GLACIARES RAROS... Y DESCONOCIDOS

Glaciar rocoso de las Argualas
Finalizando ya el verano, las primeras nieves espolvorean las cumbres más altas del Pirineo; pero no nos engañemos, se habrán fundido en unas horas, cuando despeje un poco, con los primeros rayos de sol. 
Primeras nieves en el Aneto, 5 de septiembre de 2015
(foto aérea de Gerardo Bielsa)
La nieve de verdad que llega para quedarse, la del nuevo invierno, aún tardará muchos días en aparecer. La del invierno pasado ya ha desaparecido por completo o casi, y el hielo que queda en los agonizantes glaciares y heleros sigue menguando inexorablemente ante nuestros ojos. 
Pero hay un hielo que resiste aunque muy pocos de quienes recorren estas montañas sepan de su existencia ni siquiera cuando están caminando sobre él: el hielo de los glaciares rocosos. En todo el mundo su estudio es reciente y sus tipos muy variados. En el Pirineo son pocos, están dispersos y pasan desapercibidos confundidos con simples canchales. Los auténticos, los que tienen origen glaciar posiblemente en la Pequeña Edad del Hielo (glaciogenéticos), suelen ser el resultado de un proceso que podríamos resumir así: 
Cuando un glaciar que se ubica en una cuenca montañosa proclive a los derrumbes de rocas ve reducida la innivación por un cambio climático, llega a un punto en que su capacidad para renovar anualmente su cobertura nivosa y transformarla en hielo es menor que su capacidad para acumular derrubios en su superficie. En consecuencia, reduce el desplazamiento y arrastre de materiales y éstos acaban por cubrir por completo y ocultar el núcleo de hielo residual. Ha dejado de ser un glaciar blanco y se ha convertido en un glaciar negro o rocoso, con un deslizamiento cada vez más lento que, sin embargo, aún se refleja en su morrena superficial que adopta formas de ojivas y surcos superficiales. 
Algo que ya está sucediendo desde hace unas décadas en glaciares como el del Taillón (Gavarnie, Pirineo francés) o el de Llardana (Posets, valle de Viadós). Esta cobertura rocosa que oculta el hielo, también lo protege de la insolación directa, retrasando su desaparición que, de continuar el proceso de desajuste, terminará por llegar. Desaparecido el hielo subyacente finaliza el desplazamiento y sólo quedan las formas superficiales inmovilizadas. Ya sólo es un glaciar rocoso relicto. En fin, unas pedrera singular, como las del Midi d´Ossau o la del Posets. 

Glaciares Alamchal y Sarchal
No es un fenómeno de pequeñas dimensiones reducido a una pequeña cadena como los Pirineos. Hay auténticos glaciares rocosos en todos los grandes sistemas montañosos del mundo, incluso en montañas donde no esperaríamos encontrarlos por su latitud y por su aridez, aunque es precisamente por eso que están allí. Como en los montes Elburz al norte de Irán, en el macizo del Alam Kuh (4850 m.), donde el Sarchal glacier en un glaciar negro gigante cuya lengua desciende durante kilómetros hasta los 3700 metros de altura. 
En los Pirineos sólo quedan media docena de auténticos glaciares rocosos, es decir, aún con hielo oculto en su núcleo cuyo espesor de varios metros se mide mediante sondeos eléctricos. El del Argualas en el macizo de los Infiernos (valle de Tena), es muy evidente en su morfología visto desde lejos, con su lengua de 750 metros de longitud terminada en un abrupto talud. El glaciar noroccidental de los Besiberris es el más largo: un kilómetro, y la inmensa mayoría de quienes ascienden al Besiberri sur desde el refugio-vivac, lo hacen pasándole por encima sin saberlo, antes de llegar al coll de Abellaners.

Glaciar rocoso NW de los Besiberris

Bajo la cresta que une el Besiberri Medio (3005 m.) y el Sur (3032 m.) aún se agazapa el glaciar rocoso más grande de los Pirineos. No podemos esperar que sea comparable a otros de los Alpes que conservan como nombre propio su denominación morfológica, alguno muy conocido como el Glacier Noir en el Oisans
Tampoco sus rasgos son, por supuesto, tan espectaculares. Ni tan evidentes, a no ser que dispongamos de un punto de vista aéreo como el que sólo nos proporciona Google Earth.
Pero, si estamos atentos, al acercarnos a su frente después de haber remontado el circo rocoso que cierra el estanyet de Besiberri, percibiremos un nítido escarpe o talud de 25 metros de altura y fuerte pendiente a 40º que delata el final del aparato glaciar. Desde aquí, a 2510 m. de altura se desarrolla un kilómetro de glaciar hasta su cabecera o circo a 2750, con un pendiente media de 12,3º y un anchura de hasta 240 m. A lo largo de todo este recorrido los arcos y surcos de flujo evidencian el lento movimiento de una masa de hielo subyacente, oculto por derrubios a metro y medio de profundidad.
Como indican los últimos estudios es posible que sólo quede ese hielo en su mitad superior, pero con un espesor aún de 8 a 18 metros.
Y eso es todo. No es mucho pero ahí está para quién quiera conocerlo.
O conocerlos: el de Cambalés, Bastampé, Gemelos, La Paúl, Posets…

Si estos glaciares rocosos ya son un fenómeno montañoso casi ignorado incluso por quiénes frecuentan las montañas, excepcional y raro, los hay todavía mucho más, como los “namakiers” o glaciares salinos.
En realidad nada tienen que ver con el frío y el hielo, pero sí con el entorno montañoso, su desarrollo y su movimiento. Son coladas de sal que, al surgir del subsuelo por las presiones tectónicas en lugares elevados, fluyen valle abajo por efecto de la gravedad. Lo hacen sobre todo en invierno, cuando la humedad de la sal supera un punto crítico de fluidez y la lengua resultante repta hasta varios kilómetros. Todo ello justifica la denominación.
No tenemos ningún glaciar salino en nuestra geografía. Deberemos ir otra vez a Irán, a los montes Zagros, donde se sitúan los más característicos, como el de Kun-e-Namak.
Quizá los nuevos tiempos que parece comienzan en la República Islámica faciliten su apertura y  debiliten nuestras reservas para conocer otras montañas de la zona que no sean el Demavend.


SUBID EL WHISKY QUE HIELO AÚN QUEDA



No es mucho ni fácil de encontrar. Pocos lo conocen y deberían guardar el secreto. Quizás esté caducado desde hace unos cientos de años. Pero sigue siendo hielo de verdad, hielo cristal transparente del que hace clinc clinc en el vaso de tubo.


En pleno verano los neveros han desaparecido casi por completo en el corazón de los Picos de Europa que se quedan resecos como un esqueleto y el agua es prácticamente inexistente pese a estar en una de las zonas más lluviosas de la Península.
Y todo por su modesta altura, no alcanzan siquiera los 2700 metros, y por su geología caliza, tan dada a las filtraciones. El espesor de la masa rocosa supera los dos kilómetros desde el fondo de las profundas gargantas que han abierto los ríos Sella, Cares, Duje y Deva hasta las cimas de los tres macizos, Cornión, Urrieles y Ándara, donde torres, jous y lapiaces forman un paisaje lunar.
Entre estas zonas altas y la capa freática por donde discurren los ríos se desarrolla una de las redes de cavidades subterráneas más importantes del mundo. Este mismo verano se ha descendido (y no se hace con frecuencia) la Torca del Cerro del Cuevón que con 1589 m. de desarrollo vertical es la sexta más profunda del mundo y la más difícil de todas.
La nieve del invierno se acumula en muchas de sus bocas formando simas-nevero que perduran hasta bien entrado el verano. Pero en algunas de ellas el hielo lleva allí desde tiempos inmemoriales: son las cuevas de hielo.