ESPLENDOR EN LA HIERBA


Las montañas pasiegas

Arredondo al amanecer, en el valle del Asón

A caballo entre Burgos y Cantabria, las montañas del país del Pas, son las últimas de verdad en el extremo oriental de la Cordillera Cantábrica. Su modesta altura no debe engañarnos porque los grandes desniveles, la complejidad de su estructura caliza y los imponentes restos de su glaciarismo cuaternario avalan su importancia.
Además son montañas singulares, paradójicamente, gracias a la intervención humana sobre el paisaje natural. Hasta hace bien poco, porque aquella empieza a ser ya una amenaza.

El país pasiego
Las tres Villas Pasiegas son la Vega de Pas, San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera, en la vertiente norte de la cordillera entre el puerto de la Matanela y el Portillo de Lunada. Sin embargo la realidad del país pasiego desborda los estrechos límites de estos tres municipios de Cantabria y la geografía y la historia lo extiende a la vertiente sur burgalesa  (Espinosa de los Monteros) y en la norte, a los valles del Pisueña (Villacarriedo) y del alto Asón (Arredondo)… por lo menos.

Cara N.O. del Castro Valner. Incendio provocado en el valle  
La geografía
En este extremo oriental, la cordillera Cantábrica marca la divisoria de aguas entre el mar y el Ebro.
Ambas vertientes son bien distintas; mientras la sur, tiene desniveles modestos y desciende suavemente, la norte, con pendientes de vértigo, se precipita bruscamente más de mil metros formando una auténtica muralla sobre la costa. Por ello, la humedad proveniente del cercano océano y los vientos de norte favorecen una altísima pluviometría (2500 l/m2) y en invierno una innivación excepcional desde noviembre a mayo.
Esto y la acción del hombre han propiciado el desarrollo de las típicas praderías pastoriles, si bien a costa de una importante reducción del bosque atlántico.
También las lluvias han favorecido una intensísima karstificación de los suelos calizos (cuevas, simas, lapiaces, sumideros, surgencias, dolinas…) convirtiendo la zona en un paraíso para la espeleología.
La última glaciación ha dejado una morfología glaciar modélica y a muy baja altura, sobre todo en el Miera y el Asón (circos, morrenas, hombreras, bloques erráticos…).
Hoy, durante el largo invierno, la nieve y las avalanchas de la vertiente norte cierran todos los puertos (La Sía, Estacas de Trueba, Matanela y sobre todo Lunada) y la conexión entre Cantabria y Burgos debe hacerse dando un buen rodeo por las carreteras nacionales de los Tornos o del Escudo.
El techo de la región, el Castro Valnera sólo alcanza los 1718 m. pero que no quepa duda que es auténtica alta montaña que en cualquier otra cordillera de la Península merecería tener mil metros más. Otras cumbres reseñables son el pico de la Miel, Cubada Grande, Porracolina, Picón del Fraile, Peña Lusa…


Arco de Carlos III en la Cavada
La intervención del hombre
El bosque atlántico de robles y hayas ha quedado relegado a las laderas más umbrías o a los rincones menos accesibles debido a una deforestación histórica que, destruyendo en parte un paisaje, ha creado otro excepcional por sus valores naturales, históricos y etnológicos.
Desde siempre los bosques han sufrido la actividad carbonera, pero la cercanía de las montañas pasiegas a la bahía de Santander (30 kms.), en especial el valle del Miera, hizo que sus bosques también surtieran de madera durante siglos a los carpinteros de ribera. Sin embargo se recuperaban sin problemas de esta intervención a pequeña escala.
Pero a finales del siglo XVI el Real Astillero se instaló en la bahía para proveer de galeones oceánicos a la flota. Entonces sí, la necesidad de cantidades ingentes de madera -hasta el XVIII se votaron más de un centenar de navíos de envergadura-, empezó a hacer mella en los bosques cercanos.
Y si era poco, por las mismas fechas otra actividad, la fundición de cañones que utilizaba la madera como combustible aceleró el proceso. El mineral de hierro se extraía de cercanas minas al aire libre, como las de Cabárceno donde hoy se ha instalado el famoso Parque de la Naturaleza.
En el Bajo Miera, entre las minas y los bosques, en las localidades de Liérganes y la Cavada, se instaló una siderúrgica que, convertida en Real Fábrica de Cañones por Carlos III, alcanzó su máxima actividad en el siglo XVIII. El ejército y la flota se aprovisionaban de ingentes cantidades no solo de piezas de artillería, sino de todo tipo de armas, munición, herramientas de hierro… El bosque ya no lo pudo soportar.
Todo esto, que explica el predominio hoy de las praderías sobre los bosques en los valles pasiegos, no aclara otro rasgo característico del paisaje: la abundancia de cabañas ganaderas diseminadas por todas las laderas –cada familia poseías cinco o seis-, tan numerosas como aparentemente innecesarias.

Cabañas bajo la nieve en el Bernacho, donde el invierno es muy largo
La cabaña pasiega
Sin embargo la peculiar explotación ganadera de estos valles lo exigía.
Fue comunal y de mera supervivencia hasta el s. XVII en que empezó a convertirse en particular, lo que incrementó el número de reses en búsqueda de mayores rendimientos. Así que los ganaderos pasiegos fueron ampliando sus pastos sobre las zonas deforestadas por la Corona. Y lo hicieron con una peculiar trashumancia que ha llegado hasta nuestros días: la muda.
La familia y sus animales pasaban el invierno en la zona baja del valle, en la cabaña mejor acondicionada, la vividora. Conforme la nieve se retiraba, se desplazaban todos a otra cabaña más alta hasta agotar sus pastos y saltar a la siguiente; y así sucesivamente. Pasado el verano comenzaban la muda de regreso al valle.
A partir del siglo XIX, cuando ya habían decaído astilleros y siderurgia así como el férreo control que sobre el uso de los bosques imponía la Corona, los ganaderos pasiegos continuaron con la deforestación mediante talas e incendios buscando más pastos sobre los que construir más cabañas.
Hoy, en declive la actividad ganadera, muchas de estas cabañas están abandonadas o en ruina.
Por las que quedan en uso y cuando toque, el pasiego y su familia pasarán con sus vacas haciendo la muda, con sus enseres metidos en un cuévano a la espalda.

Instalaciones militares en el Picón del Fraile
¿Y en el futuro?
Si la intervención humana durante siglos ha terminado por configurar un paisaje nuevo y maravilloso, en los últimos tiempos se está yendo demasiado lejos. La estación de esquí de Lunada, la más pequeña y a menor altura de España, tiene intención de ampliarse hasta la cima del pico de la Miel. Desde su cima, mirando justo al otro lado del puerto, destaca la gran esfera-radar del escuadrón de Vigilancia Aérea nº12 en lo alto de otra cima emblemática, el Picón del Fraile, Y mirando al oeste, el airoso perfil del Castro Valnera sigue amenazado por el último proyecto de teleférico desde la Vega de Pas.
A pesar todo, las montañas pasiegas siguen siendo un escenario a descubrir para cualquier actividad en la naturaleza.
Pero son pequeñas; que no corra mucho la voz.

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