Desde la cumbre del Gilbo, el pequeño Cervino, el pico más bello y
esbelto de la montaña oriental leonesa, a vista de pájaro, el panorama a mis
pies no puede ser más espectacular en esta cálida primavera que ha derretido
prematuramente las nieves de la Cordillera y, a cambio, ha llenado el embalse
de Riaño que extiende sus múltiples brazos de agua hacia Burón, Vegacerneja,
Boca de Huérgano, Carande, Horcadas.
Lo dicho, la vista es
espectacular pero no sé si hermosa.
Porque estos recovecos de agua no
son los “fiordos leoneses” como se decía el pasado 29 de mayo en el reportaje
de España Directo de RTVE. Son valles anegados por las aguas desde 1988, sentenciados
con la construcción de la presa desde 1965, amenazados por un proyecto
hidráulico desde principios del siglo pasado.
No, aunque lo parezcan, no son
fiordos, porque bajo esas aguas “había gente”, decía el presentador. Varios
miles que tuvieron que ser desalojados por la fuerza de nueve pueblos y que
perdieron definitivamente sus casas, sus tierras, sus muertos y sus recuerdos.
Y todos perdimos uno de los parajes más emblemáticos del sur de la cordillera
cantábrica.
Pero en televisión hablaron sobre
todo de la presa. El tiempo puede arrastrar a la resignación, pero no debería
traer el olvido.
No sucedió con la dictadura sino
bajo el gobierno socialista de Felipe González en aras del “interés general”.
Bajo la coartada de unos regadíos que, pasados más de treinta años, no han
llegado a ser ni la mitad de los previstos, se sospecharon siempre oscuros
intereses de constructoras, de energéticas… y de políticos.
Hoy el pantano está prácticamente
lleno, pero aún se distingue la ceja, la estéril banda ocre que deja al
descubierto en todo su perímetro la fluctuación de la lámina de agua. Pasado el
verano, con el pantano más bajo, ya no podrá disimularse lo que es. Y en los
años de sequía saldrán a la luz los esqueletos embarrados de los pueblos, de
los caminos, de los puentes, del cauce primigenio del río Esla.
La gente que fotografía este paisaje,
desde la cima unos pocos, algunos más desde el Nuevo Riaño, no sabe, o no
quiere recordar, que están ahí debajo.
Toca bajar de esta aérea atalaya
por el fácil sendero que recorre la vertiginosa cara norte del Gilbo. Mientras,
un barquito turístico navega por encima de los tejados hundidos del Viejo
Riaño, de Anciles, de Salió, de Huelde, de Éscaro, de La Puerta… y yo, que soy
del Pirineo de Huesca, pienso en los pantanos de Yesa, Mediano, Búbal, Lanuza,
Barasona… y en Jánovas, aunque allí al
menos esto no sucedió.