Un mes automedicándome en la
Patagonia
Puerto Natales y los Cuernos del Paine |
1.- Frenadol Complex en
Torres del Paine (Patagonia chilena).
Campamento Paine Grande |
Debido
a mi propensión catarral (y a la previsión de mi compañera al respecto) no
faltaban en el botiquín de viaje una docena de los conocidos sobres rojos.
Hicimos corto (los últimos días Paracetamol), y el tratamiento resultó
insuficiente porque, después de una semana, sólo pasé del moqueo y la tos a la faringitis
y más tos. Una tos perruna que me acompañó todo el mes de noviembre.
Aún
así los Andes, que allí llegan hasta el mar en el seno Última Esperanza, nos
parecieron las montañas más hermosas del mundo: el lago y el glaciar Grey, el valle
del francés y el Paine Grande, los Cuernos y el lago Nordenskjöld…
Subiendo
a la laguna de las Torres nos cruzamos con Stefano que bajaba como tantos, transfigurado.
Al rato nosotros estábamos de vuelta y él subía de nuevo, casi a la carrera y
sin resuello.
-¿Has olvidado algo arriba?- quizá
su cámara llena de fotos…
-Voglio vedere di nuevo lo spettacolo delle
tre Torri- …pero sólo volvía a mirar.
-Es muy hermoso.
-No, e sublime.
No
noté la diferencia.
2.- Pastillas para la
garganta rumbo al norte por el desierto (Patagonia argentina).
El río Santa Cruz atraviesa el páramo patagónico |
La
Ruta 40 recorre el páramo inmenso al pie de los Andes. Es un terreno
deshabitado y yermo batido por los secos vientos cordilleranos que sólo dejan
crecer algunos matojos de coirón. Un desierto recorrido por tropillas de
guanacos huidizos, que son parientes lejanos de los camellos, y apenas poblado de
estancias ovejeras solitarias de verdad, y ya convertidas algunas en
establecimientos turísticos.
Como
la estancia La Leona donde paró el bus en su interminable viaje al norte. Un
poste cargado de flechas indicadoras informaba de las distancias desde el fin
del mundo a Seul–17.931 km. a Sidney-14.468 km. a Madrid-12.726 km… a Buenos
Aires-2.677 km.
Mientras
estirábamos las piernas entumecidas, pensé que aquella desolación no podía calificarse
como hermosa y sin embargo tenía un atractivo irresistible.
Entonces
no caí en la cuenta de que era sublime.
Arranqué
otra pastilla del blíster y me la llevé a la boca.
-Señor, usted no tiene
afonía sino disfonía- Me había dicho la dependienta de la
farmacia de Puerto Natales antes de la partida- Tómese estos comprimidos.
-¿Y para la tos?
-También le sirven.
Tuve
la impresión de que, pese a la precisión semántica, aquel establecimiento era
más una tienda de chucherías y las pastillas caramelos.
3.- Pócima india en
las montañas de El Chaltén (Parque
Nacional de los Glaciares, Patagonia argentina).
Glaciar Piedras Blancas |
En
la lengua de los tehuelches, Chaltén
significa “montaña humeante”; la misma que nosotros conocemos hoy como cerro
Fitz Roy en recuerdo del primer europeo que la vio de lejos. A sus pies, el
pueblo del mismo nombre nació hace poco en pleno desfiladero del río Las
Vueltas que baja desde el Hielo Continental, lo que canaliza vientos y
tormentas por toda la avenida San Martín, su calle principal. Difícil encontrar
un lugar más inhóspito. Cuando llueve lo hace en horizontal empapando las
paredes de chapa mientras el suelo continúa seco.
Un
lugar ideal para mi próxima neumonía.
Estábamos
atrincherados en el albergue Kospi y Mabel, la dueña, recurrió con determinación
a un remedio autóctono.
-Preparate una gelatina a
base de cebolla y azúcar a fuego lento. La tomás poco a poco todos los días- me
dijo.
A
mí me pareció lo mismo, pero con miel, que mi madre me daba de niño por las
noches para la tos. Pero además ella me untaba el pecho con Vicks Vaporub, que
también debe ser en la Patagonia un remedio indio.
-Mabel, ¿dónde está el
hospital más próximo?
-Uy, en el Calafate. Pero
uno de verdad en Río Gallegos- la capital de la provincia,
en la costa atlántica, a 460 kilómetros.
Estuvimos
en El Chalten una semana y apenas vimos el Fitz aunque subimos hasta su base.
Nada del Cerro Torre, la montaña más difícil y más famosa del mundo, y lo
intentamos cuatro veces. Empecé a entender a Stefano.
Nubes,
lluvia, viento, nieve, frío, siempre; posiblemente fiebre también aunque
preferí no saberlo.
4.- Zitromax en
el ferry de Puerto Chacabuco, océano
Pacífico (canales de la Patagonia chilena).
Zarpando de Puerto Chacabuco |
El
catarro es vírico como la pulmonía; pero ésta también puede ser bacteriana como
debe serlo el miedo a cogerla en plena travesía patagónica después de más de dos
semanas. Pero el miedo puede ser bacteriano como la pulmonía y yo llevaba con
él más de dos semanas. Pero ¡teníamos antibióticos en nuestro botiquín!, así
que, una vez cruzamos a Chile por los Antiguos, me di a la azitromicina sin
contemplaciones. Demasiada humedad en esa vertiente oceánica, nada bueno.
Las
aguas del Pacífico se incrustan en el sur de Chile dejando su mapa convertido
en una tirilla carcomida de fiordos, canales e islas. Mientras del otro lado ríos,
lagos y glaciares se precipitan desde las montañas hasta el mar. Apenas queda
sitio para la única y serpenteante carretera, la carretera Austral. Mejor en
barco.
Primero
en la barcaza Tehuelche cruzamos el lago General Carrera, luego en el ferry
Evangelistas navegamos el fiordo Aysén, el canal Moraleda y bordeamos la gran
isla de Chiloé camino de Puerto Montt.
Agua
por todas partes; mas la que descargó del cielo en uno de los lugares más
lluviosos del planeta, 3000 mm. anuales. Lo que se dice llover a mares.
-No tengás miedo al frío ni
a la helada, sino a la lluvia porfiada.
-Al menos no me mareo- respondí
-¡Bárbaro!
-¡Sublime!-
pensé en las biodraminas del botiquín.
5.- Bisolbón Compositum
bajo los volcanes (región de los
Lagos, Patagonia chilena).
Volcán Lanín |
Tras
el desembarco, por fin un paisaje amable, un “locus amoenus” como dirían los clásicos. Capaz de atraer a
pobladores venidos desde muy lejos, especialmente alemanes que empezaron a
llegar a mediados del siglo XIX. La región chilena de los Lagos es un lugar apacible
para vivir –al menos en apariencia- y está poblada de granjas y ciudades.
Como
Puerto Varas, con sus aires de ciudad bávara a orillas del lago Llanquihue,
donde por fin encontramos una farmacia como Dios manda; y jarabe para la tos,
el de toda la vida que sabe a caramelo barato. Suficiente para aguantar hasta
el final del viaje porque después de tres semanas tosiendo tenía agujetas en
los abdominales.
No
más lugares inhóspitos, “loci horribili”,
como los que hemos dejado atrás. No más naturaleza salvaje ni riesgo inminente
para el achacoso viajero.
Pues
no del todo, porque la región está sembrada de amenazantes volcanes que con sus
conos nevados aflorando aquí y allá convierten el paisaje casi en japonés.
Paisaje amable pero peligroso en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico. Hacía
sólo unos meses que habían entrado en erupción los volcanes Calbuco y Villarrica.
Y muchos otros dormidos, podían hacerlo en cualquier momento: Osorno, Puyehue,
Michinmahuida, Corcovado, Yates, Casablanca, Chaitén, Lanín…
Numerosos
letreros advertían como si nada sobre deslizamientos de tierras, erupciones
volcánicas, incendios forestales, inundaciones, terremotos y tsunamis.
Con
mis pulmones expectorando a todo trapo subimos al volcán Osorno y no pasó nada.
Nevaba.
6.- Ebastel Forte en
los bosques andinos patagónicos
(Parque Nacional Lanín, Patagonia argentina).
En la selva valdiviana de Lácar |
En
la zona húmeda de la cordillera, especialmente chilena, un bosque impenetrable
(salvo para las empresas madereras) sube hasta el límite de las nieves permanentes;
más ralo al sur de donde predomina la araucaria, y esplendoroso al norte, con
lengas de más de 40 metros. Es la denominada “selva valdiviana” que desde Chile
se cuela en Argentina por los pasos fronterizos, como habíamos hecho nosotros
huyendo de la lluvia.
-Ustedes olvidan que aquí
aún es primavera- nos habían dicho en la farmacia de Puerto
Varas cuando adquirí el jarabe para la tos –y
sus organismos no están habituados a nuestra flora austral que es bien distinta
de la suya- y empezaron a enumerar pellines, arrayanes, raulíes, ñires, lingues,
mañíus, coihues, tiques, … nosotros sólo habíamos visto muchos árboles.
-Lo suyo bien puede ser una alergia al polen.
Llegamos
a San Martín de los Andes, recorriendo la selva valdiviana que engarza los
Siete Lagos desde el Nahuel Huapi al Lacar, y el viaje tocaba a su fin. Pero mi
afección catarral, pulmonar, bronquial todavía no. ¿Alérgica? ¡Llevábamos
antiestamínicos!
En
la somnolencia producida por una larga automedicación indiscriminada, los
bosques que atravesamos al subir al cerro Mallo me parecieron selvas inmensas y
desproporcionadas, solitarias pero pobladas de ruidos, acogedoras y a la vez amenazantes.
Seducían y repelían, atraían y alejaban. Porque el placer y el miedo sólo
confluyen ante la naturaleza salvaje, entonces lo supe, en los lugares de lo
sublime.
Para
los clásicos (otra vez), la belleza era una percepción racional basada en la
calculabilidad, la proporción y la armonía y sólo era posible en los lugares
seguros para la vida (loci amoeni).
Fuera de estos, la naturaleza salvaje (loci
horribili), inabarcable, desmedida y deforme era una amenaza de la que
huir.
Así,
lo bello en la antigüedad aparecía únicamente en las creaciones del hombre, las
Siete Maravillas del Mundo, y no en la naturaleza. Y lo horrible, por otro
lado, lo representaban los Cinco Paisajes Salvajes: las selvas, los desiertos, los océanos, los volcanes y las montañas.
Para
nosotros, que encontramos todo esto en nuestro viaje, la naturaleza salvaje de
la Patagonia estuvo más allá de la frontera de la perfección, sobre ese límite
(super limine) y, a diferencia de lo
simplemente bello que no es capaz de provocar el escalofrío, la naturaleza
patagónica nos emocionó profundamente y nos puso la carne de gallina, lo que es
el signo inequívoco del encuentro con lo
sublime.
Stefano
lo sabía. Entonces nosotros no, pero tampoco fue necesario. Cuando mi compañera
Lourdes coronó la morrena y se encontró de repente frente a la laguna y las
tres Torres del Paine, se le saltaron las lágrimas.
Yo
bastante tuve con sonarme los mocos.
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