
Hace ya más de ochenta años, solo
algunos españoles subían a los Pirineos y lo hacían para pasar a Francia
escapando del horror de aquel verano del 36. Sin embargo por el lado francés
continuaba la actividad montañera como si tal cosa. Y no solo por parte de
nuestros vecinos sino también por parte de alguno de los mejores escaladores
centroeuropeos que caían por aquí.
Con ciertas similitudes con los
tiempos actuales, en todo el continente corrían los vientos del totalitarismo y
el nacionalismo insuflados por la Gran Depresión de los años treinta. El
deporte no quedó al margen, como pudo verse en las Olimpiadas de Berlín, y el
alpinismo también se convirtió en un arma propagandística.
Ese verano estuvieron en los
Pirineos los austriacos Fritz Kasparek y Sepp Brunhuber. El primero era uno de
los mejores escaladores de su tiempo, con numerosas primeras en Dolomitas
(Civetta, Marmolada, Lavaredo). Cuando llegaron aquí hicieron la norte de la
Pique Longue del Vignemale; creyendo que era una primera (resultó ser la 3ª), pero
abrieron la variante conocida como “chimenea de los austriacos”.
Como tantos jóvenes en esos años
de pobreza y frustración, deslumbrados por el populismo totalitario, entendían
la escalada como una reafirmación de la superioridad racial o, al menos, como
una muestra del impulso nacional de un pueblo. Así lo manifestaba Kasparek en
su libro “Ein Bergsteiger” (El
Escalador). Afiliado a las SS de su país, no sería de extrañar que en sus
correrías por las montañas recabara información para los suyos. Otros lo
hicieron antes que él (Saint-Saud es de los más conocidos) y todos al amparo
del patriotismo; lo que no resta un ápice a sus hazañas deportivas.
Parece que buscaba montañas
calizas distintas a los Dolomitas, seguramente pensando ya en esa gran escalada
que nadie debía arrebatar a los alemanes: la cara norte del Eiger.
Desde el primer intento serio a
esa vertiente en 1934 acumulaba una pésima fama y seis muertos, todos alemanes
y austriacos. El Ogro era, por tanto el enemigo a batir.
En los Pirineos, Kasparek pasó
también por el macizo del Monte Perdido y abrió dos vías en el Cilindro: de un
lado, el evidente espolón N.O. y del otro, que ahora veo con sus
características ondulaciones sobre el Lago Helado, la retorcida vía de la
Gamba.
Cara este del Cilindro de Marboré con los pliegues de la Gamba sobre el lago Helado |
Dos años después, en 1938,
mientras la guerra aún desangraba nuestro país y Europa se preparaba para la
suya, la cordada austriaca de Kasparek y Harrer y la alemana de Heckmair y Vörg
unieron sus fuerzas y resolvieron el último “problema de los Alpes”, la Eigernorwand.
Era la hazaña que demandaba el Anschluss, la unión de Austria al III
Reich en marzo de ese año en busca de la Gran Alemania. Hitler condecoró a los
cuatro.
Kasparek decía en “El Escalador”
(ed. 1939 y 1940): “Nunca olvidaré la cara norte del
Eiger; Era, por así decirlo, el símbolo
del destino alemán. Seis alpinistas
alemanes habían perdido su vida. Y se nos
había concedido culminar su gran sacrificio. (...) ¿Podríamos actuar de manera diferente como
alemanes?”
Tras la guerra, en la tercera edición de
1951 este y otros pasajes exaltados habían desaparecido.
En 1954 Fritz Kasparek dirigió
una expedición austriaca a los Andes. Fue barrido por una cornisa en el nevado
Salcantay.
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