Este cuadro al óleo lleva muchos
años colgado en la misma pared y nunca nadie me dijo qué representaba más allá
de un paisaje de montaña.
Yo siempre lo supe. Desde dónde
estaba tomada esa vista y qué montañas eran las que se difuminan al fondo. Las
he recorrido cientos de veces.
También creía saber qué cabaña
era esa que aparece en primer plano, aunque ya había sido abandonada hacía casi
un siglo y sólo recordaba sus ruinas.
Así que por la fecha junto a su
firma, el pintor no pudo pintar del natural y siempre supuse que lo había hecho
a partir de una fotografía antigua. No sabía cuál.
Ya he despejado todas las dudas.
Es inconfundible el valle de
Barrancs con el collado de Salenques al fondo. Y el pico de la Renclusa a la
derecha convenientemente realzado. Vistos desde la explanada bajo el Portillón
de Benasque, avanzada ya la primavera por la nieve, aunque esto ha resultado
ser también otra licencia del pintor.
Siempre pensé que esa cabaña era
la de Cabellud, Francisco Cabellud de Benasque, tintorero, mulero y comerciante
de anisettes que regentó este pionero refugio que acogía a turistas y
montañeros que llegaban de Luchón desde 1865. Su hijo hizo lo propio hasta
1930. Fue célebre el cobro de una peseta de peaje por subir al Salvaguardia.
Pero ese apacible y solitario
lugar a más de dosmil metros de altitud lo era menos entonces que ahora. Junto
al refugio también estaba la cabaña de los carabineros de fronteras y un poco
más allá la cantina de la Cía. de Minas y los barracones de los mineros que
explotaban unos magros filones de blenda y galena en la cara sur del pico de la
Freiche, desde entonces conocido como pico de la Mina.
Vistas las fotografía de la época
aquello parece un pequeño poblado. Y entre todas las fotos una es, sin duda, la
que usó el pintor como modelo. Y no es la casa Cabellud, como siempre pensé,
sino la cantina-economato de la Cía. de Minas.
En los años treinta del pasado
siglo todo se había abandonado. El flujo de turistas franceses se había
reducido después de la Gran Guerra, la llegada de la carretera a Benasque
terminó con el ancestral aislamiento del valle, la pobreza de los filones
condujo al abandono de las minas, el puesto de carabineros se bajó al Llano de
Senarta y la construcción del refugio de la Renclusa captó a todos los
montañeros que se aproximaban al Aneto.
Hoy solo quedan unos montones de piedras,
unas fotografías en sepia y este cuadrito. Nada es lo que era. Ni siquiera los
glaciares de la Maladeta que entonces deslumbraban desde este privilegiado
mirador.
Nota: Mi agradecimiento a la
Fundación Hopital de Benasque de donde he tomado alguna de las fotos y que
explica toda esta historia mejor que yo en el estupendo vídeo Casa Cabellud y Cía. de Blenda y Galena.