Hace cien años
En la plaza del ayuntamiento de Benasque destaca casa Faure
por su tamaño y su torreón. De ella salieron durante todo el siglo XIX
militares, juristas, políticos y clérigos de postín, como el que dio nombre a
la calle del PSOE en Madrid, Valentín Ferraz, alcalde de la capital y
presidente del consejo de ministros.
Un día de agosto de 1918 se alojó allí D. Miguel de Unamuno
invitado por el también catedrático e hijo de la casa Vicente Ferraz Turmo. Ya había
sido destituido como rector de la universidad de Salamanca y procesado por
injurias al rey Alfonso XIII.
Conocía los montes de su tierra, el país vasco, y también la
sierra de Gredos y el Guadarrama, pero quería ver qué cordillera era esa que
había mantenido a su país aislado de Europa y del progreso. Sin duda no
esperaba encontrar semejante barrera montañosa entre España y Francia.
Debieron ser de los primeros en acceder al valle en coche
por la recién abierta carretera a través del congosto de Ventamillo. Su impresión
sería la misma que tenemos hoy cualquiera de nosotros porque la carretera no ha
variado un ápice su trazado por el desfiladero en estos cien años. Y sólo
llegaba hasta Benasque.
Aún se hablaba en el pueblo de la muerte de su vecino José
Sayó, dos años antes, cuando guiaba al alemán Adolf Blass hasta el Aneto. Los
dos fulminados por un rayo en el Paso de Mahoma, cerca de la cima. De cómo su
yerno, Antonio Abadías, se hizo cargo de la casa y del recién abierto refugio
de la Renclusa al pie de los montes Malditos. D. Miguel, admirador del paisaje
de montaña, no era montañero y no aspiraba a subir tan alto.
Acordaron guiar al intelectual al mejor mirador, el pico
Salvaguardia. Algo que hoy se hace en una mañana desde los Llanos del Hospital,
entonces, y para quién no era un gran andarín, suponía dos días de marcha. Un
camino que desde siempre habían transitado los montañeses del valle, hasta el
Hospital de Benasque, el Portillón de Benasque, el Hospice de France y Bagnêres
de Luchon. Temporeros, pastores, cazadores, contrabandistas y últimamente
algunos guías.
Descubrió así que la cordillera que separa ambos países, sin
embargo había unido a los montañeses de ambas vertientes.
Salieron a caballo porque, afortunadamente para D. Miguel,
el camino era de herradura.
“Dejaba a mi
cabalgadura, riendas al cuello, que
fuese a su talante, ya que ella conocía el camino mejor que yo”.
Le llamó la atención el esfuerzo que requería a aquellas
gentes sobrevivir en un entorno tan hostil y el poco interés que para ellos
tenía la montaña salvo que de ella pudieran obtener algo que aliviara su
existencia. Desde lo alto de su montura las veía doblegadas segar el centeno,
ventearlo, trillarlo a látigo aquel día de finales de agosto.
“La montaña achica al
hombre, porque se agazapa a vivir a su pie o en sus rinconadas y repliegues.
Sólo se engrandece cuando pisa su cumbre. ¿Pero qué montañés gusta de subir a
ella? El montañés no es hombre de las cumbres”.
El Hospital de Benasque a principios del s. XX |
Desde su cumbre intelectual no parece que tuviera gran consideración por aquellos hombrecillos
de la montaña. Quizá por eso no se hospedó con ellos ni en el lóbrego Hospital
ni en la cabaña de Cabellud que quedaban de camino. Dando un rodeo se acercaron
hasta el nuevo refugio de la “Reseclusa (sic)
a 2133 m. de altura” hecho a la medida
para los burgueses turistas de montaña, franceses o catalanes, a los pies del Aneto. De otros lugares de
España llegaban pocos.
En la entrada del refugio, abierto dos años antes por iniciativa
del Centre Excursionista de Catalunya, aún siguen grabados hoy en una lápida
los versos del poeta catalán Cinto Verdaguer dedicados a la Malehida le parecieron a Unamuno “retóricos”
y “pomposos”. Y ya entonces dejó constancia de las pretensiones del catalanismo
sobre estas montañas aragonesas.
“… los aragoneses, sin
embargo protestan contra eso de que el Maladeta sea montaña catalana”.
Un siglo después TV3 incluye todavía el Aneto y el
Vallibierna entre los picos “más emblemáticos de Cataluña”. Hoy como entonces
Al día siguiente, apenas amanecía cuando dejaron el refugio
a caballo y, volviendo a la Besurta, tomaron el camino hacia el Portillón. Poco
a poco, tras ellos, se desplegó el día sobre las cumbres más altas.
“La aurora refrescó
sus dedos de rosa en las eternas nieves del Maladeta, acariciándose en ellos.
Se enrosaron también las nieves y empezó a bajar la luz del cielo”.
“Rhododáctylos”,
la de los dedos de rosa como decía Homero. Debió dar con la bella metáfora a la
vista de los campos de arbustos de flores rosadas (rododendros, también del
griego) que jalonaban la senda de subida al Portillón de Benasque.
Dejaron sus monturas en los pastos que rodean la cabaña de
Cabellud, hoy desaparecida. Quizás el osco Francisco Cabellud no les diera ni
un trago de vino. La Gran Guerra había hundido el turismo francés desde hacía
cuatro años y el español, aún incipiente, lo estaba captando el nuevo refugio
de la Renclusa de donde venían. Sin embargo seguro que no perdonó el peaje de 1
peseta que cobraba a todo aquel que subía a su montaña; para el mantenimiento
de la senda, decía.
Desde aquí había que seguirla a pie. Unamuno, pese a sus 54
años, no debió resoplar mucho durante la hora escasa le quedaba hasta la
cumbre. Cientos de turista ya habían subido a esta cumbre privilegiada antes. Y
como hoy, ese día tampoco debieron estar solos.
Los glaciares, que ya habían empezado a menguar, aún cuadruplicaban
entonces su superficie actual: el de la Maladeta y de Alba justo enfrente, el
del Aneto más alejado, y más allá los de Barrancs, Tempestades y Salenques.
“Vimos de una mirada
todo el Maladeta, como una inmensa pirámide, como un gigantesco diamante…”
Hoy ya no. Unos agonizan y otros ya han desaparecido.
Desde el puerto de la Picada, el pico de la Mina y, en el centro, el Salvguardia. Entre ellos el Portillón de Benasque. Al fondo el Perdiguero. (Montaje fotográfico) |
Pero sigue mereciendo la pena subir hasta aquí arriba y
comprobar, como Unamuno hace ya cien años, que el Salvaguardia es el mejor
mirador no solo sobre el Macizo de la Maladeta, sino también sobre las dos
vertientes de la cordillera, tan distintas.
“Desde la cumbre del
Salvaguardia (2.736 m.), encima del
portillón de Benasque (2.450 m.), y
teniendo a un lado el gigante Maladeta (3.308 m.), contemplábamos a nuestros pies la llanura de la dulce Francia
bearnesa. Debajo de nosotros, casi a plomo, unas lagunas (lagos del Boum,
hoy con un pequeño refugio guardado, ref. de Venasque, 2245 m.) a las que bordea el sendero que lleva de
Benasque a Bañeras de Luchón más allá, tras unos macizos de arboleda, este
pueblecillo veraniego, y más lejos, esfumada en el llano que se pierde y en lontananza
se confunde, brumoso como el cielo del horizonte, Tarbes, la patria de Foch (militar
francés héroe de la PGM. Unamuno fue claramente aliadófilo durante la guerra). Y todo ello tendido dulcemente, acariciador,
blando y respirando neblina”.
“A otro lado la
procesión solemne de los gigantes de los Pirineos (no sólo Maladeta-Aneto, sino Posets y Perdiguero),
la escuadra de las peladas cumbres. Y más acá, a nuestros pies también, las
tierras ásperas y bravías del alma del Alto Aragón, el valle de Benasque.
“La vertiente francesa
del Pirineo es más risueña, más cultivada, más civilizada (no cita el visible
tren cremallera de Superbagnères que ya existía), pero mucho menos grandiosa que la española, aunque esta se halle más
calva y despoblada”.
Nota: De esta curiosa visita de agosto de 1918 Unamuno
publicó al año siguiente un artículo en el periódico La Nación titulado ”Al pie del Maladeta”. Unos años después,
en 1922, lo incluirá en el libro “Andanzas y visiones españolas”