La
conquista de las cumbres más altas de la cordillera pirenaica es el punto de
partida de lo que hoy se llama montañismo pirenaico o pirineismo.
Su
origen se remonta a los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX.
Hasta entonces los
habitantes de las dos vertientes de la cordillera, los montañeses, se habían
limitado a sobrevivir en un entorno difícil y aislado, especialmente al sur,
refugiados en el fondo de sus valles, ignorando las alturas y sólo
aproximándose a ellas cuando lo imponía la necesidad.
La
necesidad de proveerse de madera de los bosques,
de trashumar en verano con el ganado hasta las plletas, de contrabandear por los puertos con el otro lado de la frontera o, como mucho, dar caza a
algún sarrio enriscado por las tucas.
Para
el montañés, el Pirineo siempre ha sido sólo “monte”, es decir, esa parte del
territorio montañoso que puede ocuparse con una finalidad práctica. Así desde
la prehistoria.
Más
arriba, las altas cumbres carecían de interés alguno y sólo eran lugares donde
se refugiaban las leyendas y amenazaban los peligros. ¿Para qué subir hasta
allí?
Fragmento entre Torla y Broto del mapa de Roussel, 1730 |
Pero
a lo largo del siglo XVIII el
pensamiento ilustrado cambió la percepción que se tenía del mundo, y por tanto de
las montañas. Ahora se las empezó a ver a través de la luz de la razón y no de
la fe, del conocimiento y no de la superstición. La ciencia era capaz no sólo
de entender la realidad sino de mejorarla.
Este
fenómeno cultural que se conoce como Ilustración, y su época como Siglo de las
Luces, surgió en Francia y se extendió a todo el continente sentando las bases
del mundo contemporáneo: las revoluciones políticas e industriales, la sociedad
de clases y el laicismo.
Arraigó
entre una minoría burguesa (con alguna excepción) que sólo tenía cosas que
ganar con los cambios frente a los viejos estamentos privilegiados del clero y
la nobleza.
Para
ellos el “monte” pasó a ser la “montaña” que incluía hasta las alturas antes
innombrables y ahora objeto de conocimiento científico. Luego vendrá el gusto
estético (romanticismo) para continuar como objeto de consumo de los nuevos
ricos y finalmente de todos.
Los
montañeses del Pirineo, quedaron al margen de aquellas entelequias pero, cuando
a sus valles llegaron los primeros ilustrados en busca de explicaciones sobre
la formación de la cordillera (geólogos), sobre su altura y el aire enrarecido
(físicos), sobre sus plantas y propiedades medicinales (botánicos y médicos),
sobre su representación gráfica (topógrafos y cartógrafos)… algunos, aunque no
entendían nada, se aprestaron a acompañarles como guías… por un buen dinero,
por supuesto, que el hambre apretaba lo suyo.
Estos
pirineistas que subirán por vez primera a las principales cumbres de un lado y
otro de la frontera sólo vienen desde el norte, con lo que el fenómeno que
protagonizan es, en su origen, exclusivamente francés.
Las
razones de esta disimetría son tanto
políticas como geográficas.
Mientras
que en Francia, de donde irradia el pensamiento ilustrado, éste se materializó
violentamente con su revolución (1789) y proyectó al país hacia el futuro, en
España el miedo al contagio revolucionario terminó con el incipiente reformismo
ilustrado (Carlos IV) y la guerra de Independencia (1808-1814) nos devolvió al
pasado. Cien años de retraso que condujeron a un desencantado Goya, buen
testigo del momento, a exiliarse en Burdeos, Cien años de retraso que
justificaron entonces la frase atribuida a Dumas de “África empieza en los
Pirineos”.
Difícilmente
los Pirineos iban a verse inundados de sabios curiosos venidos desde España…
salvo, en todo caso, Vicente de Heredia.
Además,
el tránsito de personas y de ideas desde el sur hacia el interior de las
montañas siempre ha sido mucho más complicado que desde el norte donde los
valles se abren directamente a la llanura. Por España, las sierras del
Prepirineo y sus congostos dificultaban
el acceso. Hasta el punto de que los montañeses, aislados por ese lado,
conservaron su propia lengua residual (patués,
chistabín, cheso, ansotano) frente al castellano y la usaron como lengua
franca, similar al gascón occitano, en sus contactos mucho más frecuentes con
las gentes de la otra vertiente.
En
fin, que era más fácil acceder desde Francia, que desde la propia España… salvo
alguna excepción como Vicente de Heredia, que era grausino.
Así
las cosas resultaba inevitable lo que sucedió: la conquista de las cumbres más
altas del Pirineo, las “montañas” más allá de los “montes”, fue obra de un
numeroso grupo de intelectuales franceses que van desde Louis Ramond de
Carbonnières hasta conde Henri Russell a lo largo de todo el siglo XIX.
Casa de los Heredia, con su espléndido alero y pinturas murales, en la plaza Mayor de Graus (Huesca) |
Vicente de Heredia y Alemán es
la excepción que confirma esta regla.
Nacido
en Graus, donde confluyen los ríos pirenaicos Ésera e Isábena, en el seno de
una familia de la pequeña nobleza rural, hizo carrera fuera de su pueblo.
Capitán del ejército, fue secretario del también aragonés conde de Aranda,
hombre fuerte de la política española y reformista, convencido de las nuevas
corrientes de pensamiento que llegaban desde Francia. Voltaire dijo que “con
media docena de hombres como Aranda, España quedaría regenerada”. No debió
haberlos y menos lo fue Godoy que le sustituyó en la confianza del rey Carlos
IV.
Desde
la paz de los Pirineos (1659) la cordillera había adquirido una importancia
estratégica que antes nunca tuvo. Pero los mapas existentes entonces (Samson,
1696) resultaban tan imprecisos que casi era preferible fiarse de los de época
romana (Estrabón o Plinio).
Pero
con la llegada al trono de Felipe V, primer Borbón, las buenas relaciones entre
España y Francia (Pactos de Familia) podían facilitar las cosas. Además era
necesario conocer con claridad los límites de cada reino para imponer la nueva
política centralista y prever los conflictos fronterizos que acabarían por llegar.
Así se planteó la necesidad de crear una Comisión Bilateral de Fronteras
(Comisión Caro-d´Ornano, 1785) que cartografiara definitivamente la cordillera.
De ella formaba parte el capitán Vicente de Heredia al que le correspondió
trabajar la zona central oscense.
Los
trabajos estaba previsto que duraran hasta 1806, pero se interrumpieron antes
de tiempo (1792) con la radicalización revolucionaria en Francia (ejecución de
Luis XVI, pariente de Carlos IV) y poco
después se suspendieron definitivamente (guerra de la Convención con Francia,
1793-95).
Durante
el breve periodo de trabajos, Heredia se movió por el Pirineo central. Apenas
hay documentación. Se sabe que en 1791 cartografiaba en la vertiente que linda
con el circo de Gavarnie. Por entonces subió el primer tresmil español, el
Taillón (3144 m.), puede que también el Argualas (3044 m.), Tendeñera, Mondarruego,
la Fraucata, Peña Montañesa. Los subió, o envió a algún pastor a que lo hiciera
para colocar allí un mojón como referencia para sus mediciones geodésicas.
Cuando
Ramond alcanzó el Monte Perdido en 1802, envió antes a sus dos guías junto con
un pastor de Pineta a buscar el camino y acabaron llegando hasta la cima.
Cuatro días después él también subió. En lo alto un montón de piedras
testimoniaba que otros habían estado allí antes. Heredia podría habérsele
adelantado diez años…
Tal
vez algún día pueda documentarse esta primera. Pero ni aun entonces podría situarse
aquí el origen del pirineismo, ni siquiera del español, por dos razones:
En
primer lugar porque las ascensiones de Heredia, aun siendo él un reformista
ilustrado a la española, obedecían a un trabajo militar estratégico por encargo
que no hubiera emprendido por iniciativa propia. Igual que la primera ascensión
en 1492 al Mont. Aiguille en el Vercors por el capitán Antoine de Ville fue el
resultado de una orden directa del rey Carlos VIII para satisfacer su ego y no
resultó ser el origen de la escalada por mucho que se pretenda.
En
segundo lugar, porque sus supuestas primeras pasaron desapercibidas y no tuvieron
continuidad en este lado de la cordillera, donde hizo falta que pasara casi un
siglo para que sucediera algo así (C.E.C. 1890). Al igual que la gesta personal
del capitán de Ville, que dista casi trescientos años del auténtico origen del
alpinismo, la primera ascensión al Mont Blanc (1786).
Sin
embargo bien merece conocerse y reconocerse la singularidad de este “ilustrado
del Pirineo”, como ya se ha empezado a hacer en las investigaciones de Juan
José Nieto que expuso en la V Semana del Pirineismo de Graus que lleva el
nombre de Vicente de Heredia.
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