El dolmen de Seira o de San
Nicolau
En
una tarde de verano en que amenazaba tormenta sobre Cotiella y no descargó ni
una gota, como viene siendo habitual, aproveché para visitar el dolmen de
Seira.
Seira
está, para quienes no conozcáis el Pirineo de Huesca, en la Ribagorza que ocupa
la cuenca del Alto Ésera, entre Campo y el Run, en pleno desfiladero que el río
ha abierto a través de las calizas de las Sierras Interiores.
Es
un paseo de apenas media hora desde Seira el Viejo (el Nuevo que está junto a
la carretera se construyó ahora hace un siglo para servir a la central
hidroeléctrica). Pasado el pueblo, antes de llegar a la primera curva de la
carreterita que sube a Barbaruéns, una indicación a la izquierda nos lleva a un
camino sin pérdida. Entre el canal y el tendido eléctrico hasta llegar al llano
de San Nicolau.
Allí,
en medio de la pradera, veréis uno de los testimonios más antiguos de la
presencia de montañeses en el valle. Los carteles explicativos dan la fecha
excesiva del III milenio a. C.
Como
os explicaron en el instituto los dólmenes son construcciones hechas con
grandes piedras (megalito) con finalidad funeraria (enterramientos colectivos)
frecuentes en toda la Europa atlántica (cultura megalítica) desde el neolítico
a la edad de los metales.
El
de Seira es pequeño y tardío, probablemente de finales de la edad del bronce
(800 a. C.)
Se
atribuyen a poblaciones ganaderas y los hay desde esta zona oriental del Pirineo
oscense (pocos) hasta el valle de Hecho (numerosos en el alto Aragón Subordán).
Las
gentes del país los llaman, cabanetas
o casetas de brujas, y su aspecto
actual es bien conocido: tres o más grandes piedras verticales sosteniendo otra
mayor horizontal que crean un espacio interior donde se depositaban los
cadáveres. Pero en origen esto no se veía así, porque todo estaba cubierto por
un montículo de tierra (túmulo) que la erosión ha ido desmantelando.
Como
la mayoría de las tumbas monumentales (incluidas las pirámides de Egipto) los
dólmenes fueron saqueados desde antiguo con lo que poco o nada se ha encontrado
en su interior.
Aunque
el dolmen de Seira tiene poco de monumental y es bastante tosco con su
desproporcionada cubierta, nos habla de unos montañeses suficientemente
organizados para llevar a cabo una obra de envergadura que es la construcción
estable más antigua del valle.
No
es mucho ni mucha su antigüedad, pero es que subir a vivir desde el llano a la
montaña no debió ser ni fácil ni rápido. Y sucedió mucho antes de que se
levantara el dolmen de Seira… o el de Ramastué.
Nota:
hay otro en Estós que seguro es más antiguo, porque no es un dolmen aunque lo
parezca, sino una acumulación natural de piedras que, todo lo más, se ha usado
como cobijo.
Los primeros montañeses
Si
por primeros montañeses del valle del Ésera entendemos a los que primero se
adentraron más arriba del congosto de Olvena, tendremos que esperar a que pase
casi todo el paleolítico.
Antes,
las gentes del Somontano vagaban, cazaban y recolectaban sin
sobrepasar las estribaciones de las Sierras Exteriores (Abrigo de la Fuente del Trucho, Guara) porque precisaban de
espacios abiertos y bosques extensos. Si la vida ya era difícil de por sí,
aguas arriba lo era aún más… y hacía mucho frío: la cuarta glaciación se
enseñoreaba del Pirineo desde hacía casi 100.000 años, la cuenca media del
Ésera, donde concluye con el lsábena, debía ser un llano de praderas y bosques
ralos con poco aprovechamiento, y ya no digamos la alta, el valle de Benasque,
donde los glaciares descendían al valle y la lengua principal serpenteaba hasta
el congosto de Ventamillo.
Hace
unos 14.000 años, cuando el paleolítico tocaba a su fin, algún grupo debió
aventurarse más arriba, hasta lo alto del desfiladero (cueva del Moro, Olvena) y más allá (abrigo de la Peña de las Forcas, Graus). El clima estaba virando a
más templado y las especies cazadas hasta entonces desaparecían o se replegaban
a mayor altura.
Durante
todo el mesolítico, hasta el 7000 a.C. debió poblarse más intensamente la
depresión intrapirenaica pero la adaptación de estas gentes a un medio menos
generoso para la depredación y a un espacio más restringido y accidentado para
su nomadismo, no debió permitir demasiadas alegrías.
Hasta
que una nueva economía y una nueva forma de vida traídas de fuera, el neolítico,
permitieron cambiar las cosas. Una auténtica revolución.
La
ancestral depredación fue paulatinamente sustituida por la nueva producción
(nunca lo hará del todo, hasta hoy). La introducción de una incipiente
agricultura impondrá la búsqueda de tierras en el fondo de los valles y la
deforestación para conseguirlas, así como asentamientos permanentes cercanos,
los primeros poblados. Pero a su vez el pastoreo de animales que antes cazaban
(ovejas, cabras) y la escasez de pastos en las tierras bajas, agostados en
verano, obligarán a inventar seminomadismo estacional trashumante en busca de
pastos de altura.
Así,
los montañeses ya asentados en pequeñas aldeas en la cuenca media del Ésera,
subirían en verano hasta las estribaciones de las Sierras Interiores en busca
de pastos (Campo) y algunos más
arriba, más allá del congosto de Ventamillo, donde los glaciares ya se han
retirado hace tiempo (cueva dels Trocs,
Bisaurri). Van y vienen todos los años, pero terminarán también por
asentarse definitivamente en la Sositania, con su fondo de valle plano y sus
suelos fértiles. Los poblados deberían situarse en las solanas. De ellos no hay
ningún testimonio.
A
partir de 2.500 a. C. llegan de fuera, posiblemente a través de un incipiente
comercio traspirenáico por los puertos, los primeros metales (hachas de bronce de Cerler y Laspaúles).
La ocupación del valle para labores agrícolas y prados de siega empujará a la
trashumancia a buscar pastos veraniegos en cotas más altas, probablemente las
mismas en las que aún se practica.
Una
más compleja organización social debió permitir afrontar trabajos de
envergadura y así, al final de la Edad del Bronce (1000 a. C.), apareció el
megalitismo pirenaico.
Sus
ejemplos más complejos son los dólmenes, pero hay otros de más difícil
interpretación como los mehires –piedra hincada- (el de Merli en Lierp) y sobre todo cromlechs –círculos de piedras-
(los hay en Chía y sobre todo en las
zonas de pastos de verano de los llanos
del Hospital, d´Estanys y de Aigualluts).
Tardó
mucho tiempo pero por fin el montañés tomó posesión de la montaña del Alto
Ésera.
Terminando
ya, para contextualizar este pequeño acontecimiento, por esas mismas fechas los
fenicios llegaban a Cádiz y Homero escribía la llíada. Hacía mucho que las
pirámides de Egipto habían sido construidas, abandonadas y saqueadas. Es que
estos altos valles de montaña han sido siempre rincones muy, muy apartados.