“Cuando
vemos venir un león salimos corriendo, pero si nos dicen que vendrá dentro de
quince años ni nos movemos”.
Retroceso del glaciar de la Maladeta en 140 años |
Un año más, tras un invierno
benigno, el verano ha irrumpido desde mayo con temperaturas de julio. No es un
episodio excepcional sino una tendencia
que se observa desde hace más de cien años y que se ha acelerado en las últimas
décadas, lo que nos sitúa en el ámbito no de las volubilidades del tiempo sino de la tozudez del clima.
El negacionismo del cambio
climático sólo cabe si es pasivo en las mentes de los insensatos ignorantes
y si es activo en la de interesados egoístas. Aunque en ocasiones se dan ambas
circunstancias en las mismas personas, lo que no impide que alcancen las más
altas cotas de decisión a nivel mundial bien por su dinero, por decisión de una
mayoría o por ambas cosas a la vez.
Entre quienes frecuentamos
las altas montañas el porcentaje de ignorantes e interesados se mantiene en los
mismos porcentajes que en la tierra llana porque, definitivamente, el subir
montañas no nos hace más sabios ni más generosos que jugar al ajedrez.
Sin embargo, ninguno de
nosotros, a fuerza de patear y mirar montañas, puede negar la evidencia: en un
medio como el de las alturas, tan frágil y en equilibrio tan precario, el león
del cambio climático hace ya muchos años que ruge con fuerza: En invierno, las
nevadas son cada año más tardías y por tanto el manto nivoso desaparece antes,
cada vez hay que subir más alto para calzarse los esquís a no ser que la nieve
se fabrique artificialmente, con temperaturas más altas los corredores se
vuelven peligrosos porque no hay buen hielo donde asegurar y las rocas sueltas
caen constantemente, las cascadas de hielo no se forman o no lo suficiente, la
nieve polvo con la que soñamos ser buenos esquiadores hay que ir a buscarla a
latitudes árticas… vamos, que el invierno no es lo que era.
Y este verano (porque las
estaciones intermedias casi han desaparecido) volveremos a ver la montaña
desnuda de nieve, sedienta de torrentes y fuentes sin agua, desmoronándose en
las cumbres más altas al desaparecer el permafrost
(suelo helado), erosionándose sin piedad por las tormentas convectivas
provocadas por el calor, abrasándose por los incendios… vamos, que el verano
volverá a ser lo que ya es hace muchos años.
En nuestras montañas más
altas, los Pirineos, (con el permiso de Sierra Nevada y Teide que son más altos
pero menos montañas) un año más los neveros no sobrevivirán al mes de julio,
muchos heleros permanentes dejarán de serlo antes de que lleguen las primeras
nieves y los pequeños glaciares, la joya de la más alta montaña pirenaica, llegarán
al final de la temporada con su hielo negro corroído por el sol, más pequeños,
delgados y fragmentados que el año anterior.
Alguno no llegará.
Pero todo esto no es sólo un
fenómeno propio de nuestra tórrida península que tiene la desgracia, para
quienes nos gusta el frío, de estar demasiado al sur. En todas las altas
montañas del mundo suben las temperaturas y disminuyen las temperaturas, y cada
vez son más impredecibles, lo que aumenta los riesgos a medio y corto plazo. Y
la nieve, ese elemento que hace de las montañas ese medio aún más hostil que
tanto amamos, va desapareciendo.
El fotógrafo y ecologista
Fabiano Ventura lo está ilustrando en el proyecto “Tras la Huellas de los Glaciares”, un trabajo fotográfico para
Macromico Association que empezó en 2009 en el Karakorum y que ya ha transitado
por el Cáucaso (2011), Alaska (2013) y Patagonia (2016). Este año está
trabajando en el Himalaya y en el 2019 terminará en los Alpes.
Tomando como referencia
fotos históricas de estas montañas, en ocasiones de hace más de cien años,
Ventura busca el punto exacto donde aquel fotógrafo plantó el trípode para su
pesado aparato y justo allí él instala su moderno equipo fotográfico. El
resultado, que debería ser similar aunque con colores, sin embargo resulta casi
irreconocible.
Aquí van cuatro ejemplos,
uno por campaña.
2009.- El glaciar Baltoro (Baltistán, norte de Pakistán) con sus 57
kilómetros de longitud es uno de los más grandes del mundo fuera de las regiones
polares. Comparando la foto de Vittorio Sella con la de Fabiano Ventura,
separadas por un siglo, y pese a estar a los pies de la segunda cumbre más alta
del mundo (K2, 8611 m.) es evidente la diferencia entre ambas: el glaciar ha
perdido de 50 a 60 metros de espesor visto desde su orilla izquierda frente a
las torres del Trango. Ahora se ve al otro lado el glaciar lateral del mismo
nombre confluyendo con el Baltoro.
2011.- El glaciar Tvuiberi (Svanetia, Georgia) está en la vertiente más
soleada del Cáucaso. En 127 años ha retrocedido cuatro kilómetros. Ha
desaparecido de la fotografía actual. El valle excavado por su entonces potente
lengua de hielo está ahora ocupado por el bosque. Puede verse en cualquiera de
las dos vertientes la altura que alcanzaba entonces el hielo.
2013.- El glaciar Muir (Alaska, montañas Takhinsha) ocupaba un valle de
cerca de cien kilómetros de longitud que desembocaba en el Pacífico. Su
retroceso fue portentoso sólo en la década de los cuarenta. Hoy ha quedado
reducido a una exigua lengua que a duras penas alcanza el agua de la Glacier
Bay. Este es un buen ejemplo de cómo un valle glaciar, al retirarse los hielos
es ocupado por el agua del mar formando un fiordo. Como los noruegos, pero en
este caso no ha sucedido hace milenios al terminar la última glaciación
cuaternaria, sino en pocos años y delante del objetivo de las cámaras.
2016.- El glaciar de las Torres del Paine (Patagonia chilena) hoy aparece
casi extinto a los pies de las famosas agujas. Los turistas suben a diario
hasta la laguna para verlas. No hace tanto, el mismo glaciar descendía por la
ladera y su lengua cubierta de derrubios aún excavaba la cubeta donde años
después, al retirarse los hielos, se formaría la laguna de las Torres retenida
por la morrena frontal. En poco tiempo el glaciar habrá desaparecido por
completo.
Como simple curiosidad añado
un escenario que el proyecto de Ventura no contempla: Pirineos.
2001.- El que fue glaciar de Coronas (Pirineo Central de
Huesca, Vallibierna) situado en la vertiente suroeste del Aneto no tiene una
ubicación favorable para su supervivencia en los tiempos que corren (su vecino
de Llosás ya ha desaparecido). Ahora sólo es un lentejón de hielo que queda
fuera de la ruta normal al Aneto por esta vertiente. Podría también desaparecer
como helero en este verano que comienza.
Hace
quince años se nos dijo que el león vendría y, aunque hemos oído sus rugidos
cada vez más cerca no nos hemos inmutado. Ahora que ya está aquí… ¿por qué no
corremos?
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